Hª EDAD MODERNA de España: el reinado de Felipe III (1598-1621) y su valido el Duque de Lerma

El reinado de Felipe III ha llegado hasta nuestros días, cargado todavía de muchos prejuicios, imprecisiones y falsos tópicos. Poco después de la muerte de este monarca se hablaba ya de la corrupción administrativa y la rapacidad en la distribución de mercedes y oficios, del carácter pusilánime y falto de reputación de quienes protagonizaban el gobierno de la Monarquía católica, a la par que aumentaban los testimonios del pesimismo autocrítico de una sociedad que reclamaba importantes reformas para afrontar su futuro. Crisis económica, corrupción política, pérdida de reputación e incapacidad de gobierno siguen siendo argumentos destacados en las historias generales de este periodo. Este panorama historiográfico adverso se ha venido enriqueciendo con nuevos prejuicios de historiadores ensayistas y estudiosos españoles y extranjeros. De tal manera que el reinado del tercer Felipe vino a inaugurar la decadencia española del siglo XVII, a él y a sus descendientes se les asignaba el apelativo de “Austrias menores”, y su principal consejero y privado se convertía en ese denostado monstruo de la ambición, la codicia, la incapacidad política, la disimulación y el deshonor que ha llegado hasta nosotros. 
Realmente la historia ha juzgado demasiado mal a Felipe III, quien en cambio abrió una etapa de paz en el exterior que permitiría una ligera recuperación económica que luego se perdería en el reinado de su hijo (quien se metió de lleno en múltiples conflictos bélicos). 


1. La situación política y cortesana a la llegada de Felipe III


A) EL CARÁCTER DEL REY
Felipe III nació el 14 de abril de 1578 en el Alcázar de Madrid, penúltimo hijo de Felipe II con su sobrina Ana de Austria. Un niño enfermizo y enclenque pero con una esmerada educación política y cortesana, que desarrolló un tremendo sentido de la responsabilidad ante su cargo, una firme devoción religiosa y una constancia obstinada en la toma de sus decisiones. Fue además el primer príncipe heredero jurado en todos los reinos peninsulares, pero no llegó nunca a visitar sus restantes dominios europeos. Los panegiristas que elogiaron sus virtudes políticas y cristianas le apodaron el Piadoso, el Casto, el Pacífico o el Santo, pero sus críticos le han achacado una total falta de iniciativa y un completo sometimiento a su ambicioso favorito, Francisco Gómez de Sandoval y Rojas, primer duque de Lerma. 
Felipe III - Imagen de dominio público
Su vida familiar era intensa, pues guardó una gran fidelidad a su esposa, la reina Margarita de Austria, y rehusó volver a contraer matrimonio después de su muerte, pues tenía siete hijos, y mantuvo estrechos lazos con su hermana Isabel Clara Eugenia. Muy religioso, solicitó al Papado el reconocimiento del dogma de la Inmaculada Concepción y dio un papel relevante a los confesores reales y predicadores, pero esa era una actitud común en la época, y que compartía también con la reina. Al mismo tiempo era habilidoso con la montura, la caza, las armas, el baile y los deportes y muy aficionado a la comida y los juegos de azar que compartía con sus amigos. 

Debemos desterrar la idea de que no le interesaban los asuntos de gobierno y las tareas de despacho, pues la documentación conservada muestra la abundancia de respuestas del soberano en las consultas, las reformas introducidas en los consejos, su participación activa en la vida cortesana y su responsabilidad última en la toma de decisiones. Su principal rasgo, consciente del equilibrio entre su compromiso y el pragmatismo, y en su deseo de acertar escogía siempre las opciones más prudentes. 


B) EL VALIMIENTO
Con Felipe III se inaugura lo que se conoce como valimiento, es decir, el gobierno mediante (o por la ayuda) de una persona considerada valido, una especie de primer ministro que tenía el permiso del rey para gobernar en su lugar. En el caso de Felipe III el valido fue el famoso duque de Lerma.
Las tareas de gobierno del soberano no se limitaban al despacho de los asuntos propios de la política exterior, de la seguridad y conservación de los reinos de la Monarquía, sino que también comprendían la resolución de innumerables causas de orden muy variado y debían ser compatibles asimismo con el ceremonial público y privado de la propia vida cortesana. El peso de estas responsabilidades era sólo soportable con el apoyo del aparato administrativo. 

