Hª EDAD MODERNA de España. La Iglesia: poderes, regalismo, real patronato, Inquisición.

Vamos a dedicar un par de entradas a la religión y la Iglesia católica en la España en la Edad Moderna. ¡Vamos allá!


1. La Iglesia: sus poderes y sus problemas 


Es necesario desde un primer momento conocer cuáles van a ser los ámbitos en los que se moverá la Iglesia, para así comprender mejor los diversos cauces y direcciones políticas que se irán viendo desde los Reyes Católicos, hasta Felipe II. Por esta razón es necesario tener claro, que en el siglo XVI, la Iglesia no era para nada una organización separada y aislada de la Monarquía. Un valioso ejemplo de esto nos lo da Roma, en donde el Pontificado no solo es un “dispensador de gracias espirituales”, sino que también es (a la vista de todos) otra Monarquía de Europa, y como tal, su cabeza (el Papa), tiene intereses que claro está, a veces chocaban con los de otros monarcas como los reyes de España. Además de que en el ámbito teórico, las fronteras o límites por los que podía deambular la Iglesia no estaban tan definidos como llegarían a estarlos durante la Ilustración.
En consecuencia, nos encontramos con unas sociedades plenamente sacralizadas, en las que prácticamente todo, desde la política a la vida, estaba subordinado a lo religioso. De esta base partiremos, para que así haya una mayor comprensión acerca de la política de los reyes y sus comportamientos. 

Lo más importante a destacar es que la Iglesia contaba con una administración más perfecta que aquella que apreciamos al observar al Estado como tal en la Edad Moderna. En este sentido la extensión de la Iglesia era TOTAL, no había rincón que se escapase a su presencia y administración en arzobispados (cinco en Castilla, tres en la Corona de Aragón), y en unos cincuenta obispados que territorialmente estaban adscritos a arzobispados, con sus correspondientes decenas de miles de parroquias. 
El número de obispados fue creciendo paulatinamente, con Felipe II aumentaría notablemente, así como el del clero secular y regular llegando a los 100.000 individuos. Combinando los datos más precisos de que se dispone para Castilla con estimaciones no tan exactas para los otros territorios, puede decirse que en España había más de 40.000 clérigos seculares, a los que habría que añadir los más de 50.000 frailes y monjas.
Felipe II - Imagen de dominio público
Aunque su poder se fundamentaba en su inmensidad (su número, rentas etc.), igual de importante podía ser el poder monopolizador que ostentaba el clero: “señor de los sacramentos, de las conciencias, de la vida y de la muerte, regulador del tiempo y de las fiestas, dominante de la percepción del espacio por sus catedrales, mecenas de las artes y las letras”, a lo que habría que sumar el enorme poder de los sermones en sociedades analfabetas. Sus “armas”, iban mucho más allá, puesto que contaban con un importante instrumento de presión colectiva: la Asamblea o Congregación del Clero, que servía de defensa a los intereses clericales y tenía a su disposición armas espirituales que esgrimió con frecuencia cuando creía violados sus derechos, como era el entredicho, que venía a ser una especie de huelga o suspensión de los servicios religiosos, algo que era muy sentido por las poblaciones que los veían como un producto de primerísima necesidad. 
A veces, estas protestas no solo se daban en ámbito local o regional, sino que en ciertas ocasiones llegaban a alcanzar a toda la nación. Un notable y anecdótico ejemplo de todo esto, se produjo cuando Carlos V, necesitado de ingresos especiales, exigió la décima entera de los frutos eclesiásticos de todos sus reinos. La reacción de la Congregación del Clero fue el entredicho o cesación a divinis, esto es, una huelga general de los servicios religiosos que aguantó más de cuatro meses (cesaron en todas las iglesias y monasterios de Castilla los oficios divinos y cerraron las puertas, y no se decían misas). Con todo esto, podemos entender mejor el empeño incesante que tenían los monarcas, por hacerse con el poderoso dominio de la Iglesia, que querían más suya, que dependiente de Roma. Objetivo en buena parte lograran gracias a la ideología regalista y al patronato real


2. El Regalismo


Conocido en Francia como Galicanismo, era la convicción de que prácticamente todos aquellos aspectos que no fueran espirituales o dogmáticos en la Iglesia, formaban parte del poder soberano del rey. La opinión radical a la que se llegó en el siglo XVIII, afirmaba que eran derechos inherentes a la Corona, por tanto irrenunciables al ser privilegios otorgados por Dios. Por supuesto, los movimientos antirregalistas denunciaban la injerencia de la potestad real en ámbitos privativos del poder del Papa y de los obispos. 

La aplicación práctica estuvo sembrada de tensiones, pues daba pie al Rey y a sus Consejos para intervenir en atribuciones de diezmos, en intentos de desamortización de bienes amortizados, incluso en los detalles más superfluos como ordenar procesiones. El poder monárquico también contó con otras armas como eran los recursos de fuerza, que servían al poder real para poder juzgar a un eclesiástico por la justicia civil, a veces solicitada por los propios religiosos aunque dañara una de las inmunidades eclesiásticas, lo que venía bien a la justicia real para afianzar su poder. 

