En la presente entrada continuamos con el reinado de Felipe IV. Continuamos viendo sus actuaciones tras el abandono del conde duque de Olivares el 17 de enero de 1643, fecha en que recibió licencia para retirarse, y Felipe IV marchó a El Escorial a unas jornadas de asueto. El rey con la destitución de Olivares decidió tomar el mando y tratar a sus ministros por igual. La destitución de Olivares fue muy sonada tanto en la Corte y medios diplomáticos como en la calle, y se abría una nueva etapa en la que, según todos los indicios, Felipe IV iba a desempeñar auténticamente su función de piloto de la nave del Estado.
1. La caída de Olivares y la lucha por el poder
Felipe se mostró enseguida muy activo en el despacho de los asuntos y de nuevo asequible para los grandes nobles. La caída del valido no fue seguida por una renovación realmente importante de altos cargos del gobierno, sólo hubo dos víctimas claras: Diego de Castejón, presidente el Consejo de Castilla, que fue destituido por Juan de Chumacero, y el aragonés Jerónimo de Villanueva, uno de los colaboradores de Olivares, que fue apartado de su cargo de protonotario del Consejo de Aragón. La destitución de Villanueva tuvo un significado político, porque iba dirigida a recuperar la confianza de los dirigentes catalanes. También los puestos de confesor real y de Inquisidor General cambiaron de titular, y los nuevos nombrados ya no pertenecían al círculo de Olivares. Pero algunos hombres de Olivares conservaron sus cargos o desempeñaban otros, por ejemplo: José González, adquirió mayor peso y llegaría a ser presidente del Consejo de Hacienda en 1647.
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Felipe IV en 1627 - Imagen de dominio público |
Deseosos de que la caída del conde fuese completa. Los aposentos que ocupaba Olivares en palacio fueron acondicionados para el príncipe heredero, Don Baltasar Carlos (con 14 años de edad), y su biblioteca privada fue retirada y embalada. Algunos nobles de la poderosa casa de Alba, salieron del confinamiento en que Olivares los había tenido, al igual que Francisco Quevedo, encarcelado en el convento de San Marcos de León.
El enfado por un texto titulado Nicandro que defendía la obra del gobierno de Olivares, produjo presiones de la alta aristocracia sobre el Rey que lograron que a Gaspar lo desterrasen a Toro y su esposa e hijos salieran de palacio. La caída de Olivares dejó un claro vacío de poder. Nobles y ministros pretendían llenarlo, pero fueron frenados por el Rey, que decidió ocuparse personalmente de la monarquía.
No hubo cambios en Política exterior: el rey quería alcanzar la paz con Francia y parecía verse favorecido por el fallecimiento de Luis XIII de Francia, en Mayo de 1643. Aunque por otra parte tuvo también lugar la severa derrota de los tercios españoles en Rocroi frente a Fracia, lo cual daba una clara ventaja a Francia, y alejaba la paz. Pero por otra parte, el hecho de que Francia entrara en una minoría de edad (Luis XIV aún tenía 5 años), y de que la regente fuera la reina viuda Ana de Austria, hermana de Felipe, permitía pensar en un apreciable cambio de clima entre ambas potencias, pero no fue así, y Francia siguió en guerra contra las fuerzas españolas. Tampoco iba a llegar enseguida la paz con las Provincias Unidas.
2. Política interior y económica de Felipe IV
El cambio de gobierno fue más palpable en la Política interior. Se llevó a cabo la revisión del sistema de juntas impuesto por Olivares para tomar decisiones en lugar de hacerlo en los Consejos Supremos, con dos objetivos: hacer más ejecutivo el gobierno y escapar de los intereses creados por la clase burocrática que había anidado en ellos. Tras la caída de Olivares, para la revisión y eventual supresión de las juntas, se erigió una nueva, la Junta de Reformación de Juntas en 1634, encargada de coordinar la abolición de las existentes y reintegrar sus funciones a los Consejos correspondientes. Juntas muy características del régimen de Olivares fueron suprimidas, pero se conservó la de la Armada, por deseo del Rey, y se erigió otra, la de Conciencia, que reflejaba a Felipe IV deseoso de moralizar la vida propia y la de sus súbditos. Se vivió un ambiente de reforma moral, con supresión de comedias.
Pero no hubo ningún proceso a Olivares ni a sus colaboradores. En el otro punto fundamental de la política exterior, las rebeliones de Cataluña y Portugal, no hubo mayores cambios, se mantuvo la postura de dar prioridad a la recuperación de Cataluña frente a la de Portugal. Felipe IV acudió por segunda vez a Zaragoza para dirigir desde allí la campaña de 1643. Y aprovechó para aplicar su propósito de lograr un reparto y equilibrio de poderes entre personas u grupos de su entorno. Por ejemplo el grupo familiar y político Haro-Castrillo seguía teniendo poder pero su posición no era dominante.