El reinado de Felipe III se asocia generalmente con la dejación política de una parte significativa de sus obligaciones de gobierno a favor del valimiento de Lerma, aunque éste debe interpretarse como un instrumento al servicio del monarca. El valido unía a su condición de mayor privado y estrecho confidente del rey, las actividades organizativas y la capacidad de gestión propias de un primer ministro, contrayendo un nivel de compromiso personal y de responsabilidad política muy elevados que se recompensaban con profusas mercedes y oficios. 
Hay que destacar que aunque en 1612 Felipe III comunicó a los Consejos y Tribunales que aceptasen las órdenes del duque de Lerma como suyas propias, nunca llegó a existir verdaderamente la denominada “delegación de firma” que algunos historiadores han atribuido al valimiento y que supondría la suplantación de la figura real.
Retrato del Duque de Lerma - Imagen de dominio público
Muchos tratadistas políticos coetáneos insistían en que era preciso emplear a los miembros de la alta nobleza en el gobierno, en un lugar destacado para evitar una perniciosa ociosidad y emplear su patrimonio en beneficio de la Monarquía en labores de representación exterior al frente de embajadas o gobiernos políticos y militares. Felipe III dio protagonismo a los Grandes, renovó el esplendor de su Corte y les realizó nombramientos de prestigio, lo que atrajo enseguida a la aristocracia al servicio de monarca. 
El control de la distribución de mercedes y oficios permitió al valido promover a sus familiares y deudos a muchos puestos clave y alejar a sus adversarios políticos, además de entablar importantes lazos de interés y parentesco con otros linajes influyentes. En el caso del duque de Lerma, éste había acumulado experiencia cortesana en el reinado de Felipe II, suficiente para sobrevivir políticamente y suplir sus carencias en experiencia de gobierno con el parecer y la capacidad de un reducido círculo de consejeros, criados y “hechuras”. 


C) EL DUQUE DE LERMA, FAMILIA SANDOVAL
Francisco Gómez de Sandoval y Rojas (el famoso duque de Lerma) nació hacia 1553 en Tordesillas, donde su padre servía a la reina recluida doña Juana, y llegó a ser cabeza de la casa de Sandoval con el título de V marqués de Denia, contrayendo matrimonio con una hija del duque de Medinaceli. La escasez de sus rentas y el endeudamiento de su patrimonio impidieron que medrara más, pero tendría suerte ya que consiguió ser Gentilhombre de Cámara de Felipe II, y posteriormente logró ser virrey de Valencia en 1595, además de lograr ganarse el afecto y la amistad del heredero. 

El mismo día que murió Felipe II (13 de septiembre de 1598), Felipe III reemplazó al favorito de su padre (Moura), por su propio favorito, el marqués de Denia (el duque de Lerma), otorgándole los dos oficios más importantes de su propio servicio: Caballerizo Mayor del Rey, con plena competencia en la organización del protocolo, tanto fuera de palacio como en todos los viajes reales; y el de Sumiller de Corps, máxima responsabilidad en la asistencia personal del Rey dentro de palacio. Con estos cargos podía controlar el acceso al soberano e ir introduciendo a parientes, amigos y criados de su confianza, además de ir añadiendo muchos más oficios importantes y rentables. En estos momentos todavía no era duque de Lerma (lo sería en 1599), pero si era marqués, es decir, de la alta nobleza.
Lerma se encargaba personalmente de organizar los actos públicos y privados del rey y para asegurar el liderazgo de los Sandovales a la vez que relanzaba la economía de de Castilla la Vieja, promovió el controvertido traslado de la corte a Valladolid (1601-1606). Allí consolidó su valimiento mientras desarrollaba su proyecto de transformación de la cabeza de sus dominios: la villa de Lerma, tras la concesión del título ducal en 1599. 
Durante los veinte años que Lerma gozó del favor real, los Sandovales vivieron su periodo de mayor apogeo político, patrimonial y económico. Los dominios del valido entre Valladolid, Palencia, Burgos, Madrid y Denia se ampliaron considerablemente con nuevas adquisiciones y privilegios, como la creación de los ducados de Lerma, Uceda y Cea. La política dinástica y patrimonial de los Sandovales había logrado recuperar la posición privilegiada entre la alta nobleza castellana perdida tiempos atrás. 


D) LA CASA DE AUSTRIA
Las relaciones con la Casa de Austria constituían un compromiso dinástico esencial para Felipe III, no olvidemos que Felipe III era Habsburgo, y por tanto su familia era austríaca en gran parte. Su esposa era Margarita de Austria; además la emperatriz María y su hija sor Margarita de la Cruz, estaban en las Descalzas Reales; su hermana, Isabel Clara Eugenia, estaba casada con otro hijo de la emperatriz, el archiduque Alberto y gobernaban los Países Bajos, un territorio estratégico y simbólico para las dos ramas de la casa de Austria; reforzando todos esos enlaces las relaciones entre las dos ramas de la familia. 
Respecto a su mujer, decir que la reina gozó de una gran influencia sobre Felipe, sólo contrarrestada por el valido y el personal que había situado a su servicio. La reina mantuvo a su propio confesor alemán, Richard Haller, y supo aprovechar la crisis del valimiento en los años 1606-1608 para afianzar su oposición, hasta su muerte por sobreparto en 1611. Los principales compromisos que marcaron la colaboración entre las dos ramas familiares fueron: 
  • La larga guerra turca de 1593 a 1606 
  • Los conflictos confesionales y sucesorios en Centroeuropa 
  • La delicada cuestión de la sucesión imperial por la disputa entre los descendientes de Maximiliano II (Rodolfo II, Matías, Alberto y Maximiliano) y del archiduque Carlos de Estiria (Fernando y Leopoldo). 
Lerma y los ministros españoles procuraron no intervenir en la política imperial, aunque si apoyaron con hombres y subsidios económicos para la guerra contra los turcos siempre que fue posible. Felipe III actuó como árbitro en la disputa por la sucesión del emperador Rodolfo, tanto respecto al título imperial como a las coronas de Bohemia y Hungría, y aunque llegó a plantearse la posibilidad de restaurar el imperio de Carlos V, la diplomacia española obtuvo ciertas “compensaciones” por esta renuncia, como la cesión de Alsacia o el Tirol. 

