HISTORIOGRAFÍA ACTUAL: la historiografía en Alemania en el siglo XX

El problema de la historiografía alemana es que estuvo por mucho tiempo dominada por los historicistas-positivistas. Mientras que en otros sitios como en Francia la escuela de Annales  cambió para bien la forma de tratar e investigar la historia, en Alemania el dominio historicista mostró rechazo a casi todas las influencias que desde fuera llegaban o corrientes renovadoras que intentaban florecer dentro. 


1.El dominio del historicismo y la reacción de Max Weber


A la hora de estudiar el desarrollo de la historiografía en Alemania tras el periodo de entreguerras es ineludible fijar la atención sobre la figura de un autor cuyo pensamiento ha ejercido una decisiva influencia a lo largo de todo del siglo XX: Max Weber (1864-1920). Max destacó como filósofo, economista, jurista, historiador, politólogo y, sobre todo, como sociólogo.

De su ingente producción intelectual cabe destacar los trabajos relacionados con la sociología de la religión y, entre ellas, “La ética protestante y el espíritu del capitalismo” (1904-5). En contra de la interpretación marxista, que defendía que los aspectos económicos eran el motor de la sociedad capitalista, Weber afirmó que los factores que ejercían una mayor influencia sobre ella eran los ideológicos, como los elementos religiosos, éticos o morales. Weber analizó los perfiles generales de católicos y protestantes, hallando diferencias considerables en sus concepciones vitales. A su juicio: 
  • Católicos: los católicos preferían la estabilidad económica. Para los católicos, la salvación dependía de la realización de buenas obras, lo que en la mayoría de las ocasiones era contrario a la consecución de beneficios económicos. 
  • Protestantes: se mostraban más emprendedores y dispuestos a asumir riesgos empresariales, con el objeto de incrementar sus ingresos. Localizó las causas de dichos puntos de vista opuestos en la ideología de la Reforma protestante y, especialmente, en la ética calvinista: el éxito social, cuya manifestación principal era la prosperidad económica, era la señal más fidedigna de la predestinación. Menos gastos suntuario, más riqueza = ahorro = capital + ética del trabajo. 
    Max Weber - Imagen de dominio público
Otra personalidad muy importante fue Karl Lamprecht, evidentemente también en Alemania, aunque para su desgracia los historiadores historicistas (dominantes en Alemania) bloquearon las propuestas renovadoras surgidas a finales del siglo XIX al calor de los debates promovidos principalmente por él mismo (Karl Lamprecht). Lamprecht rompió con los moldes tradicionales del historicismo al declarar que “la Historia es principalmente una ciencia socio-psicológica” y editar una Historia de Alemania (1891- 1909) conforme a ese principio, para escándalo de sus colegas historicistas.
Su obra y pensamiento tiene un componente esencialista, por lo que afirmaba que los alemanes tenían un espíritu propio, es decir, una psicología propia. Esto era muy común en la época, hablar de elementos propios de las nacionalidades (el nacionalismo estaba en su plenitud), pero realmente no hay psicologías puras, ni pueblos por el simple hecho de tener una nacionalidad. 
Karl Lamprecht - Imagen de dominio público
Todo ello tuvo como consecuencia la perduración de la tendencia historiográfica “rankeana” (de Ranke, positivismo) durante unas cuantas décadas más en Alemania, mientras que en Francia ya se había superado esa fase.
Tras la Primera Guerra Mundial, y durante la República de Weimar, un pequeño círculo de historiadores agrupados en torno a Eckart Kehr realizó nuevas críticas a la historiografía nacional historicista. Kehr enfatizó en sus trabajos la influencia de la estructura social y los intereses económicos en las decisiones políticas. Kehr se alejaba así del historicismo y se situaba en planteamientos parecidos a Annales, ya que daba importancia a la estructura social y economía, y no se centró tanto en la historia política-militar de los positivistas.

Terminada la República de Weimar y durante el periodo nazi (al igual que ocurriría en los demás Estados fascistas), se estableció un control absoluto, radical y totalitario sobre el conjunto de la actividad historiográfica (investigaciones, publicaciones, enseñanza de la Historia...), con el propósito de subordinarla a los intereses del Estado y la Nación según los definían sus respectivos caudillos y partidos únicos. De ese modo, la historiografía académica en dichos países perdió todo el carácter crítico-racional y se convirtió en literatura mítica y legendaria, en muchos casos racista y siempre descaradamente propagandística.


