Con la presente entrada vamos a terminar de explicar el contexto español en el siglo XVIII. En esta vamos a aparcar a un lado los aspectos económicos que vimos en las dos previas, para explicar más a fondo la sociedad de la época. ¡Vamos allá!
1. Los cambios sociales en el siglo XVIII
La sociedad mantuvo elementos clave de la tradición aristocrática, jerarquizada y estamental pero sufrió muchos en el siglo XVIII, aunque fueron cambios que en ningún momento pusieron en peligro el orden social vigente. Cambios formales, como las nuevas prácticas sociales, la decadencia de limpieza de sangre o de las disputas de honor. También cambios aparentes, derivados de una enorme información estadística disponible para esta centuria. Pero los cambios más importantes fueron los planeados o promovidos desde el poder para atenuar la tensión social, permitiendo al dinero constituirse en un nuevo valor de distinción.
La Corona garantizaba el orden social, y en esta tarea estaba apoyada por una burocracia ilustrada que quería corregir las desigualdades y convertirse en minoría de poder por encima de la élite dirigente tradicional, la nobleza. Sin embargo el ideal nobiliario y los prejuicios ante el trabajo eran los de toda la sociedad, incluidos los sectores humildes.
El reformismo ilustrado intentó realizar una cierta política social promoviendo al sector de la burguesía, que era la clase social que formaba el pilar financiero y fiscal de la Hacienda, y posibilitadora de un ambiente de desarrollo económico, para lo cual demandaba movilidad social por cuestiones distintas a la sangre, como la formación, el mérito, el servicio a la Monarquía o, sobre todo, el dinero.
Campomanes es uno de los más señalados ministros en este sentido, criticaba la acumulación de bienes en manos muertas, los intereses corporativos y monopolistas, y el desprestigio de la industria y el trabajo (por ese ideal nobiliar de que trabajar era innoble). Defendía la educación, el progreso científico y técnico y el artesanado rural como una forma de combatir la pobreza y valorar el trabajo manual, al mismo tiempo que abría los oficios a gente nueva. Considerando imprescindible declarar la actividad mercantil e industrial compatible con la nobleza.
Campomanes es uno de los más señalados ministros en este sentido, criticaba la acumulación de bienes en manos muertas, los intereses corporativos y monopolistas, y el desprestigio de la industria y el trabajo (por ese ideal nobiliar de que trabajar era innoble). Defendía la educación, el progreso científico y técnico y el artesanado rural como una forma de combatir la pobreza y valorar el trabajo manual, al mismo tiempo que abría los oficios a gente nueva. Considerando imprescindible declarar la actividad mercantil e industrial compatible con la nobleza.
La novedad más significativa de esta centuria es la aparición de clase media no plenamente burguesa en las ciudades, apoyada en el relativo progreso económico y en el amparo oficial pero con la mentalidad aristocrática imperante. La burguesía ilustrada y el funcionariado poderoso fueron factores de movilidad y cambio de la mano del dinero que podían aportar para colaborar con el Estado.
La nobleza a finales de siglo tenia síntomas de debilidad por diferentes causas:
2. Nobles, militares y burócratas en el siglo XVIII
La nobleza a finales de siglo tenia síntomas de debilidad por diferentes causas:
- Internas, como la ausencia de renovación, las uniones de títulos y la mala situación financiera.
- Externas, como las criticas que discutían su utilidad y la reducción de sus privilegios por el Absolutismo.
El Gobierno se plantea la reducción de nobles por lo que la venta o cesión de títulos se otorgaban ahora por méritos políticos o militares y las hidalguías fueron restringidas, sobre todo en el norte de la Península. Debido a que desde la mentalidad de la nobleza el trabajo manual no estaba bien visto, se dispusieron leyes (como por ejemplo las de 1682 y 1705) que declaraban que mantener fábricas no iba en desdoro de la nobleza, e incluso llegaban a ennoblecer a aquellos que demostraran una dedicación al comercio o a la industria por tres generaciones. Algunos nobles ilustrados comenzaron a dar ejemplo como el conde de Aranda, que creó una fábrica de loza en 1724.
Pese a estas leyes la base económica de la nobleza seguía siendo su patrimonio y sus rentas, su preeminencia en el señorío y la perpetuación de sus propiedades a través de la institución del mayorazgo. Pero en la mayoría de los casos el endeudamiento era lo normal: la falta de inversiones productivas y el excesivo coste de la vida noble eran los causantes. La enorme propiedad rural era, por regla general, el pilar básico de la economía de los nobles y por la que, mediante alquiler de lotes de tierras o casas, percibían rentas, diezmos, cargas públicas o derechos de monopolio sobre hornos, molinos,... etc.