En 1617 se firmó un tratado de colaboración con el archiduque Fernando de Estiria, futuro sucesor del emperador Matías, un compromiso de ayuda mutua para la defensa militar de sus dominios, que aseguraba la intervención española en Bohemia contra los protestantes y reforzaba las posiciones españolas en Centroeuropa y en el Camino español por Alsacia, en caso de rompimiento de la tregua con los rebeldes holandeses. 
Los embajadores españoles controlaron también la creación de la Liga Católica en el Sacro Imperio para contrarrestar el aumento del protestantismo y desarrollar un sistema de alianzas de carácter ofensivo y defensivo que pudiera hacer frente a los preparativos militares que Enrique IV de Francia realizó a gran escala en 1610, antes de morir asesinado. 

Luego Felipe III decidió desistir de la nueva empresa que Lerma estaba promoviendo contra Argel, y destinar las fuerzas desmovilizadas en el norte de Italia por la paz de Madrid (1617) con Saboya y Venecia, para una intervención española en lo que sería el inicio de la guerra de los Treinta Años. 


2. La Pax Hispánica de Felipe III


Al subir al trono Felipe III en 1598, la Monarquía Católica se hallaba inmersa en una delicada situación internacional, manteniendo abiertos dos importantes conflictos militares: frente a Inglaterra, y frente a las provincias rebeldes de los Países Bajos. También la situación con Francia era delicada, y era reciente la aplicación de la recién acordada paz de Vervins con dicho país. También se trató la cesión de soberanía de los Países Bajos católicos a favor de la infanta Isabel Clara Eugenia y su marido el archiduque Alberto.
Por otra parte, la colaboración política y militar con la rama austríaca de los Habsburgo y la defensa de la Cristiandad también se traducía en una gravosa aportación anual de hombres y dinero para la Larga Guerra Turca, que concluyó en 1606 con la firma de la paz de Zsitva-Torok. 

El compromiso de la Monarquía en la defensa política y militar de la causa católica, la obligaba a prestar un decidido apoyo al avance de la Contrarreforma en los países protestantes, y a impermeabilizar sus fronteras y zonas de influencia frente a la penetración de estos credos. Este liderazgo en la Cristiandad católica promovía el mantenimiento del equilibrio confesional en el Sacro Imperio, asentado en la paz de Augsburgo, y aseguraba la quietud y uniformidad confesional tanto en Italia como dentro de sus propios dominios. Pero también implicaba la intransigencia y los prejuicios, una rivalidad visceral con los estados protestantes septentrionales y una enorme responsabilidad en la lucha contra el Islam otomano y el corso berberisco.
Vamos a ver cómo se pacificaron muchos escenarios.


A) LOS PAÍSES BAJOS
La principal finalidad de la cesión de soberanía de los Países Bajos, ratificada por Felipe III en 1598, era crear las condiciones más favorables para una revitalización política y económica de estas provincias, desarrollando un gobierno de sangre real que propiciase un mayor acercamiento y compromiso entre las élites naturales y los intereses de la Monarquía, aspirando incluso a una futura reunificación de las Diecisiete Provincias bajo la soberanía de los nuevos gobernantes y sus descendientes. No obstante, en el articulado del Acta de Cesión se estipulaba que, a falta de un heredero legítimo a la muerte de los archiduques, la soberanía de los Países Bajos revertiría de inmediato en el monarca católico y sus descendientes. 

El gobierno de los archiduques fue muy aceptado por los súbditos, pero no tuvo resultados positivos para la pacificación del territorio, al depender de la ayuda militar española, que no logró tampoco victorias militares decisivas, por lo que la separación de las Provincias Unidas era ya un hecho. Cedieron un amplio grado de autonomía a sus provincias, juraron sus privilegios y su corte vivió un periodo de esplendor, pero el archiduque fue vencido en 1600 en las Dunas por Mauricio de Orange. 

La presión contra los holandeses se incrementó, embargando cargas y barcos, cobrando el 30% de impuestos sobre comercio extranjero, reactivando el corso contra sus pesquerías del norte, y militarmente al mando del genovés Ambrosio de Spínola. Éste conquistó Ostende, controló los principales pasos del Rhin y ocupó posiciones sólidas en Frisia y Güeldres, aunque su esfuerzo quedó reducido por la mala organización de la tesorería española.
Ambrosio de Spínola - Imagen de dominio público
B) LA PAZ CON INGLATERRA Y LA AMISTAD CON FRANCIA
La situación con Inglaterra tampoco era halagüeña a la llegada de Felipe III. Tras varias armadas fracasadas contra Inglaterra tras la Invencible en 1596 y 1597, el socorro militar español se dirigió a apoyar el levantamiento de los católicos irlandeses, pero aún así hubo una gran derrota hispano-irlandesa en la batalla de Kinsale (1602). Pero un año después de dicha batalla se produjo la muerte de la reina Isabel I, por lo que se eliminaba un fuerte obstáculo para la paz entre ambas naciones.
La sucesión del monarca moderado Jacobo I Estuardo, junto a los intereses de las élites comerciales inglesas, facilitaron el entendimiento basado en la tolerancia y el pragmatismo entre Felipe III e Inglaterra, y finalmente se llegó a un acuerdo: la paz de Londres en 1604, planteándose incluso un enlace matrimonial entre el príncipe Carlos y la infanta María que no llegó a prosperar. 

