En la entrada anterior hablamos de la Iglesia y de su instrumento de persecución a la disidencia política, social y religiosa: la Inquisición. Aprovechamos esta entrada para enlazar con el discurso de la Inquisición, puesto que vamos a hablar en primera instancia de las minorías religiosas.
1. Del problema judío al problema de los conversos
Al establecerse la Inquisición en un primer momento como elemento para garantizar la ortodoxia de los bautizados (ya que eran los únicos capaces de contradecir el dogma, y ser herejes), los no bautizados quedaban al margen de su jurisdicción. Sin embargo, tras las cortes de Toledo de 1480, ya lograda la unión monárquica, era necesario conseguir la otra unidad, la de fe, símbolo de identidad de una Monarquía a la que era indispensable como reyes autoritarios para mantener tal poder.
Se requería entonces no solo la ortodoxia de todos los cristianos, sino que todos los súbditos fueran cristianos, por lo que el proceso de discriminación sobre los judíos españoles (tan españoles como los cristianos viejos) fue en aumento, y a veces los reyes tuvieron que acudir con medidas de protección hacia estos súbditos suyos, que aunque minoritarios les eran útiles. Muchos acabaron convirtiéndose por sinceridad, pero otros no lo hicieron.
El 30 de marzo de 1492 se decretó la expulsión de todos los judíos de los reinos de España que no se bautizasen, por lo que tuvieron que elegir entre bautizo o éxodo. Aunque se les dio un plazo de 6 meses para poder enajenar sus bienes, y cambiar sus monedas de oro y plata por letras de cambio, a aquellos que decidiesen marcharse, la inesperada y tensa situación por lo limitado del plazo, obligó a estos judíos a malvender muchos de sus bienes. Parece que salvo excepciones, quienes se bautizaron fueron los más ricos.
No se puede desestimar el hecho de que los Reyes Católicos probablemente tuvieran la esperanza de que la mayoría de sus súbditos judíos se convirtiesen, aunque sabemos que la gran mayoría se lanzaron al éxodo, animados por los rabinos, esperanzados en arribar a tierras prometidas y asistencias divinas. Se da por sentado que anduvieron entre los 150.000 y 200.000 judíos españoles que emigraron, la mayoría de ellos se dirigieron a Portugal, situación que fue aprovechada por el rey portugués para obtener capitales a través de unos duros impuestos y donativos sobre estos judíos a cambio de su permanencia.
No obstante su expulsión de Portugal se producirá en 1498, aunque en esta ocasión si se produjeron una gran cantidad de bautizos de última hora. Aunque también se dirigieron a Navarra, en 1497 serían expulsados. Los dos lugares más frecuentados por estos judíos sefardíes serán Roma, donde serán tolerados aunque en la mayoría de los casos se encontraban en situaciones de miseria, y la “Nueva Jerusalén” que para ellos sería Ámsterdam, con una sinagoga pujante, y donde encontraron libertad para su religión, cultura y negocios. No fue menor el flujo que se dirigió al Imperio otomano, la tolerancia de los turcos ayudó de forma pragmática a los intereses políticos del sultán, interviniendo en cuestiones operarias, comerciales y financieras, siendo los dos principales núcleos Constantinopla y Salónica, de allí irradiarían a otros núcleos como Damasco, Jerusalén y Belgrado. Estas comunidades boyantes constituyeron una especie de nación sin territorio nacional pero con sus peculiaridades gracias a su lengua castellana singular (el sefardí) y a su cultura.
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Familia de Sefardíes en Bosnia en el siglo XIX - Imagen de dominio público |
Los que decidieron bautizarse y quedarse en sus hogares, los judíos conversos, se vieron desde un primer momento libres del acoso de los suyos, pero no obstante fueron víctima de la marginación, de la persecución y del odio de los cristianos viejos, convencidos de que el ser judío era una especie de pecado imperdonable, generalizaron la sospecha de las conversiones simuladas… instrumentos que bien sirvieron a la Inquisición.
Esta segregación y discriminación no quedó solo ahí, sino que se vieron aumentados por los estatutos de limpieza de sangre, esto quiere decir que la Pureza de fe se asociaba a la limpieza de sangre, a connotaciones castizas, a pureza de oficio (la agricultura noble contra la “vileza” de la industria, el comercio, la medicina o las finanzas entre otras), de esta manera aquel que fuese incapaz de probar que en un sinfín de generaciones no contaba con alguna gota o mezcla de sangre de raza, se hallaba incapacitado para acceder a los Colegios Mayores, a Universidades, cargos municipales o a embarcarse para las Indias, entre otras muchas actividades denegadas.