En esta parcela no intervinieron los gobiernos del XVIII, es decir, la Corona NUNCA atacó el poder económico de los nobles y eclesiásticos, pero si dirigieron sus políticas contra el poder político de la nobleza. Los Borbones querían recuperar ese poder político en manos de la nobleza en beneficio de la jurisdicción real y la Hacienda. Para esta empresa Felipe V creó la Junta de Incorporación, pero no duró mucho y sus actos no obtuvieron muchos resultados debido a que los pueblos no veían diferencia de beneficios entre el poder nobiliar o el real. El poder de las oligarquías amparadas por la Corona fue, en algunos lugares, alternativa al poder de los nobles.
La Corona también haría hincapié en combatir el mayorazgo (ley por la cual los nobles no podían dividir su patrimonio), debido a los problemas sociales que provocaba, ya que se veía restringida la libre circulación de los bienes raíces. Pese a ello no se eliminaría el mayorazgo, solo se limitó establecer los vínculos más pequeños que se consideraban más dañinos para la sociedad.
Mayor trascendencia tuvieron las medidas en relación a la política de dar utilidad a los nobles y someterlos a la Corona. Se creó la Orden de Carlos III que recompensaba los servicios al Estado por parte de los nobles en parcelas como el ejército o la burocracia.
El ejército se hizo permanente y más numeroso, se profesionalizaron los mandos ubicándolos en una cadena de ascensos en los que primaban los nobles que vuelven mayoritariamente a él como una profesión. En la Marina Felipe V abordó temas como la unificación funcional y de la jerarquía de mando, la formación de los oficiales en las academias o la segregación de los Cuerpos de la Marina y del Ministerio, profesionalizándolos y así contribuyendo a que fueran copados por las oligarquías.
Respecto a la típica burocracia, ésta se nutrió de hidalgos que era un grupo nobiliar social definido por su formación y experiencia como oficiales y abogados. La eficiencia de la burocracia era la motivación que tenían para ascender en la escala de mandos e intentar igualarse con los grandes nobles de nacimiento. Estos ascensos llegaron en ocasiones a tapar el poder real debido a sus influencias y a sus redes clientelares (al final quien tenía que ascender a alguien no lo hacía por méritos, sino por beneficio personal, para crearse una clientela afín a su persona), pero con distintas capas, las altas las ocupaban los nobles colegiales y los escalones medios eran ocupados manteístas que no podían subir debido a su menor extracción social.
3. Los eclesiásticos
El enorme peso de este sector de la sociedad fue muy criticado por los ilustrados. El absolutismo se propuso recuperar todo lo que consideraba propio o fuese un obstáculo para el desarrollo del Estado, como la capacidad de propaganda y censura, la influencia social de los centros educativos y asistenciales, la jurisdicción eclesiástica, las exenciones fiscales o sus rentas y propiedades. Sin que esto implicaría romper la unión trono-altar ya que había una dependencia mutua pero sirvió para dar fuerza a la Corona. El Papado tampoco se resistió demasiado pues cedió muchas de ellas en el Concordato de 1753.
El clero era muy numeroso, estaba desigualmente distribuido y tenía una gran riqueza de bienes raíces que aportaba al estado grandes beneficios económicos pues no estaban los eclesiásticos completamente exentos de tributar, pero si disfrutaban de una situación fiscal favorable.
Los gobiernos de la segunda mitad de siglo pondrían su objetivo en las propiedades eclesiásticas de manos muertas, iniciando la desamortización y la venta de bienes de la Iglesia. Más tarde la Corona se encargaría, mediante el Concordato de 1753, del control financiero de la Iglesia y de todo lo que era hasta entonces exclusivo del clero. Los obispos se elegirían en el Consejo de Castilla y serían escogidos hidalgos o segundones de la aristocracia, con afinidad al poder y formación intelectual, dejando pues a la Corona el control de las prebendas de cabildos catedralicios y colegiatas.
La mayoría de los clérigos se ordenaban más por prestigio social que por vocación, convirtiéndose en un proletariado clerical localizados en las ciudades a la espera de conseguir un beneficio eclesiástico. Éstos fueron también seleccionados por la Corona que primó a los graduados universitarios o a los ya experimentados en parroquias, mediante un concurso por examen que los liberaba de cualquier otro criterio de elección.