La muerte de Enrique IV de Francia en 1610 también supuso la tranquilidad, plasmada en un doble enlace matrimonial entre la infanta Ana Mauricia, primogénita de Felipe III, y el rey Luis XIII de Francia, y entre el príncipe Felipe y la princesa Isabel de Borbón, acordado en 1612 y efectuado solemnemente en 1615. Todo ello forzó no una paz con Holanda, sino la Tregua de doce años (1609-1621), que en la práctica reconocía la independencia holandesa. 


C) LA SITUACIÓN EN ITALIA
La quietud de Italia y la defensa de la Cristiandad eran otros dos principios esenciales para la política general de la Monarquía Católica. Sus sólidas posesiones en Sicilia, Nápoles, Cerdeña y Milán se completaban con un sistema naval formado por escuadras de galeras y navíos de alto bordo, que contribuía a garantizar la seguridad peninsular frente a la amenaza otomana. A estos gobiernos habría que añadir la presencia de presidios y guarniciones en plazas clave y las alianzas con algunas de las principales dinastías en Italia. 

Las relaciones de entendimiento y colaboración propiciadas por Felipe III y el duque de Lerma con la Santa Sede fueron particularmente favorables a los intereses españoles durante el largo pontificado de Paulo V. Aunque esta política de quietud y conservación en Italia pareció alcanzar su plenitud en la primera década del reinado, pues luego el empeoramiento de las relaciones con Saboya y Venecia convirtió de nuevo la política italiana en un objetivo prioritario para la Monarquía.

- Saboya: el ambicioso duque Carlos Manuel I de Saboya, (esposo de Catalina Micaela y cuñado del rey), se sintió muy defraudado con las concesiones hechas por la Monarquía a Francia en el tratado de Lyon de 1601, donde se cedió la Saboya francesa a cambio del marquesado de Saluzzo cerrando su ducado al Camino Español y a los ejércitos y el dinero que se remitían a Flandes. Felipe III no quería conflictos con Francia y destinó al conde de Fuentes a Milán para asegurar el norte de Italia con una política de fuerza y control, éste ocupó el marquesado de Finalle en 1602, dotó a la Lombardía de una salida al mar, estableció un tratado con los suizos en 1604 para garantizar las comunicaciones y apoyó al Papado en la denominada crisis del Interdetto (1605-1607) con la república de Venecia. 
Tras el nacimiento del príncipe Felipe (futuro Felipe IV) en 1605, las aspiraciones dinásticas de Carlos Manuel I al trono español se vieron frustradas, por lo que abandonó abiertamente su alianza con los Habsburgo en 1608 y cooperó con Francia y los preparativos de Enrique IV en 1610. Mucho más importante fue su intervención en la guerra sucesoria del Monferrato donde se le obligó a firmar la paz de Asti de 1615, aunque su incumplimiento de las cláusulas de desarme fue aprovechado por el nuevo gobernador de Milán (el marqués de Villafranca), para derrotar a los saboyanos y sus aliados franceses y venecianos. En las negociaciones de paz de Madrid (1617), intervino personalmente el duque de Lerma para recuperar parte del protagonismo perdido en la corte frente a los sectores reputacionistas que abogaban por reafirmar la potencia militar de la Monarquía para asegurar su conservación.
Carlos Manuel I de Saboya - Imagen de dominio público
 - Venecia: la república de Venecia fue estrechando sus lazos diplomáticos y su colaboración militar con los principales adversarios de la Monarquía (Francia, las Provincias Unidas, Saboya y el Imperio otomano), porque recelaba de los verdaderos límites del dominio español sobre la península italiana. En el Adriático tenían que hacer frente a la piratería de los refugiados uscoques, cuyas bases quedaban amparadas por la protección del archiduque Fernando de Estiria y para ello contrataron mercenarios holandeses. Otro motivo de tensión eran los proyectos balcánicos amparados por los virreyes de Nápoles en apoyo de alzamientos contra los otomanos que implicaban espías y escuadras de galeras demasiado cerca de sus fronteras. 

