Tras la muerte de Fernando VI, sube al trono Carlos III. El reinado de este Borbón, tercero de los hijos de Felipe V que subió al trono, ha sido tradicionalmente considerado como el más acabado ejemplo del reformismo ilustrado español, y la mayoría de los historiadores ha volcado elogios sobre su figura y su obra de gobierno, hasta el extremo de haberse convertido en un tópico hablar del “gran rey Carlos III” o del “mejor alcalde de Madrid”.
En los últimos años, esta visión del reinado viene siendo rectificada en parte, sin negar al Rey una bondad natural que parece indiscutible. Era un soberano del despotismo ilustrado. Su propia relación con Madrid es compleja; varios de los monumentos más simbólicos y representativos de la capital fueron erigidos durante su reinado, pero él trató de vivir la mayor parte posible de sus días en los Sitios Reales de los alrededores y no en el Palacio Nuevo, que se concluyó en su época.
Le favorece a Carlos III la comparación con los otros borbones españoles que le antecedieron y sucedieron, pero su imagen se beneficia particularmente del hecho de que su muerte se produjo en diciembre de 1788, en las vísperas del gran cataclismo que significó el proceso revolucionario que se simboliza en el julio parisino de 1789.
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Carlos III de España - Imagen de dominio público |
1. ¿Hacia la crisis del Antiguo Régimen?
En la segunda mitad del siglo XVIII se estaban anunciando notables transformaciones en la sociedad y la política en los países de Europa occidental, España incluida, que auguraban la crisis del Antiguo Régimen aunque estallarían en el reinado de su hijo Carlos IV.
Para conocer bien el reinado de Carlos III, plenitud del reformismo ilustrado, resulta indispensable estudiar la figura y la obra de los ministros y sus equipos de gobierno y de sus redes clientelares, denominados “los partidos” de la Corte de Carlos III.
Se verifica en estos años el paso de un gobierno personal del rey a un Estado impersonal que aseguraba la continuidad incluso a pesar del rey, es el periodo de tránsito entre un Monarca Absoluto y el Estado Absoluto.
Varias son las etapas de su reinado, que a continuación expondremos aquí. Un reinado de casi treinta años viene marcado casi necesariamente por diversas etapas (en 30 años todo el mundo cambia), aunque todo esté dirigido por la voluntad real, voluntad que elegía a los grandes dignatarios. Estas son las principales etapas del reinado de Carlos III:
- Entre 1759 y 1766, la etapa de las “reformas precipitadas”, ejemplarizada por el marqués de Esquilache.
- En 1766 accede al poder el conde de Aranda, Grande de España como Presidente del Consejo de Castilla.
- Entre 1773 y 1776 el personaje más significativo en la Corte es el secretario de Estado, Jerónimo Grimaldi, víctima política y cabeza de turco del monumental fracaso que sufrieron las tropas españolas en su intento por desembarcar en Argel.
- Desde 1776 la crisis se solucionó con la llegada a la Secretaría de Estado de don José Moñino, conde de Floridablanca y que permanecerá en ese cargo durante lo que quedaba de reinado. Floridablanca fue el impulsor de la Junta de Estado, que se creó en 1787 para coordinar todos los ramos de la alta política de la Monarquía, bajo la dirección de un “primer” Secretario de Estado. El hecho de que existiera un organismo de coordinación de “ministros”, concede a esa Junta de Estado una gran importancia en la historia de la Administración española y, en la historia del pensamiento político. Era la última muestra de ese proceso de perfeccionamiento de la maquinaria administrativa de la España del siglo XVIII.
Los políticos de la Ilustración se protegieron bajo el manto de un despotismo monárquico en el que no creían para llevar a cabo su política reformadora. Se beneficiaron del amparo real, que les cubría de las críticas o amenazas de enemigos de sus políticas pero sin tocar para nada la idea de la soberanía de origen divino que los reyes practicaban.