El clero regular era muy abundante en el sur, sobre todo órdenes mendicantes masculinas, aunque con grandes diferencias internas, la Corona pretendió controlar el número de clérigos y su localización, disminuyendo el número de frailes, haciendo más selectiva la admisión y agrupando a los conventos o suprimiendo los más pequeños. La expulsión de los jesuitas fue un intento por anular su influencia en la sociedad, instigada por Campomanes que pretendía exigirles disciplina y rigor.
La vida en los monasterios fue muy criticada por los ilustrados, pero entre la población aunque eran impopulares por rentistas, se compensaba con su labor social a través del reparto de la sopa boba. Estaban compuestos por los hijos de burócratas, de la pequeña nobleza, de hidalgos o de los oligarcas, y su boyante riqueza entró en crisis a finales del siglo XVIII.
4. El núcleo urbano: la burguesía
Las ciudades se surtían de inmigración rural, como ocurrió con Madrid, y vivieron un proceso de reformas sobre todo urbanísticas que les dieron mayor higiene y organización. Entre 1700 y 1800 apareció en los núcleos urbanos un nuevo grupo social, formado por elementos mercantiles e industriales no agremiados, que se diferenciaban poco a poco del resto. Se sostenían sobre una trama de familias y redes aprovechando el auge demográfico, de la producción y de la reactivación comercial.
Los burgueses eran los que intervenían en actividades especulativas comerciales y financieras de alto nivel, conscientes de sus intereses y apoyados por los Borbones. Poco a poco este grupo social se encargaría de financiar al Estado en detrimento de los extranjeros del siglo anterior, por ello existía una mutua dependencia entre la Monarquía y este sector social. Se concentraban principalmente en Madrid, residencia de funcionarios, profesionales libres y los nobles, además de ser la ciudad de la banca por excelencia y albergar la residencia real. Un grupo muy importante se concentró en torno a los Cinco Gremios Mayores que posteriormente sería la Compañía General de Comercio con carácter estamental y corporativo.
El resto de burguesías eran periféricas y portuarias. Sevilla y Cádiz se disputaban el comercio de las Indias, enfrentando a dos diversas burguesías, los cosecheros sevillanos y los cargadores gaditanos. Los primeros con mentalidad conservadora invirtieron en renta inmobiliaria y gasto suntuario, los segundos con actitudes más individualistas y proto-liberales, generaron acumulación de riqueza, dinamismo social y tolerancia cultural. Málaga se centró en el control mercantil y la actividad financiera pero con mentalidad tradicional. En Canarias se daba una burguesía comercial que era prolongación de las actividades andaluzas, con un importante sector de extranjeros y tendencias librecambistas diversifican riesgos con participaciones en la industria y el comercio.
La fachada atlántico-cantábrica no tenía grandes núcleos de población y su actividad se centraba en astilleros, comercio con las Indias, el Arsenal del Ferrol, el comercio foráneo. Relevantes fueron las Provincias Vascas con comerciantes en todas partes gestionando aduanas y creando compañías como la Compañía Guipuzcoana de Caracas, y luego a finales de siglo con un núcleo radicalizado en política y economía. Navarra primaba el comercio y contaba con un grupo ascendente de comerciantes que estaban infiltrados entre las instituciones políticas triunfando en Madrid determinadas dinastías.
En el Mediterráneo, Valencia se benefició del tráfico de Cádiz y comerciaba seda, Alicante contaba con una comunidad comercial extranjera y los autóctonos eran comisionistas. Cartagena contaba con el Arsenal de la Armada y vivía del aprovisionamiento de la Marina. Mallorca vivía de la producción agraria y de su manufactura, pero sus mayoristas pronto pretendieron ennoblecerse invirtiendo en tierras. Destaca entre todas éstas la burguesía catalana, que tenía una doble vertiente industrial y comercial, sin considerar a estas actividades ningún tipo de desprestigio social ni impedimento para el ennoblecimiento. Eran muy endogámicos y sus inicios fueron los negocios de riesgo y de comisión aunque pronto diversificaron sus negocios, se inició la actividad financiera y las inversiones (barcos, la industria textil,...).