En las relaciones con Roma, el mecanismo más socorrido de defensa contra lo que el regalismo juzgaba intromisiones papales, fue la censura que de todo documento pontificio podía hacer el rey, reteniéndolo hasta que juzgase conveniente publicarlo y aplicarlo, concediendo el exequátur o ejecútese, el placet o pase regio. Teniendo en cuenta que la única manera de comunicarse Roma con el mundo católico era éste, vemos el gran control y poder de la monarquía para enfrentarse a las decisiones romanas (algo que utilizó sobretodo la Monarquía Hispánica para con el gobierno de las Indias). 
A pesar de ello, Roma intentó aniquilar esto con la famosa bula In caena Domini, de obligatoria lectura el Jueves Santo, de ahí su título, por la que excomulgaba a todos los laicos, reyes y señores que osaran atentar contra los derechos de la Santa Sede, concretamente contra la libre circulación de sus determinaciones. Aún así, sabemos que los monarcas cristianos y católicos, no solían obedecer este precepto tan escasamente litúrgico. 


3. El Real Patronato


Ha sido uno de los hechos más permanentes y presentes en la historia de la Monarquía Hispánica en su política eclesiástica, de raíces medievales, y con pervivencias que han llegado en algunas de sus expresiones nada menos que hasta el último cuarto del siglo XX

El Patronato, tiene su base en la idea de que los monarcas españoles se consideraban patronos de la Iglesia con todo lo que implicaba el ser patrono, un título útil pero también costoso… proteger a la Iglesia y usar de derechos patronales se percibía como algo esencial a la monarquía. El rey era patrono de múltiples iglesias, colegiatas y abadías, capillas reales, hospitales y órdenes militares, así como de los nuevos reinos cristianos de Granada, Canarias e Indias. Como su fundador y patrono de todo esto, tenía que gasta mucho dinero en su mantenimiento, y si se trataba de las Indias, para su evangelización. 

Consecuentemente, también obtenía beneficios como el de afianzar el control de todos los responsables y superiores en los cargos mencionados, disponer liturgias y sermones al servicio de la Monarquía. Pero sin duda, el derecho de patronato más preciado y eficaz, era el de presentación de sus obispos, los cuales el Papa se comprometía a instituirlos canónicamente, de esta manera los obispos se fueron convirtiendo en una especie de funcionarios reales. “Era el medio más sonoro, de propaganda monárquica. Propaganda que influyó, no cabe duda, en la imagen idealizada de los reyes que se forjó en la percepción popular”. Este derecho de presentación que Carlos V amplió en 1523 a todo el territorio hispano y las Indias, también lo tenían los reyes de Portugal y Francia, suponía evitar la presencia de extranjeros en las diócesis y asegurar la estricta fidelidad de estos religiosos. 

Se veía al rey como responsable (y beneficiario) de una Iglesia, de una Cristiandad, que se había ido construyendo gracias a él, de forma independiente de Roma. Ya hemos visto anteriormente cuando se explicaba el patronato (del que podemos decir que hunde sus raíces pragmáticas en esta época medieval), que las dificultades de las comunicaciones, las inversiones y compromisos, así como el ideal de Cruzada que se fue fabricando, convirtió a largo plazo en realidad la idea de que los reyes debían proteger la iglesia por ellos casi creada, fundada, dotada y vigilada… y ejercer ciertos derechos a cambio de tanta generosidad. 
Como aporte, sería conveniente leer el siguiente razonamiento que el propio rey Alfonso X el sabio realiza en la primera de sus Partidas: “Y esta mayoría y honra han los reyes de España por tres razones: la primera porque ganaron la tierra de los moros, e hicieron de las mezquitas iglesias, y echaron desde entonces el nombre de Mahoma y metieron ahí el de nuestro Señor Jesucristo; la segunda porque las fundaron de nuevo en lugares donde nunca las hubo; la tercera porque las dotaron, y además les hicieron y hacen mucho bien. Y por eso tiene derecho los reyes de rogarles a los cabildos en hecho de elecciones, y ellos de caber (darles) su ruego”. 

Vemos una vez más, la idea de que la Iglesia de España se miraba como si fuera más del rey que del Papa, que se afianzó más aún con las conquistas de Canarias y del reino de Granada. Ni que decir tiene, que con la conquista de las Indias, y la entrega de éstas por parte del Papa Alejandro VI (Rodrigo Borgia), se conjugaron definitivamente todos los motivos y fines del patronato. Por todo estos hechos, la historia del patronato irá irremediablemente ligada entre quienes querían mantenerlo y ampliarlo, y entre quienes, como la curia romana, se esforzaron por convertirlo en algo parcial y derogable. Cabe sugerir, que en líneas generales, la sociedad española percibía al monarca como auténtico pontífice, incuestionablemente más cercano y más fiable que el de Roma. Después de todo lo visto acerca de esta institución/derecho tan importante como fue el Patronato real, vamos a centrarnos en los compromisos que tenían estos protectores de la Iglesia por el hecho de considerarse sus patronos y protectores, así como en los problemas que se refieren más directamente a las relaciones de la Monarquía con la Iglesia. 


