Con la presente entrada continuamos hablando del contexto del siglo XVIII en España.
1. Pensamiento económico y fracaso de la política económica
Por un lado, en aquella época, tenían las ideas reformistas en materia económica, el planteamiento de lo que se ha de hacer, pero luego por otro lado se topaban con la capacidad del Estado borbónico de ponerlas en marcha. Existió un gran desfase entre ambas ideas y se consiguió en realidad mucho menos de lo que se anunciaba en las reformas, ya que no había suficientes medios financieros para aplicarlas.
El protagonista de la puesta en marcha de estas medidas sería el Estado, pero se mantuvo limitada, a lo largo del siglo, tanto la contribución como la colaboración de otros agentes económicos. Cuestiones como las infraestructuras viarias que en Gran Bretaña contaban con capital estatal y privado, en España se mantuvo, prácticamente, con el presupuesto estatal y se guió por criterios políticos y no por criterios económicos, lo cual llevaría en última instancia a un atraso en las comunicaciones y redes comerciales.
El protagonista de la puesta en marcha de estas medidas sería el Estado, pero se mantuvo limitada, a lo largo del siglo, tanto la contribución como la colaboración de otros agentes económicos. Cuestiones como las infraestructuras viarias que en Gran Bretaña contaban con capital estatal y privado, en España se mantuvo, prácticamente, con el presupuesto estatal y se guió por criterios políticos y no por criterios económicos, lo cual llevaría en última instancia a un atraso en las comunicaciones y redes comerciales.
Los Borbones elevaron los recursos financieros pero mantuvieron la distribución del presupuesto: un excesivo gasto militar, con más del 70% del presupuesto nacional destinado a las Fuerzas Armadas, y un 10% para el mantenimiento de la Corona, quedando un reducido margen (solo 20%) para absolutamente todas las demás atribuciones. Por tanto, esta limitación financiera fue el punto débil de este programa de reformas.
Se buscaban soluciones a los problemas económicos mediante un doble camino, por una parte se pretendía liberalizar el estado y por otra estimular determinadas producciones, para lo que se empleaba el sistema de conceder franquicias y privilegios. Es decir, se intentaba potenciar la economía eliminando trabas antiguas e imponiendo otras trabas nuevas, como por ejemplo eran los monopolios de empresas de capital estatal o privilegios a empresas privadas (desgravaciones para la adquisición de materias primas, libertad de alcabalas para las primeras ventas o de obligaciones militares). La finalidad sería crear más mercado, pero, en realidad, introducían limitaciones a su propio crecimiento y se conseguía los mismos efectos que años anteriores. En resumidas cuentas, fracaso en las políticas económicas.
También, se puso en evidencia algo complicado de cambiar, que era el entramado constitucional del país y su adecuación a las necesidades de la nueva realidad económica. Fue difícil alterar los derechos y privilegios adquiridos históricamente por los distintos grupos sociales y políticos (en especial la alta nobleza y el clero), y además costoso, pues había que compensar económicamente a los perjudicados. Todas las reformas de verdadera importancia se acababan abandonando porque chocaban contra los privilegios de estos grupos.
La política económica española del siglo XVIII tuvo como base una tradición reformista, que ante una mejora en las condiciones políticas de acción del Estado pudo ser desplegada con mayor intensidad. Además, la influencia del pensamiento económico europeo añadió estímulos y enriqueció la política económica española con una orientación mercantilista y un enfoque modernizador en sus bases de producción y de su capital humano. Pero fueron logros hipotéticos en parte, ya que faltó la necesaria financiación y la incapacidad de alterar el régimen constitucional heredado.
2. La hipoteca militar y Hacienda: el ascenso de los financieros españoles
El Estado español contaba con el monopolio en la producción de plata y mercurio desde el siglo XVI y pudo llevar a cabo una política imperialista que repercutió en la economía nacional siendo la base de la crisis del siglo XVII. La mala distribución de los tesoros llegados de América y la necesidad de financiar el gran esfuerzo militar hizo que se tomaran medidas gubernamentales que devaluaron la moneda y hundieron la producción, obligando también a ceder parcelas de recaudación y gestión fiscal.