La mayoría de los judíos se empeñó en borrar la memoria de su pasado en alardes, vanagloria y ostentación cristianovieja. Emigraron a otras ciudades, cambiaron los patronímicos, contaron con genealogistas que fabricaron linajes limpísimos, se casaron con gentes hidalgas, con oligarquías urbanas. También hubo disidencias en este tipo de ideología, figuras tan importantes como santa Teresa, o los conocidos escritores y predicadores Domingo de Baltanás y Agustín Salucio, que criticaban esta forma de pensar totalmente absurda, aunque no será hasta la Ilustración cuando se produzca un cambio notable el tema se fue diluyendo la sociedad aunque perdurará el mito.
2. Los mudéjares y moriscos
Muy distinto fue el trato que recibieron los mudéjares, y posteriormente los moriscos (mudéjares conversos), quizás, la principal causa estuviera en el interés utilitario que tenían estos moriscos como agricultores, hortelanos, constructores o vasallos necesarios (sobre todo para los señores valencianos), además de que su actitud era muy distinta a la del judeoconverso, no tenían ningún interés en identificarse con los cristianos, y sí en mantener sus signos de identidad, su religión y cultura, tampoco eran proselitistas, es decir, no tenían ningún afán de convertir a los demás a su religión.
En un primer momento los Reyes Católicos optaron por el respeto a los musulmanes vencidos, aunque mantenían su deseo de que se convirtiesen al cristianismo paulatinamente. En este sentido el primer arzobispo de Granada, fray Hernando de Talavera, se esforzó por la conversión suave, por la convicción, con resultados escasamente llamativos. Cuando en 1499 retornen los reyes y vean que las cosas no han cambiado demasiado, se iniciará la etapa del bautizo forzoso conforme al programa de Cisneros.
Como los musulmanes poseían un carácter muy distinto al de los judíos, la inmensa mayoría optó por el bautismo, con lo que se agudizó el problema morisco, ya que aunque se bautizaran no se convertían realmente en su inmensa mayoría. La campaña de evangelización fue inútil, sobre todo porque los moriscos no aceptaron nunca sinceramente la nueva religión que se les imponía y que exigía el despojo de su cultura. Esta tensión no podía perdurar, y se comenzó a quebrar ante las resistencias armadas de los moriscos de la Alpujarra en 1568 y su posterior dispersión por Castilla.
A partir de 1580 se fue generalizando el mito de los moriscos, que además de cristianos insinceros, peligrosísimos para la Iglesia y para Estado, tenían contactos con los enemigos de España como los berberiscos y los franceses. Así en los últimos años del siglo XVI la expulsión se planteaba como la única solución posible en aquella confrontación de mentalidades, en la que la más débil, la morisca, tenía que ceder.
3. Los protestantes
La gran nueva herejía que surgió en los dominios de la Monarquía vino a manos de Martín Lutero en el siglo XVI, la misma herejía que produjo aquellos famosos autos de fe de Sevilla y Valladolid, en los que estuvo presente Felipe II, con lo que se le identificó con la represión, aunque ya su padre, Carlos V, desencadenó la persecución desde su retiro en Yuste (quizá para compensar el fracaso de su política religiosa).
En los territorios de la Monarquía española penetraron sus libros, incluso antes de ser condenado y proscrito, el hecho de Carlos V desde Worms, impusiera censuras rigurosas para sus dominios españoles, no impidió que las ideas llegaran, entro otras causas con el retorno de los viajeros, cortesanos, soldados, estudiantes, predicadores, que anduvieron por Alemania en tiempos de Carlos V, o de comerciantes que tuvieron que acudir a plazas en las que había entrado ya la herejía.
Hubo casos de entusiasmo por la nueva doctrina que llevaron a la hoguera a convertidos como el burgalés Francisco San Román, no obstante la mayoría de los llamados protestantes españoles de primera hora no habían captado nada de la frágil pero básica doctrina luterana (criticaban a los frailes, las bulas, el purgatorio o el celibato, pero poco más que una religiosidad más íntima y privada). Los acusados de luteranismo eran grupos de privilegiados, con prestigio teológico y predicadores famosos lo que creó un clima de pánico, pero en los autos de fe de 1559 y 1560 en Sevilla y Valladolid fue exterminada en España la herejía luterana (o lo que fuera, ya que se sigue discutiendo si se traba de luteranos o de espirituales anhelosos de vida interior en muchos casos).