Los rasgos de Olivares y de su régimen hacen de la primera mitad del reinado de Felipe IV, un periodo bien definido. En cambio, la segunda mitad, sigue siendo uno de los periodos menos conocidos de la historia política de la España moderna. Los problemas seguían siendo los mismos y los remedios disponibles no diferían apenas de los anteriores. Algunos rasgos en política interior que caracterizarían a buena parte de esta segunda etapa del reinado serían los siguientes:
- Recuperación de la influencia de la aristocracia en la alta política, la “huelga de grandes” había sido decisiva en la caída del Conde Duque.
- Reparto y equilibrio de poderes entre el círculo de altos ministros y facciones.
- Recuperación por el Rey de la dispensa de mercedes y favores, dispensa que se consideraba que había sido usurpada en gran medida por el valido Olivares.
- Vuelta al sistema polisinodial, y recuperación de la influencia de la burocracia tradicional.
- Nueva afirmación de la ortodoxia religiosa, tras a aproximación fomentada por Olivares a los grupos financieros conversos portugueses.
En conjunto parecía perfilarse a una vuelta a modos tradicionales de gobierno, vuelta que era fruto de la doble reacción nobiliaria y conciliar producida por un nuevo aire constitucionalista en la Corte.
En la política financiera quiso establecerse un nuevo estilo. Al poco de proclamar su voluntad de dirigir personalmente los destinos de la Monarquía, Felipe IV encargó un informe sobre sus rentas, al tiempo que se ponía en marcha una investigación sobre el Medio General posterior a la suspensión de pagos de 1627. La supresión de la venta de oficios, la de la venta de baldíos y la retirada de la circulación de la moneda resultante de la drástica baja del vellón, aplicada en 1642, fueron medidas que corroboraron la voluntad de saneamiento.
Los responsables de la Hacienda Real eran consientes del problema del aparato fiscal español. Los súbditos castellanos y napolitanos, estaban sometidos a una fortísima carga fiscal, pero el tesoro, en cambio, ingresaba pequeñas cantidades debido a las figuras impositivas y sus correspondientes agentes recaudadores. Una contribución única, con Olivares en 1632, en forma de impuesto sobre la sal, hubo de ser retirada, y ahora volvía a aparecer como la panacea de tantos males, de ella se seguiría discutiendo durante varios años, dentro y fuera de las Cortes de Castilla.
Pero las premuras fiscales hicieron que un par de años después volviera a practicarse la venta de baldíos. No hubo manipulaciones de moneda hasta 1651, y la Corona no intentó pedir una nueva exacción general a Castilla durante trece años. En su lugar, se recurrió a la perpetuación y capitalización de los impuestos vigentes mediante la venta de juros sobre ellos, obligatoria cuando fue necesario. Cuando Felipe IV hubo regresado a Madrid de su segunda jornada a Zaragoza, el jesuita Agustín Castro, miembro de la Junta de Conciencia, pronunció un sermón en el que animó a declarar oficialmente quién detentaba el valimiento, pero el Rey le reconvino por ello. Sonaban nombres pero ninguno se confirmaba, el marqués Medina de las Torres, Luis de Haro o su hijo natural don Juan José de Austria.
3. La guerra en Cataluña, el problema del heredero y el nuevo "valido"
Desde su ida a Zaragoza desde su año anterior (1643), Felipe IV había entablado trato y amistad con sor María de Ágreda, superiora del convento carmelita de esa población castellana. Rey y monja mantuvieron una copiosa correspondencia, que se prolongó hasta la muerte de ambos en 1665. No puede considerarse que, a través de la misma, sor María ejerciera una influencia concreta ni directa en la política gubernativa, pero su insistencia en lograr la paz con la católica Francia y en evitar que la confianza real quedará depositada en un único gran ministro no debió dejar de surtir efectos.
El año de 1644 fue un año bueno para Felipe IV, a pesar de que falleció la reina doña Isabel, el papa Urbano VIII, partidario de Francia, también murió, y además en julio las tropas reales tomaron la ciudad de Lérida, que fue la primera victoria en armas de Felipe IV en el frente catalán. Allí entró el rey y renovó el juramento de los derechos y constituciones de Cataluña que hiciera al inicio de su reinado. Se trataba de un acto cargado de significado para una población catalana que estaba sintiendo el creciente peso fiscal y político de la administración militar de los virreyes franceses que, desde Barcelona, cumplían los dictados de Mazarino (cardenal italiano, político al servicio de Francia). Lérida resistiría varias contraofensivas francesas en los años siguientes, lo cual marcó un cierto equilibrio militar y territorial en la guerra.