2. La escuela de Bielefeld 


Tras el fin de la II Guerra Mundial, la ciencia histórica alemana, que había liderado la consolidación de la disciplina durante el siglo XIX, experimentó una singular evolución. Los temas de investigación se orientaron a épocas posteriores a la Revolución Industrial, lo que contrastaba con las tendencias de la contemporánea corriente de Annales o de los historiadores marxistas británicos, centrados en épocas preindustriales. Los historiadores alemanes de después de la II Guerra Mundial destacarán por la Historia Contemporánea. Además, los historiadores alemanes desde 1945 hasta 1960 aproximadamente siguieron interesándose por el estado y la política, reminiscencia de la influencia del historicismo-positivismo de antaño.

En la década de los 60 del siglo XX aparecieron en la escena historiográfica nuevas circunstancias que marcaron por fin la ruptura del monopolio historicista tradicional:
  • La necesidad profesional de revisar los viejos planteamientos historicistas. Se había producido una relevación generacional, una nueva generación que repudiaba el historicismo. 
  • La necesidad moral de los historiadores por investigar la evolución del Estado alemán desde el siglo XIX hasta la dictadura nacionalsocialista para llegar a comprender y explicar los crímenes nazis.
  • El surgimiento de una nueva generación de historiadores, formados tras el conflicto bélico e influidos por las propuestas de Kehr, que da origen a una nueva corriente llamada Historia Social Alemana, que tiene su foco en la llamada “Escuela de Bielefeld”.

Vamos ahora a hablar de la Historia Social Alemana y la Escuela de Bielefeld. Con ese nombre (Escuela de Bielefeld) se designa a una tendencia historiográfica liderada por Hans-Ulrich Wehler y Jürgen Kocka, que adquiere un importante protagonismo con la fundación de una nueva universidad en esa ciudad en 1971 (profesores nuevos, gente nueva…), y con la creación, en 1975, de la revista Geschichte und Gesellschaft. Zeitschrift für Historische Sozialwissenschaft (Historia y Sociedad. Revista de Ciencia Social Histórica). Pretenden hacer una historia de alto contenido social, que se contrapone con la historia positivista que todavía coleaba. 
El subtítulo es muy expresivo de su orientación: hacer de la Historia una ciencia social interdisciplinar en estrecha relación con las ciencias sociales vecinas, especialmente la sociología, la ciencia política y la economía (lo que recuerda claramente a Annales). Geschichte und Gesellschaft ha desempeñado un papel muy relevante como foro para la discusión internacional y para poner al corriente a los especialistas alemanes de la investigación extranjera realizada con ese enfoque. 

Jürgen Kocka es un buen representante de la ciencia social histórica alemana. Ha destacado por su voluntad de analizar y explicar las conexiones entre estructuras y procesos por un lado (estructuras económicas... sin historia enfocada en individuos, como hacía Annales o el marxismo) y experiencias y acciones por otro (historia más particular, vivencias, etc.). Autores como Kocka trataron de integrar ambas cosas. 
En su trabajo sobre la empresa Siemens entre 1847 y 1914 (trabajo publicado en 1969), analiza la formación de un colectivo de empleados. En éste y otros trabajos intenta demostrar la tendencia de los empleados alemanes hacia el nacionalsocialismo y analizar su conciencia política e ideológica, más allá de un simple planteamiento estructural o de identidad de clases. 

En general, la nueva historiografía alemana se plantea analizar las condiciones de vida del obrero, su vivienda, su tiempo libre, su familia, con lo que en cierta medida conecta con la historia de lo cotidiano y lo privado.


3. La cuestión del nazismo en la historiografía alemana


La historiografía alemana tras la II Guerra Mundial tuvo que afrontar la cuestión del nazismo. Las diferentes interpretaciones sobre las causas y las consecuencias del nazismo llevaron a los historiadores de la entonces República Federal de Alemania a entablar un duro debate en los años 80, conocido como la Historikerstreit (“querella de los historiadores”). 
La polémica se inició en junio de 1986 con un artículo periodístico del historiador conservador Ernst Nolte (“Un pasado que no quiere pasar”) en el que abogaba por la relativización historicista del Holocausto de judíos ejecutado por las autoridades nazis durante la Segunda Guerra Mundial (ponerlo en relación con otros procesos). A su juicio, el Holocausto judío perpetrado por el Tercer Reich perdía su monstruosa singularidad histórica a la vista de las matanzas que habían ocurrido con anterioridad y posterioridad, particularmente de los crímenes masivos de los bolcheviques rusos durante la revolución soviética y la colectivización agraria. Los crímenes de Stalin serían, en realidad, el modelo imitado por la propia barbarie nazi. 
La réplica provino del filósofo neomarxista Jürgen Habermas, que acusó a Nolte y a otros historiadores conservadores de tratar de expiar los crímenes nazis mediante un comparativismo fraudulento y de hacer una apología nacionalista encubierta del Tercer Reich y de la historia alemana contemporánea. 
Todos los grandes historiadores germano-occidentales entraron en un debate que captó la atención de la opinión pública y los poderes políticos en el país y fuera de él. La querella era mucho más que un debate meramente historiográfico: se trataba de valorar la actitud pública y política de los alemanes contemporáneos ante ese período de su reciente y trágica historia.