En general, el enriquecimiento de estos grupos mercantiles no disminuyó el tradicionalismo social y su propensión al ennoblecimiento o al control de la política local. Expresión de su prestigio son los Consulados, que ya no exigían limpieza de sangre para el ingreso y que promovían el reconocimiento social de los comerciantes, aunque cuando puedan entrar en ellos los hacendados comenzarán a decaer. Un plano inferior lo formaba la pequeña burguesía de las ciudades que se centraba en el textil y que no lograron separarse de la estructura gremial.
Otra clase burguesa eran los profesionales liberales, que se consideraban burguesía administrativa y de inteligencia, la cual se desarrolló en Madrid, Sevilla, Valencia o Zaragoza.
Otra clase burguesa eran los profesionales liberales, que se consideraban burguesía administrativa y de inteligencia, la cual se desarrolló en Madrid, Sevilla, Valencia o Zaragoza.
5. El núcleo urbano: los artesanos
La mayoría de los artesanos residía en los núcleos urbanos (y en zonas industriales como Cataluña), se organizaban entorno al núcleo familia/taller. Era un mundo cerrado que fue criticado por los ilustrados quienes estaban a favor del trabajo manual y en contra de los gremios. Aunque reportaban beneficios al Estado, la oposición más radical consideraba que los gremios negaban la libertad de trabajo y que sus ordenanzas eran injustas y contrarias a la concurrencia. Otros defendían la estabilidad social que conseguían y la asistencia mutua y solidaridad que proporcionaban a sus miembros.
En 1783 se declaró compatible el trabajo manual y la honra social, y se abrieron los gremios permitiendo la entrada de los chuetas o judíos mallorquines, y se permitieron ciertos trabajos a los foráneos y a las mujeres. En Madrid se suprimieron las cofradías para sustituirlas por los Montepíos. Todo fueron buenas intenciones que fueron contrarrestadas por una reorganización de los propios gremios.
El desarrollo del trabajo no agremiado (proto-proletariado), regido por relaciones laborales y más adecuado a la nueva organización económica (futura revolución industrial), fue el paso más decisivo en el cambio deseado por el Gobierno. Se dio un aumento de trabajadores en la industria algodonera, vinos, aguardientes, etc., y en empresas concentradas estatales o particulares, pero aún no son proletarios puros, ya que estaban arraigados y subsistían con viviendas baratas y varios miembros familiares. El alza de precios deterioró su situación a finales de siglo, pero aún sin conflictos sociales, que llegarían con fuerza en el siglo XIX.
6. Servidores, minorías y marginados
Empecemos hablando en este punto de los servidores o criados. Los criados eran a finales de siglo el 11,5% de la población activa, y se concentraban en las ciudades, aumentando entre las clases medias como mano de obra y como signo de ostentación social. Los ilustrados pretendieron al menos regular la relación entre amos y criados.
Pero si los criados eran útiles para la sociedad de la época y hasta bien vistos, los gitanos en cambio eran los más rechazados y menos integrados, ya que su carácter nómada anulaba los efectos de las leyes de asimilación. Se ordenó su censo y la concentración en grandes pueblos prohibiéndoles la asistencia a ferias y mercados. Sufrieron deportaciones, libertades vigiladas, la prohibición del nomadismo...etc., y llegaron a ser desterrados, aunque se permitió en 1749 regresar a los que tuviesen oficios. Se ordenaría que el término gitano no se emplease de forma peyorativa (aunque sin éxito).
En la sociedad de la época también eran normales los esclavos, aunque solo podían permitírselos los más pudientes, ya fuera como ayuda en casa o como mera fuerza bruta para plantaciones e industrias. Los esclavos se conseguían mediante las razzias que se llevaban a cabo en el norte de África, porque eran necesarios también para el Estado, en las galeras de Marina o en las obras públicas. Las leyes se suavizaron pero no se abolió la esclavitud porque era imprescindible para la explotación económica en América.
Externos a la sociedad eran los extranjeros, los cuales estaban protegidos por el Estado debido a su importancia comercial, lo que levantó celos entre la población debido a estos privilegios. Eran sobre todo franceses, alemanes, irlandeses, flamencos, suizos u holandeses organizados en Consulados. Eran ingenieros, maestros dedicados a la enseñanzas de nuevas técnicas productivas, y abrían sus propias fábricas de cerveza, relojes,... o bien eran grupos de trabajadores especializados contratados en grupo para las nuevas industrias.