En cambio, el frente portugués se saldó con una derrota, ya que se produjo la victoria portuguesa de Montijo en 1644, victoria que aseguró las perspectivas inmediatas independentistas del Portugal bragancista.
Los problemas políticos internos crecían en el Principado catalán con un gran descontento hacia el gobierno francés. Sectores eclesiásticos protestaron contra los alojamientos y otras medidas, y fueron muchos los clérigos y obispos castigados con el destierro. Pese a la concesión de señoríos confiscados a nobles filipistas y un amplio reparto de títulos de pequeña nobleza, disminuían los apoyos catalanes a lo que se había convertido, de hecho, en ocupación militar francesa. En 1645 y 1646 Felipe IV celebró las Cortes en Valencia, Aragón y Navarra.
También estos tres reinos sufrían la movilización militar, en 1643, Zaragoza se vio sacudida por un grave levantamiento popular contra un contingente de soldados alojados en las afueras de la ciudad. La motivación de estas Cortes era fiscal, también tenían un sentido político de recabar el apoyo de los reinos, además del objetivo dinástico de proceder a la jura del príncipe Baltasar Carlos, que ya había sido jurado por las Cortes castellanas en 1632.
Las Cortes en Aragón adoptaron notables medidas de reforma económica contra la competencia manufacturera y los inmigrantes galos, y de integración de las élites aragonesas en la Monarquía como la reserva de plazas en los tribunales. El fallecimiento en Zaragoza en 1646 del príncipe Baltasar Carlos a causa de la viruela con casi 17 años creó una crisis en la dinastía, debido a que Felipe IV quedaba viudo y sin heredero varón, aunque tenía una hija, la infanta María Teresa, de 8 años, futura esposa de Luis XIV. El infante don Baltasar Carlos era el único miembro varón vivo de los Austrias españoles.
Ante la urgencia de conseguir un heredero, y pese a la negativa del Consejo de Estado, Felipe IV manifestó a su regreso a Madrid su propósito de casar con Mariana de Austria, sobrina suya e hija del emperador Fernando III, que estaba comprometida con su hijo fallecido, y así lo hizo en 1648. Su hijo natural don Juan José de Austria se estableció en la corte aunque no pudiera heredar el reino por su condición de no nacido de una relación matrimonial.
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Baltazar Carlos de Austria - Imagen de dominio público |
Pero pronto surgiría la figura de otro valido, o casi valido, ya que Felipe IV empezaba a verse abrumado por los asuntos de gobierno. Así en 1647 Felipe IV entregó a don Luis de Haro (sobrino del Conde-Duque) las llaves del Despacho Universal y le autorizó a celebrar reuniones de la Junta de Estado en su casa. El Rey hizo partícipe a sor María de Ágreda de las razones de su resolución: tras reiterar su voluntad de cumplir con las obligaciones de su cargo, evocó la memoria de Felipe II quién, recordó, no dejó de tomar ministros de confianza, aunque reservándose siempre la última palabra, práctica que ahora también habría de ayudarle a él, máxime cuando era necesario combinar celeridad y eficacia en las tareas de gobierno.
Es común en la historiografía reconocer a Luis Méndez de Haro como el sucesor del Conde-Duque en el valimiento, pero éste presentaba limitaciones. Su trato amable y modales comedidos, tan distintos a los de su tío, hicieron que nunca llegara a ejercer el puesto con la misma pasión y autoridad ni de modo tan omnipresente. Pese a sus títulos nobiliarios, siguió siendo conocido simplemente como don Luis de Haro. Más que valido, Haro fue promovido a primus inter pares (el primero entre iguales) entre los ministros, y entre 1647-1649 Felipe IV acabó por estructurar una pauta de gobierno en la que él era el vértice del gobierno, secundado, en delicado equilibrio, por el propio Haro y el duque Medina de las Torres.
Medina de las Torres controló el acceso al Rey mientras Haro no vivía en el Alcázar ni ejercía función cortesana ninguna. El campo de Haro era la política propiamente dicha, y dirigía la Junta de Estado, que actuaba como principal órgano ministerial, pero no pertenecía al Consejo de Estado. Medina de las Torres pertenecía al Consejo de Estado, Aragón, Italia e Indias, desde los que pudo tejer toda una red de influencias, pero fue excluido de la Junta. Durante las negociaciones con Francia que conduciría a la paz de los Pirineos de 1659, Felipe llamó a Haro “primer y principal ministro”, con el objetivo de negociador, pero no parece que este título tuviera repercusiones efectivas en sus competencias en el gobierno interior.