La pacificación general de la Monarquía propició la configuración de un modelo más compacto y estable de defensa, reorganizando lo existente y desarrollando un sistema de seguridad ordinario que garantizase su conservación. Fue un periodo de debate sobre el  modelo y las necesidades estratégicas, donde se valoraron las aportaciones de arbitristas, políticos, militares y expertos en administración. Se introdujeron cambios decisivos en la reglamentación militar y naval: ordenanzas militares de 1603 y la matrícula de la mar (registro de marineros y pilotos en el Cantábrico desde 1607). 
Esta reformación militar tuvo un carácter general, pues afectó a todos los cuerpos de ejército, y su finalidad era reducir las partidas militares de los presupuestos ordinarios suprimiendo todos los gastos superfluos y asegurando consignación fija a los imprescindibles. El resultado fue desigual y pronto se tuvo que afrontar el rearme general previo a la guerra de los Treinta Años. Entre las soluciones más viables a nivel naval, se encuentra la solicitud de colaboración a los territorios, plasmada en escuadras y armadillas provinciales. Un modelo que aprovechaba los intereses “nacionales” en el control de los mecanismos de defensa propios, con jefes reclutados entre influyentes o notables naturales, y resolvía la financiación y dotación de nuevas escuadras para la seguridad litoral, como se había hecho ya con las escuadras de galeras de Cataluña y del reino de Valencia.


3. La economía hispana con Felipe III


La política general de la Monarquía y el mantenimiento de su prestigio internacional dependía básicamente de su situación financiera y de la disponibilidad de crédito. Pero el grandioso esfuerzo bélico que se llevó a cabo durante las dos últimas décadas del siglo XVI había dejado una Hacienda Real muy débil, por lo que se debían liberar las rentas de consignaciones de acreedores con expedientes financieros o fiscales alternativos. 
El desempeño de la Hacienda Real se convirtió en una prioridad para todos, querían renovar la vitalidad de esta gigantesca monarquía con una adecuada restauración económica y poderla compaginar con su política exterior y sus compromisos universales. El valido mantuvo una política de moderación para la recuperación de la hacienda castellana, favorecida por una coyuntura política internacional más propicia a la paz. Se intentaba evitar imponer nuevas contribuciones y el recurso era mejorar los mecanismos de administración, reducir costes, suprimir personal innecesario y luchar contra el fraude. El desempeño sería “suave y progresivo” pero contaba con el marco adecuado para la recuperación económica y financiera de la Monarquía. Los arbitristas proporcionaron ideas que se estudiaron y algunas aplicaron (manipulación monetaria, creación de erarios y montes de piedad, derecho de molienda, medidas arancelarias…). 


A) Búsqueda de recursos y control financiero (1598-1606) 
La situación anterior había hecho depender a la Corona de los banqueros genoveses y de los recursos concedidos por las Cortes, pese a lo cual se calculaba una deuda anual de millón y medio de escudos. Después de largas negociaciones y una nueva convocatoria de Cortes (1598-1601), la aprobación de la renovación del servicio de millones consolidó un sistema fiscal dual entre la administración regia y las ciudades (éstas a través de la diputación de Millones). 

El valido se esforzó por obtener resultados más favorables de las negociaciones con las Cortes influyendo en la toma de decisiones sobre los servicios solicitados a las ciudades. Se establecía un plan para el desempeño progresivo de la Hacienda Real mediante la creación de un censo sobre el Reino a satisfacer en 6 años, la cesión al reino de la administración y la recaudación de millones, la creación de montes de piedad y erarios públicos, y una renuncia al sistema de financiación mediante asientos (contratos de préstamo) con hombres de negocios. Pero desde el principio este plan no salió plenamente satisfactorio, de hecho hubo dificultades en el cobro de los tres millones anuales concedidos, pues las sisas apenas producían la mitad, pese a lo cual hubo tres renovaciones más (1601-6, 1611-9 y 1619-26). 

Uno de los arbitrios que Felipe III aprobó para sanear la Hacienda Real y atender a los gastos de la Monarquía fue la manipulación monetaria. En 1599 autorizó la acuñación de la moneda de vellón o cobre puro, suprimiendo la pequeña parte de plata que contenía. Su importante recaudación se incrementó en 1602 cuando se reselló, reduciendo a la mitad el peso y tamaño de esta moneda y retirándose de la circulación la moneda buena de oro y plata, con constantes protestas contra esta práctica. La “Escuela de Toledo” analizó ampliamente las consecuencias atribuidas a este arbitrio sobre el patrimonio de los súbditos, aunque la Hacienda Real lo consideraba un medio más suave de obtener fondos que las contribuciones directas. 

En lugar de poner en marcha el sistema de erarios públicos, la corona optó por conceder a los hombres de negocios genoveses el establecimiento de bancos privativos. Juan de Acuña presidente del Consejo de Hacienda lo reforma para permitir un control financiero más eficaz sobre el dinero que llegaba a las arcas centrales de la Hacienda, reduciendo gastos y evitando problemas de competencias. A lo largo del reinado se crearon varias Juntas particulares para coordinar los Consejos, ejecutar políticas de saneamiento y liberación de las rentas reales, y controlar los recursos financieros directamente por el valido. 
En mayo de 1603 se creó la llamada Junta de Desempeño general, que gozaba de plena jurisdicción en la administración y distribución de la Hacienda Real, y repartiría sus competencias con el Consejo de Hacienda en las tareas de desempeño, aunque en la práctica se convirtió en un instrumento al servicio de los privados del valido. La Junta se reservaba la gestión de los recursos variables y de los arbitrios y dejaba al Consejo los ingresos fijos y los recortes presupuestarios. Aunque Felipe III aprobó los “logros” de la junta, nunca fueron ciertos, hasta la reina presionó fuertemente para denunciar su falsedad, mientras otros hablaban directamente de corrupción, en 1607 se juzgó por eso a algunos miembros afines a Lerma. 