No se puede entender la economía del siglo XVIII en España sin tener presentes ambos conceptos: tesoro americano e hipoteca militar, pues ambos continúan aunque se produzcan importantes cambios. El Tratado de Utrecht supuso el reparto de posesiones españolas en Europa a sus contendientes cuando Felipe V fue reconocido rey de España, e hizo salir a España de los conflictos centroeuropeos, lo que implica que necesitaba menos financiación exterior y los banqueros y asentistas extranjeros perdían interés en el control de las rentas de la Corona.
Ahora se ofrece la oportunidad de ocuparse de la financiación militar peninsular a los banqueros españoles, que fueron capaces de atender las demandas financieras del Estado, demandas mucho menores que en el siglo XVII. Entre ellos destacan los navarros, que antes colaboraban con los extranjeros y ahora adquieren plena autonomía, muy vinculados a la política nacional y las Secretarías de Hacienda, los cuales atendían las necesidades militares y adelantaban capitales al rey. Se deja pues el gasto militar en manos del incipiente capitalismo comercial mercantil.
Es una situación parecida a la del siglo anterior pero antes era a través de prestamistas europeos y ahora son españoles, con actuación en el territorio peninsular y por eso consiguen una mejor redistribución de recursos entre los municipios, sube el consumo y aumentan los ingresos fiscales. Se mantendrá la limitación estatal en asuntos financieros para todo proyecto económico ya que el gasto militar y el de la Corona seguían siendo excesivos, pero la suspensión de pagos de 1739 actuaría como catalizadora de un nuevo cambio.
3. La reforma hacendística y fiscal de los Borbones
La Guerra de Sucesión dio a la Corona la legitimidad y oportunidad de realizar una serie de medidas legislativas para favorecer la gestión y control de la política fiscal y financiera desde el Ministerio de Hacienda (Secretaría de Estado y del Despacho Universal de Hacienda), ya que el esfuerzo militar de la guerra fue financiado en la Corona de Castilla y, no quedó más remedio, que incrementar los impuestos con algunos extraordinarios.
Lo primero que hizo la Corona cuando tuvo la oportunidad, fue una equiparación impositiva dentro de la propia Península (a excepción de Navarra, País Vasco, Canarias..., territorios fieles al Borbón), ya que recordemos que el reino de Aragón tenía sus propias leyes. Los Decretos de Nueva Planta impuestos por Felipe V, primer monarca Borbón, modificaron el sistema fiscal de la Corona de Aragón, imponiendo unos cupos impositivos, conocidos como "equivalentes".
Se impone también una estructura política-administrativa uniforme y centralista en todo el territorio por igual, el absolutismo monárquico. Significó el fin de la independencia fiscal que disfrutaban en Aragón, ya que los cupos serían el equivalente a las "rentas provinciales castellanas" denominándose en Aragón, "contribución única", en Valencia, "equivalente" y en Baleares, "talla".
Se impone también una estructura política-administrativa uniforme y centralista en todo el territorio por igual, el absolutismo monárquico. Significó el fin de la independencia fiscal que disfrutaban en Aragón, ya que los cupos serían el equivalente a las "rentas provinciales castellanas" denominándose en Aragón, "contribución única", en Valencia, "equivalente" y en Baleares, "talla".
Sin embargo no se unificó contributivamente toda la península pues se mantenían las llamadas "provincias exentas" como hemos mencionado, que eran las provincias Vascas, Navarra, y Canarias, libres de derechos aduaneros debido a la vigencia del régimen foral.
Pero además la desigualdad fiscal siguió existiendo ya que el crecimiento demográfico no fue por igual en todas las regiones y además no se cobraba por el mismo concepto en ellas: en Castilla las rentas provinciales eran impuestos indirectos que gravaban el consumo y crecieron en todo el siglo, sin embargo los cupos del reino de Aragón se mantuvieron estables y además eran impuestos directos sobre la renta y facilitaron más el crecimiento económico.