Pero sin duda, entre las clases populares urbanas (que constituían una gran masa de pobreza alentada por la huida hacia las ciudades debido a la crisis y a la inmigración), debido al aumento de precios y la inestabilidad del mercado laboral, derivaron en una alta tasa de pobreza urbana. La gran pobreza urbana provocó un auge de mendigos (entre el 20 y 40% de la población de las ciudades). Estos pobres no eran todos iguales ya que el Gobierno se preocupó de catalogarlos según su situación: de solemnidad, y los vergonzantes (llamados delincuentes y vagos que no ejercían un oficio conocido). El Gobierno dio una solución atendiéndolos y proporcionándoles una utilidad con un componente coercitivo, como fuerza de trabajo.
La ordenanza de 1775 fijó una recogida anual de vagos y mendigos de las calles destinándolos al ejército, a los arsenales, obras públicas... etc., dándose así su reintegración social. Los que no podían trabajar serían recogidos en hospicios o Casas de Misericordia, como también se haría con los niños en inclusas cuando eran bebés, o reformatorios cuando eran más mayores, o con las mujeres de mala vida (prostitutas) en Casas de Recogida.
Se sustituyeron así las fórmulas tradicionales para asegurar la paz social que creaban en su opinión vagos (como el mutualismo gremial o la sopa boba), por una beneficencia pública que haría del pobre un súbdito productivo forzándolo a trabajar. Estas medidas no se pudieron llevar a cabo en parte debido a la falta de financiación y a la necesaria injerencia del clero en los asuntos de hospicios y casas de misericordia.
Se sustituyeron así las fórmulas tradicionales para asegurar la paz social que creaban en su opinión vagos (como el mutualismo gremial o la sopa boba), por una beneficencia pública que haría del pobre un súbdito productivo forzándolo a trabajar. Estas medidas no se pudieron llevar a cabo en parte debido a la falta de financiación y a la necesaria injerencia del clero en los asuntos de hospicios y casas de misericordia.
Las mujeres recibieron en este siglo una atención diferenciada respecto del pasado, ya que se defendió su capacidad como seres humanos, pues había una corriente ilustrada a su favor, con Feijoo y Josefa Amar de Borbón. Por ello en los círculos aristocrático se abrieron colegios para mujeres y se las permitió entrar en las Sociedades de Amigos del País. En 1778 se decretó la libertad de aprendizaje y trabajo femenino, y luego surgirían montepíos para viudas y huérfanos. También hubo atención sobre el número de niños ilegítimos abandonados que se creía consecuencia de los matrimonios de conveniencia, los cuales potenciaban el adulterio.
7. La sociedad rural: el campesinado
El 90% de la población vivía de la actividad agraria y en medios rurales, donde los cambios tuvieron poco efecto y visibilidad por su gran variedad. Dentro del sector agrario podemos distinguir varias clases sociales dependiendo de su poder económico y de su localización geográfica. Vamos a ir viéndolos y analizándolos brevemente.
En la cúspide de la sociedad rural (sin contar con los privilegiados), se hallaba la burguesía agraria, que era propietaria y gran arrendataria. Las medidas que se tomaron con los borbones, si les favorecieron, convirtiéndose así en un sector muy poderoso que llegó a ocupar cargos concejiles, controlar las comunidades y coquetear con la baja nobleza. La resistencia anti señorial y contra la fiscalidad y la propiedad eclesiástica, llevaría al Gobierno a llevar a cabo las primeras desamortizaciones que favorecía a este sector burgués.
En la cúspide de la sociedad rural (sin contar con los privilegiados), se hallaba la burguesía agraria, que era propietaria y gran arrendataria. Las medidas que se tomaron con los borbones, si les favorecieron, convirtiéndose así en un sector muy poderoso que llegó a ocupar cargos concejiles, controlar las comunidades y coquetear con la baja nobleza. La resistencia anti señorial y contra la fiscalidad y la propiedad eclesiástica, llevaría al Gobierno a llevar a cabo las primeras desamortizaciones que favorecía a este sector burgués.
Por otra parte se encontraban los pequeños campesinos, que eran un grupo por debajo de la burguesía agraria. Completaban sus ingresos con el trabajo artesanal o como jornaleros pero que al fin y al cabo vivían endeudados.
Los jornaleros estaban más abajo aún en la escala social. Se concentraban especialmente al sur del río Tajo, en Andalucía y eran casi inexistentes en el norte. Los jornaleros no contaban con ningún tipo de propiedad. Las prácticas capitalistas posteriores llevaron a su proletarización, y su situación era aún más precaria en los lugares de grandes concentraciones de jornaleros, pues su trabajo era muy mal pagado cuando había un alto número y además sufrían el paro estacional.