Medina de las Torres controló el acceso al Rey mientras Haro no vivía en el Alcázar ni ejercía función cortesana ninguna. El campo de Haro era la política propiamente dicha, y dirigía la Junta de Estado, que actuaba como principal órgano ministerial, pero no pertenecía al Consejo de Estado. Medina de las Torres pertenecía al Consejo de Estado, Aragón, Italia e Indias, desde los que pudo tejer toda una red de influencias, pero fue excluido de la Junta. Durante las negociaciones con Francia que conduciría a la paz de los Pirineos de 1659, Felipe llamó a Haro “primer y principal ministro”, con el objetivo de negociador, pero no parece que este título tuviera repercusiones efectivas en sus competencias en el gobierno interior.
En 1647 empezó con estos pasos la configuración del núcleo de gobierno. Cuando el Rey regresó a Madrid acompañado de los restos mortales de su hijo, las Cortes de Castilla se hallaban reunidas. Los temas de estas Cortes eran los de siempre: la ayuda económica que el Rey reclamaba para sus incesantes apremios financieros y militares. En 1647 estallaron sublevaciones anti-señoriales en varias localidades andaluzas, la más importante en Lucena donde la gente pegó fuego a los registros y a las pilas de papel sellado en la que iba a ser la primera de una larga serie de alteraciones andaluzas.
En el frente diplomático prosperaban las negociaciones de paz con los rebeldes holandeses entabladas en la ciudad alemana de Münster hacía ya un año y medio, en el seno de la que habría de ser paz general de Westfalia, y también en enero de 1647 se llegó a un acuerdo a resultas del cual cesaron las hostilidades y las sanciones económicas.
4. La oleada de rebeliones. Las paces (1647-1659)
Las Cortes de Castilla se habían iniciado a principios de 1646 debatiendo sobre la naturaleza decisiva o meramente consultiva de los poderes que las ciudades debían otorgar a sus procuradores. Los reunidos compartían un objetivo, encontrar procedimientos que permitieran aliviar a los súbditos sin merma de los ingresos de la Hacienda Real, discutieron varios proyectos y arbitrios, el más destacado era el de Jacinto Alcázar Arriaza, que propugnaba una Contribución Única. También se debatió acerca de un impuesto sobre la harina pero no se llevaron a efecto ninguno de los dos proyectos, pero seguía en el ambiente la confianza de que conseguir el doble objetivo de rebajar las cargas impositivas sin merma de la recaudación fiscal, lo cual no era una quimera en tanto que se lograra combatir el fraude.
En 1647 las Cortes acordaron la prórroga de los servicios y concluyeron sus sesiones, entonces la Corona decidió la integración de la Comisión de Millones en el Consejo de Hacienda aunque las protestas lo diferirían hasta 1658.
Las condiciones climatológicas venían empeorando: fríos, lluvias torrenciales y sequías se alternaron para provocar cosechas escuálidas, dificultades de transporte y abastecimiento, escasez de alimentos y las carestías consiguientes. Al sumarse esto a la presión fiscal existente y a la oligarquización más o menos intensa de los gobiernos municipales, confluían todos los factores para una coyuntura propicia a los levantamientos populares. Esto ocurrió en los años 1647 y 1648, en los cuales la agitación social no paraba de extenderse, una segunda oleada de sublevaciones, con el afianzamiento inicial de los levantamientos catalán y portugués. La mayoría tenía causas y objetivos sociales y económicos, y respondían ante todo a la tipología de motines de subsistencia, pero no faltaron los factores políticos. El grito popular era “¡viva el Rey y muera el mal gobierno! Todo ello coincide con la crisis del siglo XVII que afectó a los países europeos. A los dominios hispánicos y a la propia España.
Valencia sufría un estado de tensión y agitación en 1646, al igual que Aragón que tenía un gran esfuerzo económico y humano en la guerra con Cataluña, aunque entorpecido por el bandolerismo. El Consell General se encontraba dividido en facciones y esto suponía una fuerte inestabilidad. Además ocurría que las presiones fiscales daban lugar a concejos abiertos y a asambleas más amplias que significaban un notable soplo de participación popular. La tensión se apaciguó al restablecerse la insaculación a mediados de 1647.
A) REVUELTAS INICIADAS EN 1647
A todo ello se sumo la peste, una epidemia cuyos primeros brotes fueron detectados en Valencia, en 1647, procedente de Argelia, asolando gran parte del Levante peninsular y Andalucía hasta 1652. Es posible que la peste frenara los levantamientos populares porque provocaba una dislocación social y espiritual. Significó sin duda un trágico aumento de las penalidades sufridas por la población. Por ejemplo Valencia perdió unos 11.000 de sus 50.000 habitantes. Los españoles ya tenían experiencia con la peste y tanto médicos como las autoridades hicieron notables aportaciones al conocimiento europeo sobre la materia, siempre de tipo experimental.