B) La crisis de 1607 y el sistema de asientos generales (1607-1621)
Las Cortes de Madrid de 1607 aprobaron una nueva prórroga del servicio de millones, y mientras la flota holandesa destrozaba la recién creada escuadra de la Guardia del Estrecho en Gibraltar, la Corona decidió una suspensión general de consignaciones para alcanzar un medio general con sus principales acreedores. Así se creó la Diputación del Medio General, que se mantuvo entre 1608 y 1616 para aportar estabilidad financiera a la Corona. Obtuvo nuevos créditos y negoció con los asentistas la gestión de la deuda consolidada y la amortización de los juros. La diputación fue desempeñando juros al 7% y revendiéndolos al 5%, con nuevos beneficios. 

En 1610 la Junta de Hacienda propuso suspender un año las consignaciones, y similar medida se vio como único recurso en 1612 para reducir gastos. Ante el panorama los asentistas más importantes reaccionaron acordando con la Corona un nuevo asiento general y liberando consignaciones para garantizar fondos líquidos para los siguientes años (1613 y 1614). Los asientos era un acuerdo por el cual un conjunto de comerciantes recibía el monopolio sobre una ruta comercial o producto (por ejemplo, la pimienta), o incluso el cobro de impuestos en una zona. Este sistema de contratación de grandes asientos generales se debía a la necesidad de atender gastos extraordinarios, pero chocaba con la normal recaudación de impuestos causando un gran malestar entre las ciudades afectadas, aunque no evitó que el nivel de gastos estuviera siempre muy por encima del de los ingresos. Finalmente, en 1616 cesó el funcionamiento del Medio General, y Felipe III se comprometió a no usarlo más, pero hubo de hacerlo para sostener una política exterior que se iba complicando: la intervención en Bohemia y Alemania, la armada de socorro a Filipinas y la posible reanudación de las hostilidades con Holanda. Para aportar fondos decretó una nueva emisión de moneda de vellón entre 1616 y 1619 de excelentes resultados. 


C) Las contribuciones de los Reinos: la Corona de Aragón, Portugal y Nápoles 
Las dificultades de la Hacienda Real castellana y la consolidación de un pensamiento restaurador en Castilla, hicieron surgir propuestas para incrementar la participación financiera de todos los territorios de la Monarquía. La severa crisis demográfica y económica castellana solo podría recuperarse introduciendo mejoras en la administración fiscal de los distintos reinos, renegociando los contratos de arrendamiento de sus rentas, estableciendo nuevos impuestos… etc.
Pero estas iniciativas carecían de un planteamiento unificador, se proponía una asimilación de estructuras administrativas y expedientes fiscales tomados de Castilla, aunque en general se trataba de reducir el déficit de cada reino y mejorar sus contribuciones al esfuerzo financiero común de acuerdo con un principio de reciprocidad entre los distintos reinos de la Monarquía. Lo cual estaría en la base de la Unión de Armas proyectada luego por Olivares. 

Felipe III viajó a la Corona de Aragón en 1599 a causa de su boda (celebrada el año anterior con Margarita de Austria-Estiria), y para solicitar un servicio extraordinario habitual con dicho motivo. En las Cortes de Cataluña obtuvo más de un millón de libras. Pese a las dificultades para aportarlo contribuyó a establecer un vínculo entre el nuevo rey y sus súbditos catalanes, dando prioridad a la ley escrita sobre el derecho común, y acordando la construcción de una escuadra de cuatro galeras para asegurar la defensa costera del Principado y colaborar con las demás escuadras al servicio de la monarquía en el Mediterráneo. Más tarde les solicitaría empréstitos y “donativos graciosos” e incluso vendió jurisdicciones y molinos reales. 
Uno de los problemas más graves que debían atender los virreyes y autoridades del principado era la lucha contra el bandolerismo para la que utilizaron todo tipo de prácticas de represión: levas de somatenes generales o comarcales en 1613, 1616 y 1618; edictos de desarme general, reagrupación de baronías, extradiciones, recompensas, perdones, e incluso quema de bosques. 
En las Cortes de Aragón le otorgaron 120.000 ducados como servicio extraordinario, tras levantar los castigos impuestos a las alteraciones de 1592. Aunque se estudiaron diversos medios para incrementar las contribuciones aragonesas a la Monarquía (como la media annata), Lerma se mostró contrario, porque sabía que no podía obtener grandes beneficios, y que cualquier novedad podría provocar consecuencias imprevisibles. 
En Valencia los fuertes vínculos que el valido, sus parientes y aliados tenían con el reino de Valencia, se pudieron apreciar claramente en la organización de la visita real y en la celebración de la Cortes en dicha ciudad en 1604. Se suavizaron las severas pragmáticas contra el bandolerismo, se acordaron medidas para reforzar la seguridad del litoral frente a la piratería berberisca y se concedieron numerosos títulos de nobleza y exenciones, a cambio cedieron un servicio de 450.000 libras a razón de 16 años, muy rentable al ser adelantado por los asentistas. 