Pero además la desigualdad fiscal siguió existiendo ya que el crecimiento demográfico no fue por igual en todas las regiones y además no se cobraba por el mismo concepto en ellas: en Castilla las rentas provinciales eran impuestos indirectos que gravaban el consumo y crecieron en todo el siglo, sin embargo los cupos del reino de Aragón se mantuvieron estables y además eran impuestos directos sobre la renta y facilitaron más el crecimiento económico.
También intentó la Corona acabar con la compleja maraña impositiva castellana, a través de la propuesta de creación de un impuesto único en 1749, de alcance universal y proporcional a los ingresos de los contribuyentes. Su aplicación chocó con los privilegios fiscales que tenían distintos individuos e instituciones y también con las dificultades para evaluar la riqueza de los súbditos. La Corona tuvo que desistir ante la oposición de iglesia, nobleza, gremios, fabricantes, etc. y tras un largo proceso de recogida de información que ha dejado una fantástica documentación, Carlos III en 1770 las declaró abolidas.
4. Hipoteca militar y deuda nacional
La segunda mitad de siglo estuvo dedicada a buscar dinero para sostener el fuerte aumento presupuestario bélico, ya que el mercantilismo comercial demandaba una eficaz defensa del imperio colonial (es decir, para proteger a los barcos comerciales hacían falta muchos barcos de guerra). Para ello había que disponer de una marina capaz de operar a nivel mundial, por lo que se construyen buques de guerra, maquinaria cara y compleja en un esfuerzo enorme por parte de España. En 1730 tenía 10 buques y se pasa en el año 1749 a un total de 91 buques, consigue superar a Francia y Holanda y seguir el ritmo de Inglaterra, que en 1795 contaba con 264 buques.
Esta carrera armamentística europea contribuyó al desarrollo de las economías nacionales por su alto nivel de competitividad y su utilización en la lucha por los mercados coloniales. El caso español fue sobresaliente pues todo se realizó con recursos peninsulares y coloniales. Sin embargo, este esfuerzo militar de defensa había que pagarlo y se necesitaban más ingresos en Hacienda, pero el reformismo había conseguido mayor poder para la Corona anulando la representación nacional y con ella las negociaciones fiscales que habían dado tanto margen de maniobra a los Austrias.
A partir de 1770 la Corona demandará más ingresos, los recursos eran insuficientes y se recurrió al aumento de cargas, como las provinciales o la renta del tabaco. Coincide con la Guerra con Gran Bretaña (1779-1783) y se exige un serio esfuerzo fiscal: la creación de una Deuda nacional. Es decir, se hizo una apelación al crédito público emitiendo unos títulos de Deuda llamados "vales reales", amortizable en veinte años con un interés del 4%.
En 1782 se creó el Banco de San Carlos (antecedente del Banco de España) inspirado por el financiero de origen francés, Francisco Cabarrús y dirigido por un consorcio. Se consigue una vieja aspiración de disponer de un "banco nacional" como otros estados europeos, pero significó la derrota de los Cinco Gremios Mayores de Madrid que hasta el momento había desempeñado las funciones comerciales y financieras que ahora pasaban en régimen de monopolio al Banco de San Carlos.
La fundación del banco y el fin de la guerra permitieron sostener el crédito de los vales hasta 1793, luego España vuelve a involucrarse en otras guerras hasta 1808, sufriendo los vales una fuerte devaluación y la aparición de una deuda desorbitada. No quedó más remedio que volver a las tradicionales fuentes de financiación: donativos, préstamos de instituciones y particulares y aumento de impuestos. Se complica la situación cuando no llegan rentas de Indias y se adoptan nuevas medidas como la desamortización que ponen a la venta tierras eclesiásticas. Todo resultó insuficiente y, finalmente, se acabó recurriendo, a préstamos exteriores holandeses y franceses que solo solucionaron parte de esa deuda y volvieron a crear la hipoteca militar.
La invasión de España por los franceses, dividió el reino en dos Haciendas y se contribuyó aún más al descontrol: economía paralizada, gasto imparable y estructura desarticulada, provocando que no se pueda reaccionar ante la independencia de las colonias en 1814. Se sigue viendo la necesidad de reformas, pero este desastroso final no oculta el éxito del XVIII en salir de la deuda exterior de la centuria anterior.