El sector más conservador de los historiadores alemanes, dominante en las décadas más crudas de la Guerra Fría, afirmaba que los años 1933-1945 eran un período sui generis, un “paréntesis” casi fortuito, marcado por las obsesiones ideológicas de Hitler, con su antisemitismo como rasgo definitorio clave del nacional-socialismo. La reducción del fenómeno nazi a su dimensión xenófoba y antisemita permitía interpretarlo como un terrible estallido de irracionalismo manipulado por un grupo de ideólogos fanatizados y capaces de atraerse el apoyo de unas masas populares desesperadas por la crisis y la aguda depresión económica, eliminando la cuestión de la responsabilidad general de los alemanes. 

Desde los años sesenta los historiadores de tendencia liberal y socialdemócrata han venido sosteniendo y demostrando que en realidad el nazismo estaba en relación de continuidad con estructuras históricas de la Alemania anterior: con el autoritarismo y militarismo del sistema político prenazi, con la cultura antidemocrática y antiliberal de sus élites dirigentes, con la respetabilidad social del extremo nacionalismo racista, etc. Esta corriente denunciaba el error de pretender arrancar el nazismo (con su antisemitismo, su pangermanismo y su fobia antidemocrática) exclusivamente de la crisis económica de 1929 y subrayaba el equívoco de olvidar la colaboración de la burocracia civil y militar y de las derechas políticas en el acceso de Hitler al poder.


4. TEXTOS Y CRÍTICA


* Max Weber

“Podemos resumir lo dicho hasta aquí diciendo que, por consiguiente, la ascesis protestante mundana actuó con toda energía contra el disfrute irrestricto de la propiedad; limitó el consumo, especialmente el consumo suntuario. En contrapartida, en sus efectos psicológicos liberó la adquisición de bienes de las trabas de la ética tradicional; rompió las cadenas que mantenían aherrojado al afán de lucro, no sólo legalizándolo sino viéndolo (...) directamente como deseado por Dios (...) ... la lucha contra los apetitos carnales y contra el aferramiento a los bienes materiales, no fue una lucha contra la ganancia racional sino contra la obnubilación irracional ante la propiedad. Obnubilación que consistía, sobre todo, en la valoración –condenable por idolátrica – de las formas ostensibles del lujo, tan caras a la percepción feudal, como algo opuesto al empleo racional y utilitario de los bienes, aplicado a los fines existenciales del individuo y la comunidad.
La ascesis protestante mundana no pretendía imponerle la privación al propietario. Pero lo obligaba a emplear su propiedad en cosas necesarias y prácticamente útiles (...). Al brillo y esplendor del boato “caballeresco”, sustentado sobre bases económicas inestables y que prefería la sórdida elegancia a la sobria sencillez, los cuáqueros contrapusieron, como ideal, la limpia y sólida comodidad del hogar burgués."

En este texto Max Weber nos explica las diferencias entre los católicos y protestantes, diferencias ideológicas que cambiaron las bases económicas (las ideas modifican la economía, justo al revés que lo que afirma el materialismo histórico). En estas sociedades protestantes el consumo empezó a bajar, bajando el consumo en objetos suntuarios inútiles, se produjo un ahorro de capital, que fue bien empleado para fomentar el trabajo y la riqueza.

Para los protestantes, que creen muchos en la predestinación, el enriquecimiento no es malo, es una señal, de que eres uno de los elegidos de Dios. Si es contraria la doctrina protestante a la exhibición de la riqueza, pero no en contra de tenerla (en cambio el catolicismo se caracteriza en gastos irreflexivos para boato y pompa). Estas sociedades al no desperdiciar, ahorran y acumulan capital (el capitalismo necesita de capital). Al final la concepción ideológica (que es lo importante para Max) de la sociedad, es lo que permite el desarrollo del capitalismo. Si hablásemos en términos marxistas, lo que aquí vemos es como lo superestructural condicional lo infraestructural. 