Los jornaleros estaban más abajo aún en la escala social. Se concentraban especialmente al sur del río Tajo, en Andalucía y eran casi inexistentes en el norte. Los jornaleros no contaban con ningún tipo de propiedad. Las prácticas capitalistas posteriores llevaron a su proletarización, y su situación era aún más precaria en los lugares de grandes concentraciones de jornaleros, pues su trabajo era muy mal pagado cuando había un alto número y además sufrían el paro estacional.
En el norte los jornaleros o pequeños campesinos de minifundios tenían la misma miseria, y tenían que completar sus ingresos en otros tipos de trabajos o emigrando. Situación que se complicaba en las Provincias Vascas con el sistema de heredero único, lo que provocó que solo en la viticultura se encontraran relaciones agrarias de tipo capitalista.
En Aragón se mantenía un régimen feudal riguroso en ciertas zonas, y donde la renta de la tierra era proporcional a la cosecha, los campesinos se proletarizaron y acabaron emigrando a la capital, Zaragoza. Había también una importante burguesía de labradores vinculados a la administración señorial y al poder concejil.
En Cataluña los propietarios de masías eran baja nobleza o patriciado urbano, los cuales prosperaron apoyándose en asalariados o arrendándolas en enfiteusis. La transmisión patrimonial del “hereu” (heredero) concentraba y racionalizaba la explotación. En zonas de viñedo predominaba el contrato a “rabassa morta”, para el cual en 1765 se prohibieron prácticas que dañaran la cepa y se limitó la duración de los contratos a 50 años, pero en 1793 y 1806 los “rabassaires” reclamaron la duración indefinida sin éxito.
En las explotaciones pequeñas predominaba la “masovería”, como la aparcería, el dueño y el labrador se repartían los frutos, pero el cultivador pagaba al fisco y mejoraba el cultivo. Todo esto provocó que se crearan clases medias y capitales luego invertidos en industria y comercio en esta región.
En Valencia la expansión agraria y el alza de precios exigían una red comercial, ágil y capital y eso provocó que los campesinos fueran dependientes de los comerciantes provocando nuevas relaciones.
En Murcia los labradores-arrendatarios convivían con pequeños propietarios y el equilibrio social era mayor porque había grupos intermedios, llegando a formarse una burguesía agraria oligarquizada pero no ennoblecida.
En Mallorca existía la gran propiedad noble, labradores acomodados, arrendatarios y pequeños campesinos con agricultura de subsistencias, acudiendo al jornal para complementar sus ingresos.
En Murcia los labradores-arrendatarios convivían con pequeños propietarios y el equilibrio social era mayor porque había grupos intermedios, llegando a formarse una burguesía agraria oligarquizada pero no ennoblecida.
En Mallorca existía la gran propiedad noble, labradores acomodados, arrendatarios y pequeños campesinos con agricultura de subsistencias, acudiendo al jornal para complementar sus ingresos.
En Castilla la Vieja convivían muchas situaciones, predominando según las zonas: la pequeña propiedad en el norte, los arrendamientos en el centro y la gran propiedad en el sur compensados por la abundancia de propios concejiles. Quienes estaban en peor situación eran los arrendatarios a corto plazo, por eso en 1768 se impidió el despojo, aunque no pudieron impedir que les subieran la renta en cada renuevo.
En Castilla la Nueva había mucha tierra amayorazgada con grandes propietarios, y muchos labradores y jornaleros, como en Extremadura donde los prados mesteños fueron claves para intentar mejorar la distribución de la tierra sin que las medidas de Carlos III lo consiguieran.
En Andalucía es donde se constata la mayor polarización social, porque la nobleza poseía la tierra y la explotaba en latifundios y la gente urbana los arrendaba para subarrendarlos o cultivarlos con jornaleros. Sólo en la zona oriental había una pequeña propiedad heredera de los repartimientos de cuando se expulsaron los moriscos.
La falta de tierra contrastaba con la abundancia de despoblados causados por la Mesta y por razones históricas, por eso en 1749 Ensenada inició una política de repoblación, en 1767 con las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena, y en 1769 con la Junta de Repoblación de Salamanca. La repoblación de Sierra Morena trajo mano de obra alemana, dirigida por Olavide, que sirvió para asegurar la ruta Madrid-Cádiz, y fue un utópico experimento de sociedad sin clases.