Felipe III se puso también particular empeño en seguir el desarrollo institucional fijado en las Cortes de Tomar de 1581 para la agregación de la Corona de Portugal a la Monarquía Hispánica, entre otras cosas para conseguir un mayor rendimiento de sus recursos fiscales y financieros. Eliminó la condición de sangre real impuesta a los virreyes, reduciendo gastos de corte y garantizando un mayor control de sus actuaciones, siendo nombrado nuevo virrey el portugués Cristóbal de Moura, antes privado de Felipe II. En lo que respecta a la administración fiscal y financiera, se creó el Conselho de Facenda en 1591, el Conselho da India en 1604 y el consejo de la Inquisición de Portugal en 1613, y desde 1600 hasta 1607 la denominada Junta de Hacienda de Portugal con el propósito de incrementar los ingresos de la Hacienda y mejorar su gestión financiera, bien controlada por el valido. 
En Portugal era esencial el capital mercantil judeoconverso, los cuales pactaron para reducir la presión de la Inquisición, un perdón general que mejorara su integración social y les diera libertad de movimientos. Pese a la oposición portuguesa llegaron a un acuerdo con Lerma y previo pago, muchas familias emigraron a Castilla o ultramar. El perdón general del Papa en enero de 1605 provocó algunos tumultos en diversas ciudades portuguesas, quejas entre el clero y la inquisición, y malestar en la administración. Además esta política de concesiones y libertad de circulación a cambio de dinero desacreditaba la imagen de la Monarquía Católica. Por eso en 1610 se reinstauró la normativa que restringía los movimientos y la promoción de los conversos, incrementándose nuevamente la presión inquisitorial. 

En 1604, la Corona solicitó a los reinos de Sicilia y Nápoles un servicio extraordinario por la cuantía más elevada que fuese posible. El parlamento napolitano aprobó el pago de 800.000 ducados para desempeñar la hacienda real de Nápoles y costear su propia defensa. Con el virreinato del Conde de Benavente o el conde Lemos se asiste un esfuerzo dedicado al análisis de los principales problemas económicos del reino y al desarrollo de importantes reformas con el objetivo de acabar con el déficit presupuestario anual, combatiendo el fraude, recortando gastos y buscando nuevos arbitrios. Las reformas introducidas por el conde de Lemos (sobrino de Lerma), se convirtieron en un paradigma de la recuperación económica y financiera a la que aspiraba la monarquía, consiguiendo ser promovido en premio a la presidencia del Consejo de Italia. 


4. La expulsión de los moriscos 


A) Políticas previas de evangelización y de presión 
La decisión más drástica y cruel que ha marcado la historia del reinado de Felipe III fue la expulsión general decretada contra la población morisca en 1609. La abundante presencia de moriscos en Valencia y Aragón se veía no solo como un problema de asimilación confesional, sino también como una cuestión de seguridad peninsular, considerando que en cualquier momento crítico esta población podría convertirse en una “quinta columna” favorable a los ataques berberiscos y turcos en las costas mediterráneas. 

Durante el reinado de Felipe II se realizó un notable esfuerzo en el desarrollo de medidas de asimilación y evangelización de la población morisca. En Valencia conjuntamente con el patriarca Rivera, arzobispo de Valencia, desde 1569; se desdoblan parroquias, se imprimen nuevos catecismos, se promueven verdaderas campanas misionales y se ejercerá una mayor presión inquisitorial. 
Pero Felipe II ya celebró en Lisboa varias juntas particulares sobre la cuestión morisca, tratándolo como un problema de seguridad motivado por los contactos detectados con Argel. Aunque ya entonces se llegó a hablar de exterminio y deportación general, en lugar de dispersión (como se realizó en 1517 con los moriscos granadinos rebeldes), se vio obligado a posponer estas medidas debido a la necesidad de buscar una coyuntura internacional más favorable y segura para acometer esta gigantesca empresa. Así, se mantendrían mientras tanto los esfuerzos de evangelización, pues para expulsarlos era necesario desarmar a los moriscos con el consentimiento de sus nobles que exigirían compensaciones económicas, y en el proceso la seguridad de la costa quedaría en entredicho. Cualquier decisión afectaría también a la política norteafricana y a la fachada meridional, un espacio vital para las comunicaciones con los dominios italianos y el flujo comercial mediterráneo. 

La actividad corsaria berberisca seguía siendo un motivo de preocupación para la seguridad del estrecho, pues algunas expediciones llegaron a amenazar Canarias y las costas portuguesas y gallegas. La sensación de inseguridad afectaba a la zona costera y al tráfico marítimo y además apoyaban a los mercantes ingleses y holandeses que les surtían de adiestramiento y artillería. En la práctica, los rumores sobre entregas de la población morisca para levantarse coincidiendo con un ataque de corsarios berberiscos, fuerzas otomanas y otros enemigos septentrionales no parecían sustentarse en pruebas tangibles, ni los moriscos disponían de los recursos militares y materiales necesarios. 