El reguero de muerte y dislocación económica dejado por las pestes no haría sino minar las posibilidades financieras futuras de la Corona. En 1647, la revuelta estallará en Palermo, capital de Sicilia, su motivo era acabar con el bajo precio a que se vendía el pan, querían que su precio se correspondiera con su coste. El virrey aplicó la orden a regañadientes, al día siguiente se produjo una manifestación en el Ayuntamiento, y por la noche la multitud forzó la apertura de la prisión, poniendo en libertad a un millar de presos y, como en Lucena, quemaron los registros fiscales. El virrey retiró la orden sobre el pan, suprimió la gabela que gravaba alimentos básicos y perdonó a los instigadores del levantamiento.
En Nápoles los motivos eran los mismos, las autoridades suprimieron los festejos del 24 de junio de 1647, día de San Juan, pero no los de la festividad de la Virgen del Carmen, que se celebraba el 7 y el 16 de julio. Las fiestas populares incluían una batalla ritual en la plaza del Mercado entre dos grupos de jóvenes, y esto proporcionó, el día 7, la ocasión para el inicio de los tumultos. Dado que la guarnición de la ciudad había sido mandada a Milán, el virrey, abolió los impuestos sobre los alimentos fijados e hizo concesiones parecidas a las de Sicilia. El levantamiento napolitano no había sido sólo popular, sino que había estado precedido por una creciente tensión jurídico constitucional.
La Francia de Mazarino se hallaba en fase de expansión militar y territorial, además de su despliegue en el frente catalano-aragonés, los ejércitos franceses habían obtenido en 1645 unas victorias en la zona del Rin, el mismo año había penetrado en la península italiana, donde intervinieron en la guerra civil de Saboya atacando a Génova y Milán, y en 1646 tomaron unos presidios españoles. Al cardenal se le presentaba ahora una oportunidad para hacerse con el reino de Nápoles, por ello, destinó tropas para ayudar a los rebeldes napolitanos. En las sombras, la ciudad de Nápoles entre octubre de 1647 y abril del año siguiente, y sin que el virrey dejara de residir en el palacio real, llegó a practicar una forma de gobierno republicano, gobierno que no fructificó a causa de la coyuntura bélica (y de la inadecuación de sus instituciones y de las fuertes tensiones internas entre los distintos grupos sociales de la ciudad). En 1648, Juan José de Austria, hijo del rey Felipe, al mando de una armada, puso fin a la república y a la sublevación, y Nápoles volvió a la situación política-institucional anterior.
Moneda de la República de Nápoles (Autor foto: Sailko Fuente: wikipedia) This file is licensed under the Creative Commons Attribution-Share Alike 3.0 Unported license. |
La situación en España parecía atravesar un cierto respiro durante parte de 1647. Tras el levantamiento de Lucena a principios de año, se habían producido otros levantamientos anti señoriales en la Andalucía central, pero no fueron a más. El 1 de octubre, Felipe IV declaró una suspensión de pagos, pretendía diferir el pago de la deuda en términos ventajosos que permitieran obtener recursos para un esfuerzo bélico especial con vistas a las negociaciones de paz en Münster. En junio un poderoso ejército francés fue derrotado en Lérida, aunque poco después otras tropas tomaban Tortosa, un fracaso francés fue decisivo tanto en términos militares como políticos. La derrota en Lérida desató rencillas y acusaciones entre el príncipe y el cardenal, que empujaron al primero a alinearse en la oposición al valido y en la Fronda.
B) REVUELTAS DE 1648
En enero de 1648 quedó ajustado el tratado con las Provincias Unidas en Münster, dentro de la Paz de Westfalia que puso término a la guerra de los Treinta Años. Para la Monarquía española significó el reconocimiento oficial de la independencia de las Provincias Unidas y, por lo tanto, el final de una guerra que había empezado como rebelión calvinista 80 años atrás. Felipe IV les reconocía las plazas conquistadas en Brasil, pero quedaron pendientes el comercio ilegal holandés, el tráfico de esclavos con América o la explotación de las minas de sal de Venezuela. Un éxito de la diplomacia de Felipe IV en Münster fue que las potencias allí reunidas no concedieron a los delegados enviados por Cataluña y Portugal el rango que éstos reclamaban. La derrota española ante el ejército francés en Lens en agosto de 1648, aseguró la continuidad de la guerra entre París y Madrid, y Cromwell iba pronto a hacer sentir su presencia en la escena internacional.
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Firma del tratado de Münster entre los contendientes de la guerra de los 30 años - Imagen de dominio público |
Las alteraciones andaluzas se reanudaron en febrero de 1648, a causa de la peste y se prolongaron con intensidad variable hasta 1652. Eran de carácter urbano, sus motivos eran las dificultades de sectores manufacturados y artesanales, además de la carestía y de los efectos de las alteraciones monetarias. Las tres grandes ciudades Granada, Córdoba y Sevilla, vivieron conmociones apaciguadas mediante la destitución del corregidor de turno y su sustitución por algún prohombre local bien considerado.