Siguiendo modelos romanos, se elaboró el Índice de los Libros Prohibidos donde se condenaban libros como el Lazarillo de Tormes, la Católica Impugnación, todas las obras erasmistas, así como toda Biblia en romance… cundió el miedo a la lectura, a los libros, y entre todos ellos y sobre todos ellos, a la Biblia, a la que solo podían acceder los conocedores del latín, cuya única versión permitida era la Vulgata de San Jerónimo.
4. La reforma de los eclesiásticos
Asegurada la unidad de la fe mediante todos los instrumentos que hemos estado viendo, la otra vertiente se centrará en la reforma interna de la Iglesia, en el caso hispánico, una iglesia “mejor”, pero más de los reyes que de Roma (recordemos que ellos eran sus patronos y protectores), aprovechando esos anhelos de reforma que hundían sus raíces en aquella crisis conocida como el Cisma de Occidente de principios del siglo XV.
OBISPOS (es clero secular): aunque el clero español estaba bastante reformado cuando tuvo lugar el Concilio de Trento, el principal esfuerzo se realizó desde los Reyes Católicos hasta Felipe II, en este último reinado se aceleró el cambio de obispos feudales a obispos más modernos y más consecuentes con su ministerio eclesial. Para ello se requirió una mejor formación basada en los primeros Colegios Mayores humanistas y en las Universidades.
OBISPOS (es clero secular): aunque el clero español estaba bastante reformado cuando tuvo lugar el Concilio de Trento, el principal esfuerzo se realizó desde los Reyes Católicos hasta Felipe II, en este último reinado se aceleró el cambio de obispos feudales a obispos más modernos y más consecuentes con su ministerio eclesial. Para ello se requirió una mejor formación basada en los primeros Colegios Mayores humanistas y en las Universidades.
Otro aspecto importante a reforzar era la imagen del obispo, al que se quiso dotar de la característica honestidad, célibe e incluso piadoso, se buscaba de esta manera un episcopado virtuoso. Se insistió de sobremanera en que los obispos fuesen naturales de los reinos, para facilitar la residencia de los pastores en sus diócesis, pero también debido a una razón política, robar a la curia romana la provisión en extranjeros o en curiales, que podían resultar aliados de potencias hostiles a los reyes y que en todo caso sacarían del país sus considerables ingresos.
CLERO SECULAR (curas, obispos, arzobispos, diáconos...): en España la cifra era muy elevada, no obstante no todo clérigo secular, era sacerdote. Muchos se quedaban en la tonsura, disfrutando de algunos beneficios, sustrayéndose de la justicia civil, como los clérigos coronados (por la señal del cabello, rapado en la coronilla), su número se explica por la facilidad de ciertos obispos a ordenarlos y ganar súbditos a su jurisdicción sin mayores exigencias, aunque con ello diera acogida a delincuentes.
El objetivo de los Reyes fue moralizarlos evitando amancebamientos y formándolos en lectura y piedad, en este afán de reforma hay que destacar el compromiso de prelados como fray Hernando de Talavera y el cardenal Cisneros, que se empeñó en reformar a los canónigos poderosos de Toledo, llegando incluso a construir una especie de monasterio donde reducirlos a la vida monástica, comunitaria y adusta, conforme a la regla de san Agustín. Por supuesto, el fracaso fue total.
CLERO REGULAR (monjes, abades...): éste era el ámbito monástico, normalmente con autonomía de los obispos, dependiente de órdenes religiosas y compuesto por frailes y monjas de distinta estirpe. La exención de la jurisdicción episcopal provocaba todos los choques imaginables y luchas por las exenciones y privilegios, así como un menor control sobre sus distintas situaciones.
Aunque los efectos de la Peste negra habían sido desastrosos, mermando su número y dando lugar a una vida relajada, pese a lo cual sus servicios de predicación, de confesión, de indulgencias y enseñanzas seguían siendo los más solicitados por los vecinos. A fines del siglo XIV, jerónimos y franciscanos eremitas, benedictinos de Valladolid, protagonizaron reformas basadas en lo que entonces maravillaba: el rigor de la clausura prieta, en la pobreza, en las privaciones del vestir, del comer, del dormir, en el silencio riguroso, naciendo congregaciones de observancia, en definitiva, fue una especie de retorno a la regla primitiva. Estas corrientes de rigor se enriquecieron con el humanismo que había matizado la primitiva enemistad a las letras, y se intentaron generalizar al comienzo de la época moderna, siendo Cisneros su principal impulsor.