B) Expulsión final
La decisión de la expulsión no fue improvisada, en octubre de 1607 se trató en una nueva Junta el problema morisco examinando la documentación desde las discusiones de Lisboa de 1581, aunque daba un año más de plazo para la evangelización. La muerte del confesor real al año siguiente, la evolución de las negociaciones de la tregua con los Países Bajos y la desestabilización de Marruecos brindarían la oportunidad de disponer de los recursos navales y militares necesarios, y Felipe III aceptó finalmente la expulsión. 

El decreto se publicó en Valencia el 22 de septiembre de 1609, aunque se llevaban meses con los preparativos. En una semana empezaron a embarcar los navíos españoles y 16 extranjeros atraídos por los fletes, pues los expulsados pagaban sus propios gastos de transporte. Fueron saliendo de la Península por los puertos y rutas de embarque previstos con destino principal al norte de África y hacia otros puntos del Mediterráneo. En los tres primeros meses se expulsaron más de 116.000 moriscos. La mayoría no opuso resistencia, pero hubo focos de revuelta que fueron sofocados por los tercios, por ejemplo en el valle de Laguar. 
En 1610 prosiguió la operación con unos 55.400 moriscos de Aragón y Cataluña. En Andalucía, la dispersión previa de la población morisca y su importancia socioeconómica limitó el número de expulsados a unos 36.000. Sin embargo, Castilla ofreció una salida voluntaria a sus mudéjares arraigados con destino a Túnez. El proceso se completo con una increíble eficacia estadística y administrativa y en un tiempo record, expulsando a un número total de 275.000 individuos. La mayoría se sentían españoles y no fueron aceptados de buen grado por sus pretendidos hermanos islámicos en el norte de África. Se establecieron también en Túnez, Salónica, Anatolio y Constantinopla, muchos pasaron a engrosar las fuerzas del corso berberisco, ejércitos marroquíes o armadas otomanas.
Embarque de los moriscos en el Grao de Valencia - Imagen de dominio público
La pérdida de población que supuso la expulsión de los moriscos, fue muy significativa para la Monarquía, en torno a un 4% del total, pero se trataba de campesinos y artesanos cualificados en la agricultura, horticultura, transporte, medicina... provocando el endeudamiento de la nobleza valenciana que perdió las rentas de sus vasallos moriscos, compensada solamente con la propiedad de nuevas tierras. 
Sin embargo, la expulsión produjo un enorme beneficio político interno e internacional al monarca católico y su valido, que se apresuró a liderarla. Causó además un fuerte impacto en las cortes europeas, demostrando la capacidad operativa de la Monarquía, cohesión confesional y seguridad interior conseguidas. 


5. El fin del Duque de Lerma y la posterior muerte de Felipe III


La influencia del valido se fue debilitando progresivamente al verse privado de sus más directos colaboradores en la crisis de 1607. Sus aliados se fueron disgregando en varios grupos gracias a los poderes más independientes que detentaban algunos de sus miembros. Hasta su muerte, la reina Margarita también se enfrentó al control que ejercía el duque de Lerma en palacio. En 1612, Felipe III reafirmó su confianza en el valido y sus privados con un decreto, pero ya compartía la privanza con otros como su primogénito el duque de Uceda, el confesor real fray Luis de Aliagara o el príncipe Filiberto de Saboya. A la pérdida de poder interno se unió el descontento por su política de paz y quietud, porque había supuesto el reconocimiento implícito de las Provincias Unidas y admitir el arbitraje francés en Italia con la paz de Asti de 1615. 
Consciente de su debilidad política, Lerma utilizó su influencia en Roma para convertirse en cardenal acelerando su distanciamiento con el rey y librándose de posibles consecuencias legales a través de la jurisdicción eclesiástica en 1617. Finalmente Felipe III acabó aceptando la salida de la corte en 1618, primero del conde de Lemos y después del duque de Lerma. 

El rey informó a sus consejeros que asumiría personalmente las tareas de gobierno sin la mediación de un valido. La sátira contra el valimiento de Lerma desacreditaban su labor: la corte carecía de un único hombre fuerte, pues no podemos considerar tampoco a Uceda como un verdadero valido de Felipe III, éste nunca quiso incorporarse al Consejo de Estado, y compartía la influencia en el entorno del soberano con el confesor Aliaga, el presidente de la Hacienda y el presidente de Castilla. 

El cardenal duque de Lerma murió en Valladolid en 1625 aquejado por el largo embargo de sus rentas y destruido en su reputación. Felipe III falleció en 1621 a una edad prematura y dando muestras de arrepentimiento por haber dejado hacer a sus privados más de lo que les correspondía, llegando a decir: “¡Ah!, Si Dios me diera vida, cuán diferentemente gobernara!”.

¡Feliz Sábado! - Hacer historia, aprehender la historia, aprendes la historia
17/Septiembre/2016

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