Hª EDAD MODERNA de España: el poder como relación en la sociedad de la Edad Moderna en España

1. El capital relacional: parentesco, amistad y patronazgo 


Las relaciones privilegiadas de la familia constituían y determinaba la vida (presente y futura) de la misma, y eran particularmente importantes en las clases dirigentes, ya que constituían la base social de su poder, es lo que llamamos capital relacional, es decir, las relaciones privilegiadas que la familia mantiene con otras, y mantenerlas era objeto de rivalidades entre familias. El capital social es la suma del capital económico, cultural, simbólico y relacional que poseía una familia y vinculaba también los de las familias relacionadas con ella.
Las familias y parentelas actuaban a menudo de forma solidaria, aunaban su capital social, el cual podían movilizar en favor del miembro que lo necesitara, lo que las dotaba de un significado más amplio e intenso. Se heredaban además de los bienes las alianzas y enemigos “familiares”, lo que explica la existencia de bandos o facciones a lo largo de la historia. No podemos decir que estas relaciones fueran totalmente cerradas porque podían modificarse al hilo de las alianzas matrimoniales, produciéndose cambios en sentido de ascenso o descenso de categoría, pero solían mantener las relaciones parentales solidarias en ese proceso.

Estas relaciones de poder, además de basarse en lazos familiares o parentales, lo hacían también en lazos de amistad y patronazgo o clientelismo. Las relaciones de amistad se daban entre iguales, entre personas de la misma condición social, fundamentalmente en política, para intercambiar servicios y favores, que resultaban de interés a ambas partes. La amistad que se establecía entre dos personas, se extendía a las familias y a los amigos respectivos, lo que suponía una cascada de mediadores o intermediarios que ampliaba su alcance en caso de necesidad. Cuántos y de qué tipo eran tus amigos, formaba parte del capital relacional, es decir, eran como tu crédito ante la sociedad. La amistad implicaba la reciprocidad de los intercambios. En los siglos XVI y XVII, los colegios mayores y las universidades tuvieron un papel significativo en la formación y vinculación de las élites dirigentes. Así mismo también se formaban estos lazos en otros campos, como en el centro de trabajo o en el ejército, y fueron vehículos de ideas y sociabilidades políticas a través de ñas tertulias.

Las relaciones de patronazgo o clientelismo, eran personales y se daban entre desiguales. Una persona se vinculaba a otra de condición superior ofreciéndole su lealtad y servicio a cambio de protección y de posibilidades de ascenso. Como principales elementos de esta política paternalista podemos citar: “pensiones” por viudedad u orfandad para antiguos empleados de buena conducta, atención médica, reparto de alimentos en momentos de crisis... Los recursos eran desiguales, pero la relación era igual de útil para ambos. Los poderosos estaban siempre dispuestos a aumentar su clientela ya que, no solo ampliaban con ella su prestigio, sino también el alcance de su control de la sociedad con conexiones en distintos ámbitos de poder. 


2. La desigualdad como base de las relaciones de dependencia y clientelismo


Éstas son relaciones económicas y sociales que vertebran la sociedad, uniendo los estamentos individuales. La desigualdad en la distribución de los recursos es la base del poder, pero no separa dos clases sociales antagónicas, sino que es base de dominación y protección, expresada a través de vínculos de dependencia basados en el paternalismo, la deferencia, la autoridad y la subordinación. La dominación de los poderosos no se ejercía por la fuerza, sino mediante los “mecanismos ordinarios” de la dominación: entrega de mercedes, protección, favores, recompensas, mecenazgo... buscando la integración y el entendimiento pero se recurría a la violencia y la coacción si era necesario. La dependencia se imponía desde arriba pero se buscaba desde abajo.

Las familias humildes dependían de las necesidades de consumo de los más pudientes, el reparto de encargos, contratación de empleos menores, reclutamiento de mano de obra, servicio de las casas pudientes...todo lo sustentaban los recursos procedentes del campo. Las rentas que llegaban a manos de los poderosos se repartían en la contratación de todo tipo de servicios, en el consumo de todo tipo de productos nutriendo su prestigio con la ostentación de su grandeza y relaciones. Incluso la caridad dependía de las rentas del campo, ya que si éstas no llegaban, resultaba imposible la beneficencia y la política paternalista habitual de las grandes familias, que se convertían con ella en benefactores de la comunidad. 

* Patronazgo y clientelismo en la monarquía hispánica:
El señorío nobiliario era uno de los vínculos más característico de las sociedades del Antiguo Régimen, impregnaban como núcleo medular todo el entramado social. El señor era a la vez pater familias de su casa y patrón de una vasta clientela que gobernaba mediante una  pirámide de subordinados y cargos subalternos, subordinados a él pero con autoridad sobre los demás. 
La casa aristocrática, por otro lado, servía como centro de educación e iniciación de los hijos de las familias nobles leales, alimentando líneas jerárquicas de amistad e influencia. Los poderosos gobernaban sus señoríos a través de relaciones privilegiadas con intermediarios, y utilizaban su relación privilegiada con un superior para hacerse valer ante los inferiores.