5. Aumento del consumo
Una de las claves del crecimiento de la economía española del siglo XVIII, fue el aumento del consumo en función a tres factores:
- Aumento demográfico. Más consumidores.
- Aumento de los niveles de urbanización. Las ciudades recuperan protagonismo.
- Aumento de las relaciones comerciales, tanto internas como externas.
A) AUMENTO DEMOGRÁFICO
El número de habitantes es necesario para una economía de autoconsumo y de mercados locales, ya que la demanda se incrementa y da lugar a una mayor marcha de la economía. Además, en algunos sectores se incrementa la demanda de mercados lejanos para aumentar el local y regional. Al contrario de los que ocurrió en el siglo XVII, las regiones españolas registraron un importante incremento de su población a lo largo del XVIII. De 7,7 millones de habitantes a principios de siglo, se pasa a más de 11 millones al finalizarlo, una tendencia alcista similar a la que en el mismo periodo presenta Europa. Crecieron sobre todo el mundo rural, la cornisa Cantábrica, Andalucía y el Mediterráneo, aunque a finales se produce un cierto estancamiento.
El número de habitantes es necesario para una economía de autoconsumo y de mercados locales, ya que la demanda se incrementa y da lugar a una mayor marcha de la economía. Además, en algunos sectores se incrementa la demanda de mercados lejanos para aumentar el local y regional. Al contrario de los que ocurrió en el siglo XVII, las regiones españolas registraron un importante incremento de su población a lo largo del XVIII. De 7,7 millones de habitantes a principios de siglo, se pasa a más de 11 millones al finalizarlo, una tendencia alcista similar a la que en el mismo periodo presenta Europa. Crecieron sobre todo el mundo rural, la cornisa Cantábrica, Andalucía y el Mediterráneo, aunque a finales se produce un cierto estancamiento.
Aún así, no se solucionó el mayor problema demográfico que tenía España: su baja densidad de población, situada en 21 hab./Km. menos de la mitad que en Europa, aunque hubiera disparidades regionales. La decadencia del siglo XVII contribuyó a desplazar la actividad económica hacia el litoral, tendencia que se consagra en el XVIII, ya que la periferia estaba densamente poblada a finales de siglo, frente a un interior despoblado (Castilla 46 hab./km., Extremadura 10 hab./km.), de ahí la baja densidad en general. Esto perpetuaba actividades extensivas agrícolas y ganaderas y un constante flujo migratorio francés.
La causa de este crecimiento poblacional parece estar relacionada con las oportunidades económicas desarrolladas en cada región, que modifican las condiciones demográficas, incluso se detectan algunas mejoras en estas variables poblacionales como aumento de fertilidad y reducción de la edad del matrimonio. El descenso de mortalidad fue debido a una mejor actuación del Estado en la lucha contra la difusión de epidemias o en la distribución de alimentos. Por lo que los aumentos de mortalidad se registran a final de siglo coincidiendo con la caída del aparato estatal.
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Evolución de la población en España (Autor foto: Gallowolf Fuente: wikipedia) This file is licensed under the Creative Commons Attribution-Share Alike 3.0 Unported license. |
B) AUMENTO DE LOS NIVELES DE URBANIZACIÓN
La sociedad de consumo experimentó en el siglo XVIII un auge sin precedentes, hasta tal punto que se necesitó una transformación de los sistemas de producción y llevó a la Revolución Industrial. Uno de los factores que más contribuyó a este auge fue el aumento de los niveles de urbanización. Las ciudades recuperan la importancia que perdieron durante el siglo anterior y fueron capaces de articular y dirigir una parte importante del crecimiento económico, marcando su recuperación.
La sociedad de consumo experimentó en el siglo XVIII un auge sin precedentes, hasta tal punto que se necesitó una transformación de los sistemas de producción y llevó a la Revolución Industrial. Uno de los factores que más contribuyó a este auge fue el aumento de los niveles de urbanización. Las ciudades recuperan la importancia que perdieron durante el siglo anterior y fueron capaces de articular y dirigir una parte importante del crecimiento económico, marcando su recuperación.