Mayor éxito tuvieron los repartos de tierras y comunales de 1767 que no beneficiaron a jornaleros sino a poderosos: nobles, labradores acomodados… etc.
CONCLUSIÓN: a pesar de todo, era una sociedad poco conflictiva
A pesar de los altos niveles de pobreza, entre la Guerra de Sucesión y los motines de 1766 apenas hubo estallidos de violencia social. Las tensiones se canalizaban con denuncias ante los tribunales de la Corona, y la proliferación de pleitos revela una reacción contra los abusos, como los libelos y sátiras contra los poderosos y el aumento del contrabando, así como todo aquello que afectara a los terratenientes o aquellos que dependían de las rentas.
Los motines vinieron dados por tensiones cotidianas o el elevado precio de los alimentos, mezclados con resistencia anti-señorial o defensa de los fueros. Esto último llevó a la “machinada” en las Provincias Vascas, donde Felipe V trasladó las aduanas del interior a la costa para favorecer los intercambios comerciales y la libertad de movimiento y se consideró violaba sus leyes además de causar alza de los precios.
El hecho más grave que quizás se puede destacar fue la conjunción de motines que se dieron en 1766, que la Corte creía que estaban dirigidas por un solo organizador pero que no fue así. Fueron simultáneos y provocados por el antiabsolutismo y la xenofobia, se quejaban por la falta de abastecimiento de alimentos, incapacidad y corrupción de las autoridades, la subida de los alquileres, la presencia de extranjeros en el gobierno,...etc.
En busca de responsables, Carlos III expulsó a la Compañía de Jesús (jesuitas) y se inició un programa de control social llevado a cabo por el conde Aranda, que supuso reforzar la policía en Madrid y el incremento de la guarnición militar. La ciudad se dividió en barrios regidos por un alcalde y se evitaron los vagabundos, se mejoró el suministro de productos y se limpió el poder de los oligarcas. En el ámbito rural se inició la elaboración de la Ley Agraria para mejorar las condiciones pues era necesario aumentar los excedentes para bajar los precios y fomentar el consumo.
También la falta de tierras y la imposibilidad de expansión agrícola por las usurpaciones de los terrenos de uso comunal fueron un foco de conflictos, y provocaron continuas disputas entre arrendatarios y propietarios con relación al tiempo de arrendamiento. Como también lo fue el poder de la Mesta, considerada intocable hasta el reinado de Carlos III, cuando se dictaron decretos que limitaban los derechos de la Mesta. Se daban casos en que los campesinos se resistían a pagar los derechos señoriales de protección o los intereses de los censos a los prestamistas causando revueltas por ejemplo en Valencia.
El funcionamiento de los ayuntamientos y su mala administración, las redes de intereses y clientelas, el nombramiento de cargos, o el incumplimiento de ordenanzas, eran también todos motivos de disputas. Los síndicos y diputados del común movilizaron a los vecinos contra ellos o se aliaron con el poder, según las zonas. También hubo protestas contra la propiedad eclesiástica y el diezmo.
En zonas costeras y fronterizas fue en aumento el contrabando que eludía controles fiscales afectando directamente a los intereses señoriales y de la Hacienda. Para poner un poco de orden en la delincuencia y bandolerismo se crearon los Mossos d'escuadra en Cataluña y los Guardas de Costas en Granada, se intensificaron las penas y se proyectaría un código penal que no llegó a hacerse.
En la segunda mitad del siglo XVIII se intensificaron los conflictos pero la tradición, la diversidad social y de intereses, el individualismo, la desconfianza o la ignorancia y el control ideológico impidieron la acción y las estrategias comunes colectivas, favoreciendo así a los poderosos.
Por último añadir que a pesar de todos los esfuerzos, Aafinales de siglo el objetivo de los ilustrados de crear una sociedad laboriosa y ordenada distaba de alcanzarse. La sociedad seguía alborotada y sumida en una profunda desigualdad.
Por último añadir que a pesar de todos los esfuerzos, Aafinales de siglo el objetivo de los ilustrados de crear una sociedad laboriosa y ordenada distaba de alcanzarse. La sociedad seguía alborotada y sumida en una profunda desigualdad.
¡Feliz Viernes! - Hacer historia, aprehender la historia, aprendes la historia
7/Octubre/2016
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