Esta interesada actitud de muchos de los gobernantes del siglo XVIII explica los elogios desmesurados que dedicaron a Carlos III, personajes como Campomanes o Jovellanos, y que resultan llamativos por venir de personas de talante reformista e indiscutible talla intelectual.
Cabe decir que la política llevada adelante en los años 1759 a 1788 obedece a la decisión de un pequeño conjunto de altos dignatarios que, contando con el apoyo tácito de Carlos III, gobiernan desde las Secretarías del Despacho y desde el Consejo de Castilla la Monarquía española y sus inmensos espacios coloniales, que alcanzan en esos años la mayor extensión lograda hasta entonces por imperio alguno.
2. Los primeros años de reinado de Carlos III
Carlos III había estado reinando en Nápoles, es por ello que cuando llegó a España vino acompañado de influyentes italianos. De hecho encontró en Bernardo Tanucci, un influyente maestro de quien conservó sus consejos. En Nápoles adquirió una gran fama que le hizo conocido en Europa como un rey reformador, esta imagen positiva se extendió por España, que lo recibió en 1759 con los brazos abiertos.
A pesar de ser reformador, hay que destacar que Carlos III no alteró un ápice los decretos de Nueva Planta, es decir, nunca devolvió a Aragón o Cataluña sus propios fueros, y más aún, medidas contra el catalán en las escuelas fueron aplicadas en tiempos de Carlos III y no en el reinado de su padre.
- Los primeros años: el gobierno de Esquilache
Esquilache vendrá a España y formará parte del gobierno como Secretario de Hacienda y Guerra. En 1763 el genovés Grimaldi sustituyó a Ricardo Wall y quedaron en manos de “italianos” las principales secretarías: Hacienda, Guerra y Estado. Este hecho será determinante para que, durante los incidentes de la primavera de 1766, aparezca en Madrid y en otras ciudades una corriente de xenofobia.
Esta corriente se vio favorecida por la tendencia a “personalizar” en algún gobernante concreto los males económicos, junto a la oposición de la nobleza española, quienes pensaban que estos “ministros extranjeros” aconsejaban mal al Rey.
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Leopoldo de Gregorio o Marqués de Esquilache - Imagen de dominio público |
El equipo de Esquilache trató de revitalizar el proyecto ensenadista de reforma fiscal y se creó una renovada Junta del Catastro. También este gobierno realizó otras reformas interesantes: se importó de Italia la lotería en 1763, llamada “beneficiata”, que serviría para mantener obras asistenciales. Se creó un Montepío Militar en 1761, que era una especie de seguridad social para los soldados y sus viudas y huérfanos, que responde a la idea que prima el concepto de beneficencia sobre el de caridad. Inició una política de mejora de las infraestructuras urbanas, un moderno alumbrado, alcantarillado y desagües. Se dictaron medidas de corrección de costumbres y vestimenta y también, se dedicó un notable esfuerzo reorganizador en temas militares.
En los años centrales del siglo XVIII comienza a ganar adeptos en ciertos grupos políticos españoles la idea del libre comercio. En 1761 se presentó una Memoria a la Junta General de Comercio, escrita por Grey Winckel, consejero holandés y comerciante de granos a gran escala, que preconizaba la necesidad de liberalizar los precios y de buscar mercados, incluso en el extranjero. Principios fisiocráticos concebidos en años en los que las cosechas españolas fueron buenas.
Pero alguna de estas reformas, fueron promovidas en mal momento, sobre todo la que suprimía la tasa del precio del trigo. La inoportunidad de esa medida adoptada por Esquilache y sus colaboradores se debe a que en esos primeros años sesenta se venían dando malas cosechas y sequías, y los precios del trigo subían desde 1761 como consecuencia de la Guerra de los Siete Años, lo que propició el hambre. Se importó grano desde Sicilia, como se hacía desde siglos atrás en situaciones semejantes, pero en esta ocasión los propietarios españoles acusaron al Secretario de Hacienda, siciliano él, de aprovecharse del hambre de los españoles. Se estaba gestando lo que se conoce como los “motines de primavera de 1766”.