En 1600 había 37 núcleos urbanos con más de 10.000 habitantes, en 1700 el número desciende a 22, pero a final del XVIII, había ya 34 núcleos urbanos con 10.000 habitantes, y más del 11% de la población española vivía en ciudades. Se intensifica el atractivo de las ciudades ofreciendo servicios que sostenían una corriente migratoria hacia ellas. Esta recuperación urbana limitó, por otro lado, las actividades manufactureras rurales que sí eran importantes en Europa. Una parte de la industria española se instala en las ciudades siendo dirigidas por las élites de la sociedad, y no se realizan inversiones en mejoras agrícolas como hacían los europeos.
El incremento urbano obliga al gobierno a desarrollar un programa de actividades de ordenación y decoro urbanístico y el monopolio de los servicios educativos o sanitarios. Otro avance de las ciudades fue que cada ciudad tenía su razón de ser en función a su situación geográfica, siendo líderes en un sistema de jerarquía urbana cuya base estaba en su posición dominante en las relaciones comerciales. Eran ciudades de puerto de mar, donde se concentraban los comerciantes capaces de ofrecer los mejores servicios de intermediación entre productores y consumidores, además de proporcionar información y financiación. Bilbao, San Sebastián, Santander, La Coruña, Cádiz y Málaga articularon la mayor parte de las relaciones económicas, pero, también, su actividad quedará reflejada en el interior.
La única gran ciudad del interior, igual de importante que las de la periferia, será Madrid. De 109.000 habitantes a principios de siglo, pasa a 190.000 a fines de la centuria. Sin embargo existe un dato característico, mientras que Madrid albergaba al 2% de la población de la Corona de Castilla, concentraba más del 17% de las rentas del reino dándole una imagen negativa respecto a su área de influencia. Una imagen de ciudad depredadora, que se beneficiaba de los bienes de consumo del interior castellano y a la que se culpa de su lento crecimiento por el régimen monopolístico o de escasa competencia en su abastecimiento.
C) AUMENTO DE LAS RELACIONES COMERCIALES
El incremento de las relaciones comerciales fue otro de los factores que contribuyeron al aumento de la producción y su consiguiente demanda. Diversas medidas como la supresión de las aduanas interiores o " puertos secos" las beneficiaron. Las ciudades, tanto periféricas como interiores, pagaban unas series de rentas aduaneras o generales entre reinos, ahora se eliminan las existentes entre Aragón y Castilla, pero no las de las provincias exentas como Navarra o el País Vasco. Esta medida estimuló el comercio interior y ofreció importantes oportunidades a la agricultura especializada y a la producción de textiles catalanes y valencianos, que comenzaron a entrar en Castilla.
El incremento de las relaciones comerciales fue otro de los factores que contribuyeron al aumento de la producción y su consiguiente demanda. Diversas medidas como la supresión de las aduanas interiores o " puertos secos" las beneficiaron. Las ciudades, tanto periféricas como interiores, pagaban unas series de rentas aduaneras o generales entre reinos, ahora se eliminan las existentes entre Aragón y Castilla, pero no las de las provincias exentas como Navarra o el País Vasco. Esta medida estimuló el comercio interior y ofreció importantes oportunidades a la agricultura especializada y a la producción de textiles catalanes y valencianos, que comenzaron a entrar en Castilla.
También se intentaron suprimir los derechos de tránsito cobrados en puentes o barcas, pero fue más difícil pues sus beneficiarios eran de la nobleza, instituciones eclesiásticas o municipales. Se solventó a través de una política de construcción de nuevos caminos, una de las principales reclamaciones de los pensadores políticos y económicos. En la segunda mitad del siglo XVIII se diseña un programa de creación de "caminos reales" con estructural radial, es decir, caminos que confluyen en Madrid y aseguraban las comunicaciones de la corte con las principales ciudades de la costa. Toda su construcción fue gestionada por el Estado y se realizaron más de 3.000 km. entre 1750 y 1780. Mejoraron las comunicaciones de la meseta con la cornisa cantábrica y el Mediterráneo.