El motín más grave tuvo lugar en Sevilla con enfrentamientos armados dejando un centenar de muertos, pero el Rey concedió diversos perdones. En Córdoba la buena cosecha y la llegada de la flota de Indias, ayudaron a la pacificación. En los motines andaluces la gente gritaba “Viva el Rey y muera el mal gobierno”, pero el miedo al contagio revolucionario a otras zonas se mantuvo hasta 1652.
En 1648, tuvieron lugar sonados encarcelamientos en Madrid, como el del duque de Híjar, un cortesano ansioso por recuperar el favor del Rey desde el mimo momento de la caída de Olivares que tramó una conspiración: una paz con los franceses negociada al margen del valido, para desacreditarlo, una entrega de Navarra y el Ampurdán a Francia a cambio de ayuda para proclamar a Híjar rey de un Aragón independiente, y tratos con Juan IV de Portugal en los que la pieza del intercambio sería Galicia. Un plan extraño por el que el duque y sus socios de la Diputación de Aragón acabaron en la cárcel.
En Castilla no había habido conjuras nobiliarias, aunque existiera un gran malestar por la presión fiscal. Un contraste claro con Francia, donde La Fronda comportó una disminución de la presión militar francesa sobre sus vecinos y supuso un respiro para España. En ella el príncipe de Condé se pasa a las tropas españolas logrando importantes victorias. Sin embargo, estando Olivares y Richelieu tan necesitados de paz, no la buscaron, sino que volvieron sus miras a Inglaterra como posible aliada.
C) LA SITUACIÓN INTERNACIONAL CON FRANCIA E INGLATERRA
¿De parte de quién se pondría Inglaterra? Pues en enero de 1649 Carlos I Estuardo fue decapitado y Oliver Cromwell irrumpió en la escena internacional. Cuando la noticia de la ejecución de Carlos I llegó a Madrid, las Cortes de Castilla se hallaban otra vez reunidas y el gobierno español intentaba sacar el máximo provecho de las circunstancias con un importante aporte económico. Sin embargo las Cortes no acordaron nada sustancioso y las tropas españolas no lograron ningún progreso apreciable. Tras numerosos debates sobre la contribución única al final prorrogaron los servicios existentes y sus sesiones hasta abril del año siguiente.
En 1650 murió Guillermo I, estatúder de las Provincias Unidas, partidario de reanudar las hostilidades contra la Monarquía española, lo que facilitó la continuidad del acercamiento hispano-neerlandés. Ese año tropas españolas recuperaron los presidios italianos perdidos en 1646 y en 1652, además de tres plazas de suma importancia: Dunkerque, tomada por Francia cuatro años atrás; la fortaleza de Casale, el Monferrato que había permanecido en manos francesas desde 1628; y Barcelona.
Si en 1626, fue un annus mirabilis que representaba al joven Felipe iniciando su régimen con Olivares, este segundo puso de relieve los escondidos recursos humanos, militares y financieros de una Monarquía española cuya decadencia, aunque ya visible, no era, ni mucho menos, completa ni irreversible.
Barcelona, afectada por la peste, y estando su población descontenta por el gobierno francés, fue sitiada en 1651 por tierra y mar al mando de don Juan José de Austria, que tras su éxito en Nápoles volvió de Sicilia como virrey para recuperar Barcelona. La situación política de la ciudad se había ido deteriorando conforme los virreyes franceses perdían apoyos sociales aunque contaban con el apoyo popular al conceder a los artesanos plaza en el ayuntamiento. En 1652 el nuevo virrey, mariscal de La Mothe, logró entrar en la ciudad pero diversas poblaciones se habían declarado a favor de Felipe IV y la mayoría de barceloneses, castigados por el hambre, buscaron también una solución pacífica.
Se intentó buscar una solución pacífica y don Juan José de Austria negoció con amplios poderes, el cual otorgando un perdón general y asegurando la observancia de las leyes y constituciones catalanas logró entrar en la ciudad en 1652. El rey se manifestó magnánimo y mantuvo los privilegios de Barcelona y las Leyes del Principado, aunque como concesión ex novo, con pequeños cambios, sobre todo a las insaculaciones del Consell de Cent y de la Diputación del General que le permitían supervisar los sorteables. La parte de Cataluña que permanecía bajo soberanía francesa siguió mayoritariamente el camino de Barcelona y un año después las tropas españolas recuperaban Gerona (1653). Hubo contraofensivas francesas y no faltaron fricciones entre los mandos militares y las autoridades locales, pero al poco tiempo sólo subsistían algunos núcleos pro franceses y ciertas partidas de miquelet que actuaban por la zona pirenaica, en Rosas y en el Rosellón. Los más significados de la Cataluña borbónica se reagruparon en Perpiñán e integraron la Diputación del General y los otros tribunales catalanes que Luis XIV ordenó levantar como muestra de comunidad institucional. En 1652 el balance de la guerra franco-española iniciada en 1635 era de tablas.