3. Los motines de primavera de 1766 y sus consecuencias
Estos motines van a suponer el final de la primera etapa de gobierno, ya que se destituirá a Esquilache, siendo sustituido por el conde de Aranda.
La chispa inicial de estos motines estalló cuando varios sastres se disponían a hacer cumplir la orden publicada el 10 de marzo anterior y que advertía de la obligación de llevar sombrero de tres picos y capa recortada. El lunes siguiente se agravó el motín, y los amotinados exigieron que el Rey destituyese a Esquilache, que ordenase la bajada del precio del pan y que cada uno vistiese como quisiese. Carlos III salió y tuvo que aceptar las imposiciones de sus amotinados súbditos, incluyendo la destitución del secretario de Hacienda, sustituido por Miguel Múzquiz. Desde ese día, Carlos III receló del pueblo madrileño y no olvidó la humillación que significó esa jornada para él y su gobierno, repudiando a partir de ese momento vivir en plena capital, por temor a otro motín más grave que pudiese afectar a su seguridad personal.
La chispa inicial de estos motines estalló cuando varios sastres se disponían a hacer cumplir la orden publicada el 10 de marzo anterior y que advertía de la obligación de llevar sombrero de tres picos y capa recortada. El lunes siguiente se agravó el motín, y los amotinados exigieron que el Rey destituyese a Esquilache, que ordenase la bajada del precio del pan y que cada uno vistiese como quisiese. Carlos III salió y tuvo que aceptar las imposiciones de sus amotinados súbditos, incluyendo la destitución del secretario de Hacienda, sustituido por Miguel Múzquiz. Desde ese día, Carlos III receló del pueblo madrileño y no olvidó la humillación que significó esa jornada para él y su gobierno, repudiando a partir de ese momento vivir en plena capital, por temor a otro motín más grave que pudiese afectar a su seguridad personal.
Durante doscientos años se ha interpretado ese motín en clave política. Pero en los últimos años, a partir de los trabajos de Pierre Vilar, se ha abierto otra línea interpretativa. El pueblo, cuando tiene hambre, no necesita ser inducido por nadie para salir violentamente a la calle y exigir alimentos y atacar a quienes considera responsables de la escasez de comida y de sus males cotidianos. En todo caso, tratarían de ser utilizados esos motines espontáneos, por los grupos de privilegiados que aprovechan la coyuntura en su beneficio.
Ambas teorías siguen teniéndose en cuenta. Pero hoy sabemos que los motines no se circunscribieron solo a Madrid. Desde marzo hasta junio, se sucedieron los tumultos en ciudades de Galicia, Guipúzcoa, Aragón, Murcia, Valencia, La Mancha, Andalucía, etc.
Parece deducirse que en el de Madrid, el primero, el más complejo y el más importante, ya que en él predominan las causas políticas, mientras que, en los que se extendieron por el resto de España, parece mucho más clara la condición de típicos motines de subsistencia propios de las economías agrarias del Antiguo Régimen y la escasez de recursos.
A) Primera consecuencia del motín: Aranda al poder
Las consecuencias fueron muchas e importantes, porque el impacto sobre el Rey y los gobernantes fue muy fuerte y quedó en sus memorias durante décadas. A la exoneración de Esquilache debe unirse la llamada a Madrid del Capitán General y grande de España, conde de Aranda, que se ocuparía de la Presidencia del Consejo de Castilla. Este gran noble se rodeará de eficaces colaboradores como Campomanes, Roda, Olavide o Floridablanca.