4. Inquisión


Los compromisos de los protectores de la Iglesia (rey, nobleza, clero...) eran onerosos, repercutiendo en las finanzas de la Monarquía, pues la defensa de la fe implicaba normalmente grandes gastos. 
El peso de la religión era tal, que baste observar la cantidad de veces que aparecen los asuntos religiosos y eclesiásticos en los textos oficiales, y como todos estos se abren mediante la confesión de fe. El Estado y la política, el gobierno entero de la Monarquía, tenía como uno de los objetivos principales el garantizar la ortodoxia, la fe verdadera, que no era otra sino la oficial, esto es, la Cristiandad. Cuando ésta se vea resquebrajada, será la Católica Apostólica y Romana. No es de extrañar por tanto, que la herejía entendida como la desviación de la confesión o del credo oficial, se percibiera ante todo como un atentado contra Dios y, por lo tanto, contra la Iglesia, contra la sociedad, contra el orden, es decir, contra el Estado (algunos estudiosos de estas herejías las comparan con el terrorismo del pasado). Su represión sería por tanto, el objetivo capital de las preocupaciones de los reyes. 
Condenados por la Inquisición sufriendo escarnio público (portando el San Benito, gorro característico)  - Imagen de dominio público 
Cuando decimos que el Estado centraba gran parte de su atención y recursos en la lucha contra la heterodoxia, no nos hemos referido al instrumento por antonomasia del que hacían uso las Monarquías: la Inquisición. Pero debemos aclarar que Inquisiciones (tribunales encargados de indagar, delatar, juzgar y castigar la herejía) las hubo ya durante la Edad Media, y en la totalidad de la cristiandad salvo en Castilla. Eran tribunales procedentes de la Edad Media y dependientes de los obispos.
La llamada Inquisición española, creada por los Reyes Católicos en 1478 y controlada por los gobiernos de los monarcas, cuyo programa esencial se basaba en administrar la pureza de la fe de sus súbditos, es moderna y castellana. Se convirtió en un instrumento más del Estado, de hecho se llegó a incorporar a la administración central como otro Consejo, con capacidad para intervenir en todos los territorios peninsulares, en algunos italianos, y algo más tarde, en las Indias. 
Esta inquisición fue una organización muy efectiva, con escasa burocracia, que logró llegar a prácticamente todos los rincones con su presencia física, por los edictos de fe, aunque el espíritu inquisitorial no fue solo territorial, inició una vigilancia sobre judíos y musulmanes para velar por la ortodoxia, y pronto iría ampliando sus competencias a otras herejías, a otros delitos, a la lectura, a la conversación, al lenguaje, a los comportamientos. Sobre sus métodos, partiendo de la delación, del secreto de los delatores y de los testigos, del secreto de sus cárceles preventivas, todos los cuales se cifraban en un proceso singular que terminaba en el auto de fe, es decir, la publicación de la sentencia y aplicación de las penas, de forma totalmente espectacular, con una “escenografía” totalmente cuidada y meditada. Aquella minoría que no era condenada a morir en la hoguera, aunque viviesen, podían considerarse prácticamente difuntos, por la marginación a la que eran sometidos de por vida, tanto ellos como sus descendientes, que sufrían la memoria de la infamia

Pese a todo este régimen de terror, la Inquisición tuvo de trabas y conflictos durante su existencia, de hecho, algunas personas de prestigio como fray Hernando de Talavera (el confesor de la reina), no eran partidarios de sus objetivos ni de sus métodos, también los tuvo en su institución aragonesa por las resistencias de judíos y conversos, de los celadores de los fueros, hasta el extremo de morir asesinado el inquisidor Pedro Arbués. Incluso Cisneros y los propios reyes tuvieron que intervenir ante excesos fanáticos (algunos interesados) cometidos en Andalucía por algunos inquisidores. Tuvo una especial resonancia lo ocurrido a Antonio Pérez, en Zaragoza en 1591, conducido a la Inquisición, rescatado de ella ante una población amotinada en su defensa y contra el Santo Tribunal obediente a las directrices del Rey. Conflictos que seguiría teniendo hasta su desaparición, sobre todo en el siglo XVIII, cuando la Inquisición se encontraba ya vieja y desprestigiada.

Nada más, la próxima entrada versará también sobre cuestiones religiosas en la Edad Moderna.

¡Feliz Domingo! - Hacer historia, aprehender la historia, aprendes la historia
4/Septiembre/2016

VOLVER AL ÍNDICE HISTORIA EDAD MODERNA ESPAÑA

No hay comentarios:

Publicar un comentario