"Del lado de la producción de riqueza en la economía privada, la ascesis luchó tanto contra la injusticia como contra el afán de lucro puramente impulsivo ya que esto era lo que desechaba como codicia (...) Es decir: lo condenable era el afán de riquezas que tenía como objetivo último el ser rico, ya que la propiedad como tal era sólo una tentación. (...). Esta ascesis no sólo vio –en consonancia con el Antiguo Testamento y en completa analogía con la valoración ética de las “buenas obras”– el colmo de lo abominable en el afán de riquezas como objetivo y la bendición de Dios en la conquista de la riqueza como fruto del trabajo profesional. Más importante que eso es que concibió la valoración religiosa del trabajo mundano profesional incansable, constante, sistemático, como el más elevado medio ascético y, simultáneamente, como la más segura y visible prueba, tanto de la salvación de la persona re-nacida como de la autenticidad de su fe. Esta visión por fuerza tuvo que ser la palanca más poderosa imaginable para impulsar la expansión de esa concepción de vida que aquí hemos llamado el “espíritu” del capitalismo.
Si a este desencadenamiento del afán de adquisición le agregamos la ya mencionada limitación del consumo, el resultado visible se hace casi obvio: es la formación de capital a través de una ascética imposición del ahorro. Las restricciones que se oponían al consumo de lo adquirido no podían sino favorecer su empleo productivo como capital de inversión” (La Ética Protestante y el Espíritu del Capitalismo, 1904).

Querer ser rico por ser rico en el protestantismo no estaba bien visto, en cambio si te hacías rico por el fruto de tu trabajo pero sin tener ese deseo por ser rico, entonces estaba bien a los ojos de Dios. 
En realidad es cierto que en parte el protestantismo fomentaba el trabajo, ya que en las zonas católicas trabajar estaba muy mal visto, incluso los nobles que trabajasen podían perder su título nobiliario, mientras que en los países protestantes ganaban títulos nobiliarios como recompensa a su trabajo, empresas o descubrimientos científicos.
En este texto vuelve a hablar de la reducción del consumo en cosas inútiles para la formación de capital a través del ahorro.



* J. Kocka

“Lo que el programa de historia estructural desde los años cincuenta y el programa de la historia social desde los sesenta han hecho valer frente a la reducción tradicional del enfoque historicista, centrado en las acciones, las decisiones y las personas, es absolutamente aplicable a las posibles generalizaciones de la aproximación histórica basada en las percepciones y las experiencias de la ‘gente común’: la historia no se plasma en lo que los hombres perciben y experimentan. La reconstrucción (...) únicamente de percepciones y experiencias pasadas no puede conducir a la reconstrucción comprensiva de la historia en su conjunto. Los historiadores de distintas corrientes deberíamos poder alcanzar un consenso en torno a este punto. Recurriré a dos ejemplos para ilustrar este argumento: una cosa es tratar de comprender lo que la veneración de los santos significó para los miembros de las comunidades del primer cristianismo del siglo tercero y cuarto, para su experiencia intelectual y su visión de la realidad; otra cosa es, sin embargo, comprender por qué la veneración de santos comenzó en tales siglos, por qué esta práctica fue posible bajo las condiciones económicas, sociales, políticas y culturales del Bajo Imperio romano, qué ‘significaba’ este hecho con respecto a aquella sociedad y su desarrollo a largo plazo. Para ello no basta con una posible reconstrucción aproximada, por lo demás muy difícil, del sentido que adquiría la veneración de los santos en el horizonte de experiencias de aquellos miembros de la comunidad. Se precisan más bien reflexiones tentativas de carácter histórico-estructural sobre la historia de la economía, la sociedad, la política y la cultura de aquella época, incluyendo esfuerzos teóricos dirigidos a la formulación de la acción política en la sociedad antigua…” (J, Kocka, Historia social y conciencia social, Madrid, 2002, pp. 75-76).