Una de las primeras medidas de Aranda estaba destinada a tratar de devolver la dignidad al monarca absoluto, se anularon las rebajas de comestibles y se llevó a cabo una política de control: se abrieron los jardines del Real Palacio del Buen Retiro al pueblo (siempre que entraran decorosamente), al tiempo que se inició una fuerte represión; se expulsó de la capital a algunos privilegiados (como Ensenada), a la par que a todos los vagabundos, prostitutas y religiosos que no podían justificar su estancia. Y en lugar de actuar directamente prohibiendo la vestimenta tradicional, se vistió al verdugo con el chambergo tradicional y la capa larga.
Se crearon o reformaron varios cargos municipales: los diputados del común, los síndicos personeros del común y los alcaldes de barrio. Los diputados asistirían a la junta de propios y arbitrios, fiscalizarían los servicios de abastos y vigilarían los mercados. Serían cuatro o dos diputados, dependiendo del número de habitantes del pueblo. Los síndicos personeros defendían en el ayuntamiento, los intereses del común, del pueblo, y tenían derecho a proponer lo necesario y reclamar ante lo que considerasen lesivo, aunque no tenían voto. Eran elegidos indirectamente, 24 compromisarios si había una sola parroquia, y 12, por cada una de las parroquias si había más de uno.
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Conde de Aranda - Imagen de dominio público |
En octubre de 1768, el rey Carlos III aprueba una Real Cédula por la que se divide la población de Madrid en ocho cuarteles, señalando un Alcalde de Casa y Corte y ocho Alcaldes de Barrio por cada uno. El método de elección era el mismo que el de los diputados y síndicos personeros. Sus atribuciones eran amplísimas: matricular a todos los vecinos y a los foráneos que llegasen al barrio; cuidar de la limpieza de las calles y fuentes, ocuparse del buen estado del alumbrado, vigilar las posadas, mesones, tabernas y figones, supervisar los pesos y medidas de las tiendas de comestibles, quietud y orden público, recoger a los pobres y pordioseros para llevarlos al Hospicio, y a los niños abandonados para que se pongan a aprender oficio o a servir.
B) Segunda consecuencia del motín: la expulsión de los jesuitas
La orden de expulsión de los jesuitas fue decretada por el Rey el 2 de abril de 1767, un año después del motín de Madrid, por "gravísimas causas que me reservo en mi real ánimo". La Real Pragmática no daba más razones que esa voluntad real para la expulsión.
La Compañía de Jesús era en el siglo XVIII objeto de una enconada polémica entre los políticos ilustrados y entre los privilegiados y las demás congregaciones religiosas. Su defensa del esencial papel del individuo en su propia salvación, que no debía limitarse a esperar la gracia divina, era uno de los grandes temas de debate teológico que les venía enfrentando con otras órdenes católicas como agustinos o dominicos.
Los jesuitas españoles eran también acusados de soberbia intelectual, de acumular enormes riquezas, de poseer una gran influencia entre los privilegiados a cuyos hijos educaban, de mantener verdaderos “estados” en las misiones y reducciones de América, de defender doctrinas políticas contrarias al interés del monarca y que justificaban el derecho de tiranicidio…etc. Cúmulo de acusaciones que hacía a la Compañía de Jesús contraria a los intereses de la Monarquía católica de España y culpable de atentar contra el Rey. Tampoco contaron con el apoyo de los obispos ni con el de los superiores de las otras órdenes e instituciones religiosas.
En los años siguientes, tras abril de 1767, estos expulsos pasaron un penoso calvario porque el papa Clemente XIII no quiso aceptarles en los Estados Pontificios, y hasta casi año y medio después no pudieron descender de los barcos en los que se hacinaban. Desembarcaron en Córcega en 1768 y, finalmente, el Pontífice les aceptó en su reino.
Los bienes de los expulsados de los territorios de la Monarquía española fueron nacionalizados y empleados en la creación de centros de enseñanza.