En las ciudades, el control del regimiento ponía en manos de los poderosos la concesión de los empleos municipales, la redistribución de los recursos, la redención de cargas concejiles... todos estos elementos les permitían alimentar las bases de su clientela en la ciudad, conseguir adhesiones y reforzar su posición.
Patrón romano recibiendo a sus clientes - Imagen de dominio público
La corte del soberano aparece como el principal centro neurálgico de poder, entendido como centro inicial de las relaciones de poder entre las élites que configuraron la Monarquía moderna. La nobleza se hizo más cortesana y afecta a los intereses del monarca, y la cercanía al rey se convirtió en una fuente fundamental de poder. Esto se hizo especialmente evidente en el XVII, cuando con los Austrias menores, con los que los grandes señores accedieron de una forma más clara al gobierno del Estado, institucionalizándose la figura del valido. Éste era de la alta nobleza y, gracias a su amistad con el rey, se hacía con las riendas del poder; así el duque de Lerma con Felipe III y el conde-duque de Olivares con Felipe IV. El rey no era omnipotente y debía también atraerse a esos grandes hombres poderosos para ejercer su dominio, con recursos, honores y prebendas. Este sistema favoreció la integración política de las élites del reino. Las relaciones entre la Corte y los clientes de las comunidades de la Monarquía, pasaban por una serie de intermediarios, para los cuales, sus conexiones en la Corte eran una fuente de prestigio e influencia. 


3. Las nuevas formas de relación en la modernidad


Entre los factores determinantes de la desaparición del Antiguo Régimen, el motor principal fue el cambio radical que se produjo en el ambiente de la Ilustración en la forma de entender las relaciones de los hombres. En España los primeros círculos de esta nueva sociabilidad fueron las tertulias, reuniones informales en las que miembros de las élites cultas se reunían para hablar sobre temas muy diversos. A partir de estas tertulias fueron formalizándose diferentes tipo de sociedades de pensamiento: sociedades económicas, científicas...
Esta asociación no venía dada por la pertenencia a un oficio o estamento, se formaba parte de la asociación libre y voluntariamente, siendo revocable. La legitimidad la recibía no de la costumbre, ni de la religión, sino de la propia voluntad de los asociados. Estas nuevas formas de asociación generaron un modelo de sociedad en la que el individuo era libre, autónomo, guiado por la razón, sin vínculos que lo sometiera. Estas sociedades actuaban según el principio de la voluntad general como principio de legitimidad, aplicable a la concepción de un pueblo soberano como conjunto de ciudadanos. Si la existencia del grupo dependía de ese acuerdo de las voluntades individuales, sus autoridades también. La legitimidad de las autoridades sería en estos momentos el problema central de las relaciones entre los hombres.

Su concepción de la libertad como rechazo de todo vínculo que no resultara de la voluntad del hombre libre les llevaba a considerar los vínculos de la sociedad tradicional como una servidumbre y sus legitimidades como una tiranía. Con la revolución liberal del XIX, los gobiernos liberales llevaron a cabo el desmantelamiento legislativo del Antiguo Régimen. Las diferencias estamentales fueron sustituidas por el principio de igualdad jurídica entre los ciudadanos, aunque se mantuvieron las diferencias económicas. Se abolió la jurisdicción señorial siendo incorporada a la Corona, se redujeron los privilegios eclesiásticos en materia jurídica y fiscal, se desmantelaron las bases institucionales de la economía corporativa y se adoptaron medidas para la liberalización de la economía. 

Como conclusión, la sociedad de la Edad Moderna hallaba en la desigualdad la base de la dominación y de la protección. Estaba compuesta por personas de férreas creencias religiosas sobre las cuales construían su vida. Una sociedad formada por personas que poseían una mentalidad más estática, en tanto en cuanto, se resignaban a su destino sin discutir, sin intentar cambiarlo, sin cuestionarlo... Estructuralmente es una sociedad profundamente jerarquizada, sustentada en la red de vínculos y relaciones de diversa índole que permitían en su interacción, el ejercicio del gobierno. Una sociedad de privilegiados y no privilegiados que hallaba en su “tradición” la justificación de sus actos. 
La sociedad moderna condenaba al hombre a no poder soñarse así mismo, a permanecer siempre siendo quien era, sin posibilidad ni vía alguna de cambiar radicalmente su suerte. Una sociedad injusta y arbitraria en la que no quedaba más opción que aceptar, y además con gratitud, las migajas que te ofrecían a cambio de la entrega de tu entera persona (incluso de tu familia), si pretendías sobrevivir siendo pobre en una sociedad donde todas las reglas del juego las dictaban los ricos y poderosos. 

Es normal, pues, que la religión tuviera el poder que tenía, ya que te prometía la recompensa a tu sufrimiento en un paraíso sin dolor, ni miedo, ni abusos...sin esa promesa el Hombre no habría sido capaz de soportar tales injusticias, ni habría consentido la perpetuidad del sistema que las permitía. Por eso la religión ha sido el mayor y más valioso instrumento de los poderosos para seguir siéndolo sin que nadie se lo impida. Es por eso que, cuando en el siglo XIX entran en escena personajes como Darwin que ponen en tela de juicio el principio de la creación divina y de la propia existencia de Dios, la sociedad cambia, empieza a hacerse preguntas y exige, en esta vida, lo que cree que le pertenece.

En la próxima entrada continuaremos con la Edad Moderna, pero hablando de la cultura y filosofía que imperaba en aquellos años. Seguimos aprehendiendo historia, queremos hacer historia.

¡Feliz Sábado!  - Hacer historia, aprehender la historia, aprendes la historia

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