Nuevas órdenes religiosas: En el panorama del clero regular se registró un acontecimiento singular, fue el nacimiento de la Compañía de Jesús, fundada por Ignacio de Loyola (aprobada en 1540 por el papa Paulo III) con espíritu misionero, bajo la obediencia del papa y a su disposición. Éstos se dedicarían prácticamente desde un primer momento a la enseñanza y a la predicación, siendo en Gandía donde años se fundó en 1545 en colegio que se convertiría en la primera universidad de la Compañía. Pronto encontraría el capital suficiente de fervientes seguidores que financiaban las nuevas fundaciones, pero no tardaron en salirle detractores, como el mismo arzobispo de Toledo (Juan Martínez Silíceo), entre otros, que no se fiaba para nada de estos jesuitas, o teatinos como también se les llamaba. Veían con malos ojos muchas de sus peculiaridades como el no tener rezo coral, el no llevar hábito especial sino el de los clérigos regulares (sotana), así como su forma de enseñar con nuevos métodos, y por si no es suficiente, ya avanzado el siglo entraron en discusiones teológicas dogmáticas (el tema de la gracia y el probabilismo).
A pesar de todo ello, la Compañía de Jesús fue un signo de modernidad y se identificó con la acción y el espíritu de la Contrarreforma, sin embargo el hecho de que dependiesen del Papa, hacía que no fueran muy de fiar por sospecha de antirregalismo.
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Ignacio de Loyola - Imagen de dominio público |
Mucho más aceptada, entre otras cosas porque se afianzó gracias a la protección del rey, fue la creación de los carmelitas descalzos, nacidos en Ávila con un grupo de mujeres orantes en 1562. Seis años después del ensayo de la madre Teresa de Jesús empezó su expansión con conventos pobres, al mismo tiempo que tuvo lugar la fundación de los frailes descalzos, en la que fue pionero fray Juan de la Cruz. Hubo resistencias duras por parte de los carmelitas calzados por miedo a ser absorbidos por los descalzos, dando con el primero de éstos en una cárcel conventual, aunque la oposición fue superada por la intervención directa de Felipe II, que logró la independencia de ambas órdenes.
5. El Concilio de Trento
Desde que comenzó el Concilio de Trento con Carlos V en 1545, hasta que se cerró su última sesión ya en tiempos de Felipe II, fue otra fuente de problemas y de confrontaciones entre el Rey y Roma. Se produjo un tenso forcejeo con Roma para que la aplicación del Concilio no erosionara el Patronato Real y para que la ejecución e interpretación de sus cánones en su Iglesia fuera atributo del rey, que se erigió en Protector del Concilio, como si de otra regalía se tratase. De esta forma Felipe II aceptó el concilio en 1564, un mes más tarde para Aragón, mientras que Flandes e Italia esperarían algo más.
Trento sirvió a Roma para afianzar el dogma frente el protestantismo, pero también su absolutismo, pues creó una Congregación exclusivamente dedicada a la aplicación e interpretación del Concilio, y los papas siguientes se encargaron de ir eliminando los particularismos nacionales. Se homogeneizó de nuevo de manera oficial la liturgia, editando misales y breviarios, controlando libros y lecturas, y editándose oficialmente la Biblia cuya referencia única debía ser la Vulgata, así como el Catecismo romano. Se codificó también el derecho canónico y se reformó el calendario (gregoriano).
Una sesión del concilio de Trento - Imagen de dominio público |
En España la aplicación del Concilio se fue estereotipando paulatinamente pero sirvió para consumar las reformas previas: obispos residentes, clero secular dignificado y estudiando en seminarios... También se quiso influir en ciertos aspectos de la religiosidad popular combatiendo los excesos que llevaban a supersticiones que tanto rechazo había tenido con los protestantes, pero también alentando expresiones netamente contrarreformistas como la veneración de los santos, imágenes y reliquias auténticas. Como la reforma se empeñó en proscribir todo este tipo de procesiones o manifestaciones similares, en España se incrementó el entusiasmo por las canonizaciones de santos y el brillo de las procesiones del Corpus.
No obstante esto no cambió las distintas miras que se tenían desde Madrid y Roma, como anécdota destacar la misiva que le envío el Papa Clemente VIII a Felipe II cuando éste se hallaba en el último año de su vida, en el que le reprochaba que muchos de sus obispos y prelados parecían más bien príncipes que pastores de almas, a lo que Felipe II le respondió:
“cuán buenos prelados son y de la mucha opinión en que merecen ser tenidos, y apuntándole que, al respecto de lo que Su Santidad aquí reprende, habría de deponer de sus sillas a muchos obispos en Francia y en otras partes que vemos se toleran”.
Como vemos, siempre hubo tensiones entre el poder real y el papado.
Como vemos, siempre hubo tensiones entre el poder real y el papado.
¡Feliz Lunes! - Hacer historia, aprehender la historia, aprendes la historia
5/Septiembre/2016
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