C) Reformas del ejército y la Universidad
Desde 1766 el equipo arandista continuó con las reformas, menos precipitadas que las puestas en marcha por el equipo anterior. Una preocupación que se heredaba de los reinados anteriores era la necesidad de reorganizar los Ejércitos y la Marina reales. Se pretendió dar una nueva forma al reclutamiento, a la par que se intentaba modernizar el material, los barcos y el armamento, y se creaban algunos centros de formación de oficiales. Se crearon algunas fábricas de armas, pero no se logró hacer un buen Ejército ni una buena marina, a la altura de las necesidades de una Monarquía que todavía era la más extensa del mundo. Más grave fue el fracaso del intento de establecer un modelo estable y justo de reclutamiento.
Una de las reformas pretendidas por los gobernantes del reinado se centró en la renovación de la enseñanza en la Universidad, que había llegado a unos niveles muy bajos de calidad. Las universidades conservaban todavía una fuerte impronta religiosa.
C) Reformas del ejército y la Universidad
Desde 1766 el equipo arandista continuó con las reformas, menos precipitadas que las puestas en marcha por el equipo anterior. Una preocupación que se heredaba de los reinados anteriores era la necesidad de reorganizar los Ejércitos y la Marina reales. Se pretendió dar una nueva forma al reclutamiento, a la par que se intentaba modernizar el material, los barcos y el armamento, y se creaban algunos centros de formación de oficiales. Se crearon algunas fábricas de armas, pero no se logró hacer un buen Ejército ni una buena marina, a la altura de las necesidades de una Monarquía que todavía era la más extensa del mundo. Más grave fue el fracaso del intento de establecer un modelo estable y justo de reclutamiento.
Una de las reformas pretendidas por los gobernantes del reinado se centró en la renovación de la enseñanza en la Universidad, que había llegado a unos niveles muy bajos de calidad. Las universidades conservaban todavía una fuerte impronta religiosa.
El secretario de Gracia y Justicia, Manuel de Roda, le encargó a Gregorio Mayans la elaboración de un plan de estudios para la universidad española. Se recabaron otros informes y de entre todos, destaca el remitido por Pablo Olavide, que proyectaba una reforma de los estudios de la Universidad de Sevilla según las pautas europeas que primaban la racionalidad y el empirismo, y que habían dejado atrás la escolástica y el reverencial respeto por la tradición. En los años siguientes se fueron aprobando los de Oviedo, Salamanca, Alcalá, Granada, Valladolid, Santiago de Compostela y Valencia, que aportaban algunas pequeñas modificaciones.
Como en muchos otros aspectos de la política de reformas, se logró mucho menos de lo preciso. Las universidades ganaron la mayor parte de los libros que habían pertenecido a las buenas bibliotecas de los centros jesuíticos, pero fracasó en la imposibilidad de acabar con los vicios de los colegiales, esa casta de universitarios de familias poderosas que controlaban la vida de las universidades. La mayoría de esos colegios se habían fundado siglos atrás para que los estudiantes con poco dinero pudiesen acudir a la Universidad. Con el tiempo se había perdido esa idea fundacional y había dos tipos de universitarios: los que contaban con pocos recursos y que se esforzaban por estudiar y los colegiales, normalmente nobles, con contactos de amistad y parentesco.
4. Las Reales Sociedades Económicas de Amigos del País
Las Reales Sociedades Económicas de Amigos del País representan un intento de poner en marcha instituciones culturales innovadoras, preocupadas por las nuevas corrientes basadas en la fisiocracia y en la existencia de un orden natural, pretendían ampliar los cauces de libertad en el plano económico. No eran estatales, pero si estaban apoyadas e impulsadas por la Monarquía, su fin era el desarrollo económico de la región.
Fueron impulsadas en 1763-1765 por un grupo de privilegiados vascos, los "caballeritos de Azcoita", amigos del marqués de Peñaflorida, que fundaron la Sociedad Económica Vascongada, con cuatro secciones: Agricultura, Ciencias y Artes Útiles, Industria y Comercio, y Política y Buenas Letras. Entre sus preocupaciones destaca la educación. Se proponían problemas específicos centrados en las necesidades de la agricultura o las manufacturas del país, se ofrecían premios a los proyectos que mejorasen los cultivos.