España vencería a Francia en Rocroi (1654), Pavía 1655 y Valenciennes, Flandes (1656) con el general francés Condé, mientras que Mazarino consiguió la alianza con la Inglaterra de Cromwell, vencedor de la guerra anglo-holandesa, que en 1655 conquista Jamaica. Pero también intentó el cardenal italiano Mazarino al servicio de Francia un acercamiento a España, aunque sin éxito, por no aceptarse la boda con la que se quería sellar la paz: Luis XIV con la princesa heredera María Teresa, ni aceptarse la restitución de Condé en el otro lado tras su intervención en la Fronda.
Felipe IV se encontraba enzarzado en una guerra con Francia, con Inglaterra y con la rebelión de uno de sus dominios, Portugal de manera similar a la de Felipe II. Además carecía de aliados firmes y no podía contar con el apoyo de los Habsburgo de Viena, neutralizado en la paz de Westfalia, ni con Génova que se inclinó temporalmente hacia Francia.
Desde la perspectiva española, era necesario aislar a Portugal, pero Londres y París se encargaron de impedirlo pactando entre ellas y con Portugal. Tras el ataque de Jamaica, Felipe IV había reconocido a Carlos II Estuardo como rey de Inglaterra aunque estuviera exiliado en el continente y asentado en Bruselas.
Los años 1657 y 1658 arrojaron un balance negativo para la Monarquía española, hubo ataques ingleses en el Caribe y Cádiz, y se destruyó la flota de Indias con graves daños en el comercio americano. En cuanto a Portugal, el conflicto llevaba varios años con escasa actividad bélica, pero se reabrió al caer Barcelona, aunque Felipe IV salió peor parado.
Se volvía a hablar de paz entre España y Francia, más cuando la situación dinástica de Felipe IV había mejorado en gran medida con el nacimiento a finales de 1657 del príncipe Felipe Próspero y un año después, de Fernando Tomás, lo que despejaba la cuestión de la boda francesa de la infanta María Teresa. En mayo de 1659 cesaron las hostilidades y al mes siguiente Mazarino y don Antonio de Pimentel prepararon en París un amplio acuerdo preliminar para las negociaciones formales en la isla de los Faisanes donde ya se habían celebrado importantes acuerdos dinásticos franco-españoles en 1526, 1565 y 1615.
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Tratado de los Pirineos, vemos la entrevista en la isla de los faisanes entre Luis XIV y Felipe IV - Imagen de dominio público |
Haro y Mazarino negociaron la paz de los Pirineos, que sancionaba el ascenso de la Francia de Luis XIV hacia la hegemonía en el continente, pero no fue una paz impuesta ni desequilibrada, sino que resultó honrosa para Felipe IV y sus súbditos. Felipe entregó la mano de su hija María Teresa a su sobrino Luis XIV y éste aceptó la reintegración plena de Condé.
En el aspecto territorial la monarquía española cedió el Artois y el Rosellón y parte de la Cerdeña, mientras que los franceses entregaron Rosas y fijaron la frontera de Cataluña en la línea de las cumbres y divisorias de las aguas, la cual se mantendría en los Tratados de Bayona de 1866 y 1868 y no ha sufrido cambios desde entonces. En los aspectos comerciales salió vencedora Francia, obteniendo ventajas que facilitaron la penetración de productos manufacturados franceses en los mercados catalán y español.
5. La independencia de Portugal
El enlace matrimonial entre Luis XIV y la infanta María Teresa se celebró en la misma isla de los Faisanes, el 9 de junio de 1660, al que acudieron ambas familias y ambos validos. Quedó estipulado que María Teresa renunciaba a sus derechos sucesorios a la Corona española y aportaría una dote de 500.000 ducados de oro que Felipe IV no pudo pagar.
En 1660 se produjo la restauración de Carlos II Estuardo en el trono británico, se posibilitaba un acuerdo que renovara el tratado de Londres de 1630 y recuperara Jamaica y Dunkerque para España. Pero no fue así, porque Carlos II de Inglaterra se inclinó hacia Portugal, alianza sellada en 1661 mediante el enlace con Catalina de Bragança, hermana de Alfonso VI, que aportó como dote Tánger y Bombay. Una guerra de baja intensidad siguió enfrentando a las monarquías española y británica pero con un decisivo apoyo británico a Portugal, al que se añadió el más encubierto apoyo francés.