Esto provocó que el tráfico interior de mercancías fuera importante desde la periferia al interior, y, en menor medida, en sentido inverso. La periferia, especialmente levantina y andaluza, era donde se concentraba la mayor actividad económica, se desarrollaba una agricultura intensiva (vino, aceite, arroz) y se generaban productos textiles (lana, seda), distribuidos por transportistas de la zona y vendidos en tiendas regentadas por catalanes y valencianos en Castilla. Madrid actuó de forma decisiva, era el estímulo del tráfico hacia el interior y destino final de muchos productos.
En cuando al tráfico y consumo exterior, el crecimiento de la Europa septentrional fue decisivo durante este siglo contribuyendo al desarrollo de la economía española y a incrementar su demanda y consumo de productos agrícolas y materias primas españolas. Vino, sal, aceite, lana, hierro, fueron demandados de forma creciente por los europeos, pues éstos buscaban en España cargas de retorno para los buques en los que transportaban productos manufacturados a la Península y sus colonias. En su interés por disponer de fletes de retorno, algunos grupos económicos extranjeros llegaron a invertir en la puesta en marcha de algunas producciones, como fue el caso de los ingleses en Málaga, en torno a los vinos mistelas.
Los productos más demandados por los europeos eran la plata americana y la lana española. La plata llegaba a Europa por su alto valor y como pago por las importaciones realizadas, ésta fue una de las principales razones del constante tráfico de comerciantes y productos hacia España. Como se necesitaba autorización real para la exportación, pronto se desarrolló un fuerte contrabando por tierra y mar. La demanda europea de lana española, merina de extraordinaria calidad, estuvo unida al ascenso de la industria textil europea, incluso, por las necesidades de materia prima de la española. España exportaba la materia prima y las fábricas europeas realizaban la manufactura que luego nos vendían a un elevado coste, obteniendo España así una balanza de pagos negativa.
La demanda europea se complementó con la de las colonias americanas (las Indias), aunque la primera sería superior hasta finales de siglo, cuando el 60% de las exportaciones españolas iban dirigidas a los europeos.
6. Aumento de la producción agropecuaria e industrial
A) PRODUCCIÓN AGROPECUARIA
La expansión agraria del siglo XVIII se fundamenta en el ligero crecimiento producido a fines de la centuria anterior, cuando el descenso de la población y caída de las rentas rurales modificaron la producción posibilitando que los terratenientes endeudados aceptaran contratos a mayor plazo y con utilización extensiva de la tierra, esto provocó ligeros signos de crecimiento y diversificación, se difundieron nuevos productos como el maíz, creando la posibilidad de estrategias de asociación de ganadería y agricultura intensiva.
De tal manera que, a comienzos del siglo XVIII, se observa un proceso de expansión que se prolonga hasta mediados en la mayoría de las regiones españolas (menos en la cornisa cantábrica). Expansión que no altera las condiciones existentes pues el principal producto agrícola sigue siendo el cereal en toda la península, pero no por su valor en el mercado, sino por su condición de alimento básico.
En las regiones periféricas comienza a iniciarse la sustitución de cereales por otros cultivos más especulativos y rentables, ejemplo de ello es que en el levante y hoyas granadinas y malagueñas se evoluciona hacia una intensificación y diversificación de cultivos, dando paso el trigo y la cebada a la viticultura o el arroz.
En las regiones periféricas comienza a iniciarse la sustitución de cereales por otros cultivos más especulativos y rentables, ejemplo de ello es que en el levante y hoyas granadinas y malagueñas se evoluciona hacia una intensificación y diversificación de cultivos, dando paso el trigo y la cebada a la viticultura o el arroz.
El resto de la agricultura tenía limitadas posibilidades de mejora, porque la estructura de la propiedad, los derechos exclusivos sobre determinados recursos y la intervención de los municipios imposibilitaban los intentos de liberalización. Era una cuestión económica, pero también, social y solo el Estado podía transformar ese régimen.