Pronto, los ilustrados de la Corte se dejaron ganar por la admiración hacia la obra de Peñaflorida y sus consocios. En 1775 se solicitan permisos para fundar Reales Sociedades Económicas en Vera, Cantabria, Granada, Sevilla y Madrid. En los treinta años siguientes se crearon sesenta y nueve, aunque funcionaron debidamente unas veinte.
Durante mucho tiempo se quiso ver en estas Sociedades una obra de la burguesía, pero hoy no podemos admitirlo. La participación de los burgueses fue minoritaria y en todas las Sociedades dominaban los miembros locales del clero y la nobleza. Ejemplo de ello es que en las ciudades donde hay un núcleo activo de burgueses no se crean este tipo de Sociedades. Contribuyeron a crear en España un nuevo interés por la agricultura en la línea fisiocrática europea y difundieron nuevas teorías económicas como las de Adam Smith.
Al hacer un balance de lo que significaron estas Reales Sociedades Económicas de Amigos del País, nos encontramos con que no fueron capaces de modernizar el tejido económico español y muchas vegetaron durante décadas, pero fueron centros de reunión de personas interesadas en el progreso, en las nuevas ideas, y algunos logros tuvieron, muchas veces, en lugares dominados durante siglos por un tradicionalismo en las ideas, en los métodos y en los talantes.
5. Otras reformas económicas
Una muestra más del aún titubeante pensamiento económico carolino (es decir, no hizo reformas profundas), lo tenemos en la política seguida con la Mesta que, aunque no era bien valoradas por muchos ilustrados, no fue abolida y sólo se le quitaron algunos de sus privilegios. En la política de infraestructuras públicas se continuó el levantamiento de una moderna red de carreteras empezado por Felipe V y Fernando VI, con un esquema radial que convertía a Madrid, la Corte, en el centro de todas las rutas importantes de España.
Otra línea de actuación de los gobiernos de Carlos III se dirigió a una paulatina liberalización del comercio con América, rompiendo el secular sistema que se había seguido por la Monarquía española desde comienzos del siglo XVI. Carlos III continuó en una senda ya iniciada por los reinados anteriores y completó el proceso de abolición del monopolio comercial de Sevilla y Cádiz.
Pero el monarca fue más lejos y en 1765 decretó la libertad de comercio de las islas de Barlovento con los puertos de Barcelona, Alicante, Cartagena, Málaga, La Coruña, Gijón y Santander; en 1778 firmó un trascendental reglamento que concedía la libertad de comercio con todos los puertos americanos, salvo los de Venezuela, controlado por San Sebastián, y los de Méjico, controlado por Cádiz, que fueron liberados en 1781 y 1789, respectivamente.
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Carlos III con atuendo de caza - Imagen de dominio público |
Para muchos ilustrados, los gremios constituían serios obstáculos para el progreso y la productividad. A lo largo del reinado se sucederán medidas que irán socavando sus privilegios y así podemos leer en las páginas de la Novísima Recopilación leyes que liberalizan, en parte, muchos de los obstáculos que ponían los gremios.
También durante el reinado de Carlos III se crearon normas que concedían libertad para imitar los productos textiles extranjeros y, sobre todo, que autorizaban, en 1787, a poseer a los fabricantes de tejidos cuantos telares quisieran, sin limitación de número. En suma, se liquidan poco a poco las pretensiones de los maestros de los gremios de monopolizar la producción en sus ciudades.
Por otra parte, se está llevando a cabo una política de dignificación del trabajo manual y de crítica al vago, al desocupado voluntario, y todos ello en el marco de una política que buscaba eliminar el estigma social que había acompañado a los "trabajos viles". En 1773 se permitió a nobles dedicarse a oficios, sin menoscabo de su honra, el definitivo decreto dignificador del trabajo llegará en 1783, al hacerse compatibles ciertos oficios con la hidalguía y con los cargos municipales.