Es un texto donde Kocka critica la historia de las mentalidades, ya que las percepciones y experiencias personales a él le parecen insuficiente para construir la Historia, sino se acompañan de un análisis e investigación para comprender causas, el contexto económico que propició esas prácticas o mentalidades, el desarrollo... etc. Por ejemplo, es como si las personas te hablan del lujo en la burbuja inmobiliaria etc., y haces una historia a partir de las experiencias de esa gente, pero no explicas los procesos económicos ni como ni quien eran los bancos, ni por qué se daba crédito…etc. Es decir, las mentalidades están bien, siempre que se acompañen de análisis de las estructuras económicas-sociales y de la política del momento, que ayuden a comprender mejor el porqué de esas mentalidades.  
Él dice también que la historia social estructural reacciona contra la historia de acciones, decisiones, individuos… etc., lo que viene siendo el historicismo. 
La historia de las mentalidades no explican los grandes procesos de cambio. El hecho de que la historia estructural (marxista más rígida o Annales en su tercera generación), se vaya quedando obsoleta, es síntoma de que no quieren conocerse las causas de los procesos. Es una crítica a las historias del miedo, del amor, de las mentalidades que se hacen, etc., es decir, es una crítica a la tercera generación de Annales, que se centró en temas muy concretos y dejaron a un lado los análisis de las estructuras económicas y sociales.
En resumen, hay que contextualizar en contextos sociales y económicos cualquiera que sea la cosa de la que vayamos a hablar. 



* E. Nolte

“Con ‘El pasado que no quiere desaparecer’ puede hacerse referencia al pasado nacionalsocialista de los alemanes o de Alemania. El asunto implica la tesis de que normalmente cada pasado desaparece y que, este no-desaparecer, es algo totalmente excepcional. 
(...) La época de Napoleón I se representa siempre otra vez en el trabajo histórico de la misma manera que la época clásica de Augusto. Pero estos pasados han perdido lo atormentador que tenían para los contemporáneos. Por lo mismo ellos pueden ser dejados a los historiadores.
El pasado nacionalsocialista, en cambio, no es vencido (...) por este ir disminuyendo, por este proceso de agotamiento, sino que parece volverse siempre más vivo y más enérgico, pero no como ejemplo, sino como fantasma, como un pasado, que se establece realmente como presente o que está suspendido como una espada de corrección sobre el presente.
Para ello hay buenos razones. Cuanto más claramente se convierten la República Federal de Alemania y la sociedad occidental en “sociedades del bienestar”, tanto más extraña vuelve a aparecer la imagen del Tercer Reich con su ideología de la disposición al sacrificio de guerra, la máxima “cañones en vez de mantequilla” y los coros de las celebraciones escolares y las citas de los Eddas como “nuestra muerte se vuelve una fiesta”. 
Todos los hombres son hoy de opinión pacifista, pero no pueden, sin embargo, mirar desde una distancia segura la belicosidad de los nacionalsocialistas, porque saben que ambas superpotencias gastan año tras año, con mucho, más para su armamento, que lo que Hitler había gastado desde 1933 hasta 1939... (...)"

"Es un defecto llamativo de la literatura sobre el nacionalsocialismo que no sabe o no quiere admitir en que proporción todo lo que los nacionalsocialistas hicieron más tarde, con la excepción exclusiva del procedimiento técnico de gasificación, había sido descrito en una voluminosa literatura de los tempranos años 20: deportaciones, fusilamientos, torturas de masas, campos de la muerte, exterminio de grandes grupos según criterios objetivos, según exigencias publicas de exterminio de millones de inocentes juzgados como “hostiles”. 
“Pero igualmente debe parecer lícito y casi inevitable el siguiente interrogante: ¿Llevaron a cabo los nacionalsocialistas, llevó a cabo Hitler, una acción ‘asiática’ sólo porque ellos y sus semejantes eran víctimas potenciales o reales de una acción ‘asiática’? ¿El archipiélago Gulag no fue un antecedente de Auschwitz? ¿No fue el ‘asesinato de clase’ de los bolcheviques el prius lógico y fáctico del ‘asesinato de razas’ de los nacionalsocialistas?...” (E. Nolte, “El pasado que no quiere desaparecer”).

“Debido a la tendencia inherente al exterminio de un pueblo mundial, (la “solución final”, AR) se distingue de manera básica de todos los demás genocidios y constituye la contraparte exacta de la tendencia a la destrucción absoluta de una clase mundial por parte del bolchevismo; en este sentido se trata de la copia, traducida a términos biologistas, de un original social.” (E. Nolte, La guerra civil europea, 1917-1945. México: Fondo de Cultura Económica, 1994, pp. 464-465).


¡Feliz Miércoles! - Hacer historia, aprehender la historia, aprendes la historia
24/Mayo/2017

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