Felipe IV sólo contemplaba una recuperación completa de Portugal, y con este objetivo había transigido en la Paz de los Pirineos. Y en 1658, había dado un paso para atraerse el apoyo de los portugueses: restauró el Consejo de Portugal, que había sido suprimido por Olivares en 1639 y sustituido por varias juntas.
A principios de 1661 murió Luis de Haro de forma inesperada, quien prestaba a Felipe no sólo una ayuda muy valiosa sino también esa sensación de confianza en sí mismo que el Rey no siempre tenía y que sus muchas tribulaciones familiares, espirituales y políticas iban minando. También murió el cardenal Mazarino en 1661, con ambos desaparecía la figura del valimiento, pero Luis XIV aprovechó las circunstancias para tomar el poder de forma directa, mientras Felipe IV no promovió a ningún otro ministro con rango diferenciado.
En Portugal confluían los desvelos de Felipe IV, quería recuperar el reino lusitano y dejar solucionada esa cuestión patrimonial a su sucesor. El nacimiento del que sería Carlos II, en noviembre de 1661, evitaba otra crisis dinástica pues poco antes habían fallecido Felipe Próspero, con 4 años, y Fernando Tomás, tras cumplir su primer año. Para obtener los fondos necesarios de la nueva campaña portuguesa, se procedió a acuñar la llamada moneda ligada, vellón con un poco más de plata, y a una nueva suspensión de pagos en 1663, la cuarta, operaciones parecidas a las que habían permitido financiar el esfuerzo militar de la toma de Barcelona en 1652.
Así se reunió en 1663 un ejército de empaque estimable, con don Juan José de Austria como general supremo que consiguió el importante éxito de Évora, éxito que fue seguido de numerosos y estrepitosísimos fracasos militares, siendo el mejor ejemplo de ello la batalla de Castelo Rodrigo en 1664 (donde Portugal solo tuvo un muerto en batalla, frente a miles de bajas españolas) o la de Villaviciosa en 1665 (donde las bajas españolas octuplicaban a las portuguesas). El fracaso de Portugal fue el resultado de la situación de aguda debilidad a la que la Monarquía española había llegado, sus recursos demográficos y económicos se encontraban al borde del agotamiento y el sistema hacendístico estaba desquiciado, tras cuatro suspensiones y varias alteraciones monetarias. Incluso parecía faltar la capacidad táctica de sus generales. Además, la continuidad dinástica pendía de un hilo porque Carlos II no había cumplido cuatro años de edad.
Durante los preparativos de la campaña de 1665, Felipe IV había admitido la conveniencia de llegar a una negociación decente y decorosa con Portugal por intermediación del embajador británico en Madrid. Pero este año de 1665 la muerte alcanzó a Felipe IV, y fue el duque de Medina Torres quien firmó un tratado de amistad con Gran Bretaña en el que se contemplaba una tregua de treinta años entre España y Portugal. La paz plena se fijó en 1668, y por ella Portugal obtenía la independencia junto a su vasto imperio colonial, mientras que la plaza de Ceuta quedó bajo la soberanía española, ya que Ceuta siempre se mantuvo al lado de España desde 1640, a pesar de ser una ciudad portuguesa (esto le valió a Ceuta el título de fidelísima). Concluía así con este tratado la llamada Guerra de Restauración Portuguesa, siendo Alfonso VI ya rey indiscutible de Portugal en esos momentos.
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La ciudad de Ceuta - Imagen de dominio público |
La solución finalmente alcanzada por Portugal resumía la tónica de buena parte del reinado: recoger un resultado negativo del que había intentado escapar a lo largo de años y de esfuerzos de todo tipo. El resultado global consistía en repliegue y pérdida de hegemonía, frente a ello el título de Felipe el Grande que la adulación cortesana le asignó al calor de los éxitos al inicio de su reinado. Aunque con perspectiva histórica, bien puede decirse que fue grande más bien por lo que supo conservar en ambos hemisferios, pues tan notorio como la larga lista de alteraciones y rebeliones en los dominios hispánicos, es el hecho de que muy pocas de ellas desembocaran en revolución o en separación.
Se pagó un alto precio: el repliegue exterior y del empobrecimiento interior, Felipe IV hubo de reinar sobre una incontestable pérdida de la hegemonía española aunque otra cosa fueran los logros culturales de la época. Sin embargo, lo más agudo de la decadencia estaba por llegar, ya que sería el siglo XVIII el siglo que se abriría con grandísimas pérdidas territoriales.
¡Feliz Jueves! - Hacer historia, aprehender la historia, aprendes la historia
22/Septiembre/2016
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