Otra muestra del reformismo económico del reinado de Carlos III fue la fundación del primer banco nacional español, el Banco de San Carlos (1782). Este banco obedecía a un proyecto de Francisco Cabarrús, banquero francés amigo de muchos ilustrados españoles, que había adelantado vatios millones de reales a la Hacienda Real durante la guerra de España contra Gran Bretaña con motivo de la independencia de Estados Unidos. Para devolver ese préstamo, se emitieron los vales reales, títulos de deuda pública. Uno de los cometidos del banco era controlar y recuperar esos vales. Tuvo un éxito inicial pero termino sin dar el gran salto que le hubiera debido convertir en el banco central español.
Pero sin duda, uno de los símbolos del pensamiento ilustrado español lo encontramos en las Nuevas Poblaciones de Andalucía. Poco después de expulsar a los jesuitas y aprovechando sus fondos se puso en marcha un proyecto que pretendía crear una serie de pueblos, especialmente en el sur. Este proyecto tenía como fin fijar la residencia y dar un trabajo fijo a muchos de los campesinos que malvivían en esas zonas. Además se conseguía librar de peligros e inconvenientes una ruta estratégica que unía Madrid con Sevilla y Cádiz, infestada por bandoleros.
El conde de Campomanes estableció los principios básicos y encargó a Pablo de Olavide que dirigiese sobre el terreno los trabajos. Cada familia campesina asentada en los pueblos que se creasen dispondría de cincuenta fanegas de tierra, aperos de labranza y animales de tiro. Se instalaron algunas manufacturas y se abrieron regadíos. No había tierras comunales. Tampoco conventos y los únicos religiosos serían los curas de almas, los párrocos, y en número limitado. A los diez años del inicio del plan, cerca de quince mil nuevos habitantes poblaban una zona que había sido un desierto durante siglos. Este relativo éxito levantó opiniones hostiles contra Olavide, que fue incluso detenido por la Inquisición con el permiso de Carlos III.
7. La política internacional de Carlos III: Francia, Inglaterra y Portugal
Durante el reinado de Carlos III hay una auténtica preocupación por la España marinera. Hay construcciones navales, estudios náuticos, pesquerías, comercio marítimo, reglamentaciones, reclutamiento de marinería.... Por lo demás, España, Gran Bretaña, Portugal y Francia seguían siendo las más importantes potencias navales del mundo. Las principales líneas estratégicas de España están en ambos mares, Atlántico y Mediterráneo. Pero la principal preocupación española durante el reinado de Carlos III es América.
Respecto a las relaciones de España con Francia, los Pactos de Familia nunca fueron una consecuencia de la relación de parentesco. Si éstos se firmaron fue porque, tanto España como Francia, vieron en Gran Bretaña un enemigo colonial. No hubo nunca simpatía ni confianza entra políticos españoles y políticos franceses. Ya que, en como toda alianza, el mayor poder da más importancia a sus intereses que a la alianza. Y esto sucedía con Francia, que consideraba a España un poder menor.
En definitiva, Carlos III seguirá el pragmático camino de atender a los intereses estratégicos, económicos y políticos de España, al margen de quien ocupase el trono de Francia.
La participación de España en la Guerra de los Siete Años (1756-63), tras la firma del Tercer Pacto de Familia (1761), ha sido considerado un error gravísimo de Carlos III. Pero, aún siendo verdad, no es menos cierto que los ingleses llevaban años atacando sistemáticamente a los barcos españoles y ocupando territorios de nuestras colonias con total impunidad. Y, además, está en juego el mapa colonial porque, si Francia perdía sus colonias en el norte de América, las colonias españolas norteamericanas se verían rodeadas por colonias británicas.