Los Borbones adoptan una serie de medidas para mejorar la distribución de la propiedad, pero no las realizan hasta 1760 cuando se llega a un estancamiento de la agricultura española y quejas por parte de los labradores ante la crisis alimentaria. El Consejo de Castilla, promulgó una ley agraria para aliviar la tensión y estimular la distribución de la tierra, pero las medidas centrales se centraron más en el aumento de la producción. Se decretaron repartos de tierras, favoreciendo la colonización, limitando la ganadería trashumante y abordando una tímida desamortización, todo ello inútil para solucionar la injusta y desigual distribución de la propiedad, que estaba en el 99% de los casos en manos de la gran nobleza, iglesia y oligarquías municipales.
Mejores fueron las medidas para modificar las condiciones del mercado y aumentar la producción. En 1765 se autoriza la transcendental cédula de Libertad de Comercio de cereales, acabando con la tasa sobre el trigo para conseguir una mayor regularidad en la circulación, pero se consiguió lo contrario: un acaparamiento y una especulación incontrolados. La ley se mantuvo hasta finales de siglo y el cereal siguió predominando sobre los demás, aunque se debió importar grano extranjero masivamente.
Otros productos importantes son: legumbres, garbanzos, judías y destacar la patata que tarda en introducirse desde el continente americano, se inicia en España en 1768 y más tarde, será el alimento básico del campesinado. Entre los arbóreos destacar el olivo en Andalucía, Aragón y Cataluña, siendo el primer producto nacional. En 1758 el vino constituirá el capítulo principal de las exportaciones de Cataluña y Andalucía.
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Flor de la patata, la cual será el tubérculo que alimente Europa en el siglo XIX - Imagen de dominio público |
En cuanto a los frutales, dos que empiezan a tener valor comarcal: el manzano, en el norte, y el naranjo en Valencia. La caña de azúcar, el algodón, el cáñamo y el lino sufren competencia de Flandes, aunque destaca la producción granadina. Decae el cultivo de azafrán y sube la producción de seda en Cataluña y Granada.
La ganadería también creció, sobre todo la ovina trashumante, relacionada con la industria textil europea. A mitad de siglo las rentas agrarias suben con más rapidez que los precios y beneficiaron a los propietarios que roturaban los baldíos, provocando una tensión sobre los derechos de pasto históricos de los ganaderos. La cabaña trashumante siguió siendo enorme y solo cayó con la Guerra de la Independencia cuando cambian de lugar de abastecimiento los mercados europeos.
B) PRODUCCIÓN INDUSTRIAL
Al igual que el sector agropecuario, a lo largo de este siglo los españoles consiguen también aumentar y diversificar la producción industrial y salir de la crisis del siglo anterior, provocada por el aumento de la presión fiscal y el retroceso del consumo de productos industriales, que situó a las manufacturas españolas en difícil situación para competir con las extranjeras.
El alivio que supuso la estabilidad monetaria y el descenso de la presión fiscal favoreció un aumento de consumo de productos industriales básicos. Estos cambios iniciados a fines del siglo XVII pueden continuar en el XVIII, pero la novedad que aporta este siglo es la participación estatal en el proceso de renovación industrial junto con importantes iniciativas privadas. Este protagonismo estatal responde a una concepción mercantilista de la industria, al servicio de los intereses estatales, por lo cual la Corona gestionó diversas empresas dedicadas a la producción de armamento bélico y objetos de lujo.
Algunas de estas manufacturas estatales llegaron a concentrar numerosos trabajadores, como la Real Fábrica de Paños de Guadalajara con 4.000 trabajadores y temporales, 20.000 más. La preocupación de los responsables estatales se centró más en producir que en vender, lo cual limitó la salida de una producción desproporcionada. La aportación financiera estatal fue determinante, pero trajo consigo que la caída del Estado supusiera la caída de la fábrica, como ocurrió en la grave crisis del siglo XIX.
El Estado también recurrió a iniciativas privadas para desplegar su política industrial y concediendo exenciones y privilegios fiscales para estimular la creación de nuevas fábricas, destacando las de contenido textil, aunque hubo mayor variedad. El Estado, también, pudo influir en la industrial a través de la política comercial que desarrolló en diferentes normativas, prohibiendo la importación de manufacturas extranjeras o elevando los aranceles aduaneros españoles sobre ellas, algo que resultó imprescindible a fines de siglo para la expansión industrial europea. Otra actuación fue la modificación de los sistemas gremiales, que se centró en facilitar la iniciativa privada ante las rígidas ordenanzas tradicionales de los gremios. Se ofreció libertad para el ejercicio industrial, permitiendo que una parte importante de la producción industrial se fuera al campo donde la mano de obra agraria, desocupada temporalmente, resultaba más barata. Una industria a domicilio que ofreció al mundo de negocios mercantil español oportunidades para intervenir en el mundo agrario.
Los principales productos industriales siguieron siendo los de consumo básico, textiles, construcción y metalurgia, la novedad es que estos establecimientos industriales españoles consiguieron atender una parte importante de la demanda nacional y colonial, aunque nada de la demanda europea. Los mayores éxitos se alcanzaron en el textil catalán por la protección comercial concedida por el Estado a las manufacturas algodoneras catalanas en su acceso al mercado nacional y colonial, junto con el desarrollo de una activa red comercial. En menor medida, hay que destacar la siderurgia vasca en amplia competencia con la creciente demanda inglesa de hierro, demanda tanto del tipo estatal como privada para la construcción naval.
7. Una economía imperial
El último rasgo a destacar de esta economía es su condición de imperial pues durante este siglo XVIII, es cuando se tiene una intervención más decidida sobre las colonias y se consigue una mayor supeditación de éstas a la economía peninsular. El descenso de los compromisos imperiales de España en Europa, favoreció esta condición, ya que anteriormente las colonias habían sido consideradas únicamente como productoras de metales preciosos. La incapacidad de la producción industrial y agraria española para atender la demanda americana que favoreció la entrada de intereses comerciales europeos que vieron un camino fácil para sus actividades. A partir de la Guerra de Sucesión se comienza a prestar mayor interés al control del comercio y riquezas de las Indias. La nueva política económica favorecerá la capacidad de intervención del Estado en las colonias junto con otros agentes económicos, medidas como el control directo sobre el tráfico colonial desde la Casa de la Contratación trasladada a Cádiz en 1717, o la cesión de la autoridad del Consejo de Indias a los Ministros de la Corona en materia de comercio. Una evolución plasmada también, en los planteamientos de Uztáriz.
Las principales reformas relativas al comercio de Indias y Filipinas fueron:
- Exclusión de los extranjeros del comercio y del transporte, favoreciendo a los españoles.
- Reformas fiscales para aprovechar mejor los impuestos coloniales.
- Fluidez de las comunicaciones con más Compañías Comerciales en monopolio.
- Mayor control comercial con presión militar para evitar el contrabando inglés.
- Reforma de la burocracia, centralizando los mecanismos de control.
- Extensión de los monopolios reales por toda América (tabaco, pólvora, sal o aguardiente).
Medidas necesarias si se aspiraba a recuperar el control de los recursos americanos y asegurar la autoridad de la Corona en América. Los ingresos procedentes de Indias aumentaron más cuando se añadieron los impuestos procedentes de la explotación minera, porque la gran novedad de esta etapa fue el despegue de la producción de plata en México. El envío de caudales americanos alcanzó un máximo histórico.
También se necesitó de una modificación en el comercio colonial, el fin del monopolio gaditano ofreció oportunidades a otras zonas periféricas de la península, como Cataluña, Málaga, Santander o La Coruña. Sin embargo, la necesidad de acudir a manufacturas europeas para cubrir la demanda nacional siguió siendo inevitable, pero la presencia de productos españoles en el comercio colonial creció a lo largo del siglo desde un 5% a 50% a finalizar la centuria. Este importante avance de la economía colonial perjudicó a las industrias americanas con diversos conflictos y tensiones, planteándose la necesidad de un cambio político o la independencia.
En definitiva, la economía española vivió una etapa de crecimiento durante el siglo XVIII por diversas causas, siendo la más relevante que no estuvo al margen del crecimiento económico europeo. Pero la creciente capacidad del Estado para intervenir y controlar no fue del todo bien estructurada, pues generó una grave crisis institucional a comienzos del XIX de donde saldría un nuevo modelo político, social y económico.
¡Feliz Viernes! - Hacer historia, aprehender la historia, aprendes la historia
7/Octubre/2016
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