El desarrollo de la guerra fue desastroso para los Borbones. Francia perdió Canadá, y España perdió Cuba y Filipinas. Por los tratados de 1763 el gobierno británico nos devolvió, de manera sorprendente, Filipinas y Cuba, pero exigieron a cambio las Floridas. El gesto de Luis XV de entregar a Carlos III la inmensa Luisiana se debía a que Francia, al haber perdido Canadá, no podía mantener esos grandes espacios. En los años siguientes no hubo tensiones con Gran Bretaña hasta que estalló un incidente a causa del desembarco británico en las Islas Malvinas. Una expedición enviada por el Virrey de Buenos Aires expulsó inicialmente a los ingleses, pero Londres amenazó con la guerra y Francia no consideró el contencioso por esas islas suficiente para ir a la guerra. España se sintió defraudada y las relaciones se enfriaron un poco entre Madrid y Paris.
La revancha contra Londres llegó con motivo de la Guerra de Independencia de las colonias inglesas en Norteamérica (1775 y 1783). La corte española debatía si ayudar a los rebeldes o no. La duda era porque algunos políticos pensaron que tarde o temprano también se podían levantar en rebeldía sus propias colonias. Finalmente triunfó la posición de apoyar a los rebeldes americanos estadounidenses contra los ingleses.
España intervino y combatió contra los ingleses en las fronteras que limitaban los territorios españoles en América del norte con las trece colonias, en el Caribe, en el Atlántico y en el Mediterráneo. La participación española en ese conflicto, menos aireada que la francesa, fue también determinante para la victoria de los independentistas, porque obligó a los ingleses a proteger sus islas, amenazadas por las flotas de España y Francia, y mantuvieron en Europa unas tropas que, quizás, hubieran cambiado el desarrollo del conflicto.
La subsiguiente paz de Versalles, de 1783, significó para España una pequeña victoria al recuperar Menorca, las Floridas y la teórica expulsión de los enclaves clandestinos ingleses en las Indias españolas.
Por último, respecto a Portugal, se asiste desde 1777 a una pequeña tregua. A la muerte en Portugal del rey José I y la desaparición del probritánico y todopoderoso ministro Pombal, se añade la llegada de Floridablanca al poder en Madrid. La reina viuda de Portugal, María Victoria de Borbón, es hermana de Carlos III y ejerce influencia pro-española en la corte lisboeta. Así se asiste a una política de matrimonios hispano-portugueses para reforzar la relación y se soluciona el conflicto de la colonia de Sacramento.
Respecto a la otra frontera que tenía España era Marruecos. En dos ocasiones se firmaron tratados entre los soberanos de Marruecos y España: 1767 y 1780, y en ambos estaba, de fondo, el problema de la pesca. El intercambio de productos era importante, aunque a veces surgieran conflictos (1774 en Melilla y 1783 en el Peñón de Vélez). También se firmó un tratado con el sultán de Turquía (1782), pese a la oposición de Francia y Gran Bretaña, que trataban de evitar rivales y competidores comerciantes y diplomáticos. Pero Turquía necesitaba aliados por la creciente presión de la Rusia de Catalina II. Al final en la época todas las naciones buscaban un equilibrio o estabilidad.
Por todo lo que hemos visto en la presente entrada, se puede deducir que Carlos III no fue un revolucionario sino un reformador prudente. El reformismo carolino pecó con frecuencia por cortedad de miras y falta de decisión. Sin embargo, su actuación como gobernante fue más beneficiosa para el pueblo, quizás porque no se sintió obligado a defender a toda costa unos ideales, y también porque para él no existía la discordancia que muchas veces afloró en los Habsburgo entre los intereses dinásticos y sus intereses de nación. Carlos III fue, en todos los sentidos, el rey de España, el Rey de los españoles.
¡Feliz Lunes! - Hacer historia, aprehender la historia, aprendes la historia
17/Octubre/2016
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